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Rafael del Cerro - VIVIR TOLEDO

Las huellas de cuatro adarves en las murallas toledanas

Este tipo de calle aún se percibe en la línea fortificada que discurre desde el Puente Alcántara hasta la Judería

Vistas exterior e interior del adarve a las murallas situado entre los conventos de los padres carmelitas y de las clarisas RAFAEL DEL CERRO

RAFAEL DEL CERRO MALAGÓN

El término «adarve» se aplica al paso de ronda que recorre la parte almenada de las murallas previsto para apostar soldados en tareas defensivas. En el urbanismo medieval hispanomusulmán también aparece para denominar a las estrechas calles sin salida que los propios vecinos cerraban con alguna puerta como medida de protección colectiva. En Toledo es fácil hallar ambos tipos de adarves, si bien, en los párrafos siguientes, solamente aludiremos a los modelos que combinaban la función militar y el ser un nexo de unión de la red viaria con el perímetro defensivo de la población. Este tipo de calle aún se percibe en la línea fortificada que discurre desde el puente de Alcántara hasta la Judería . Durante siglos, estas travesías -más o menos amplias en anchura y longitud-, estaban encajadas entre manzanas de casas y eran de libre tránsito. Sin embargo, con el paso del tiempo, varios de aquellos adarves, de vital importancia para llegar a los muros de la ciudad, se integrarían «silenciosamente» en las propiedades vecinas y, en consecuencia, morían como vía pública.

Esta evolución se había iniciado en la Baja Edad Media, a medida que mermaban los temores de luchas y cercos. Los valiosos solares ubicados ante las murallas pasarían a manos de la nobleza para alzar en ellos sus palacios que, a partir del XVII, abandonarían al seguir a la Corte, ya asentada en Madrid. Esto acarraría la cesión o venta de aquellos bienes a potentes órdenes religiosas que erigirían grandes clausuras asomadas a la Antequeruela o la Vega Baja. A modo de ejemplo citemos el beaterio de las bernardas recoletas, alzado en 1605, donde hoy está el colegio de la Medalla Milagrosa; la casa de los carmelitas descalzos, en 1643, sobre anteriores bienes nobiliarios; el auge de las monjas de Santo Domingo el Real en el arrabal de la Granja; el convento masculino de la Merced (muy ampliado en el XVI) cuyo solar ocuparía la Diputación en 1884; el hospital del Nuncio, erigido por el cardenal Lorenzana en el XVIII sobre un palacio de los Silva y, más bajo, la clausura de las carmelitas descalzas (1607-1640), aprovechando la inconclusa mansión renacentista de don Fernando de la Cerda.

De los desusados adarves encajados entre algunas de estas grandes manzanas, nos fijamos en cuatro de ellos cuyas huellas perviven hoy de diferente modo.

El primero elegido es el que nace en la plaza de la Concepción y concluye en la muralla que se asoma a la calle de Gerardo Lobo que, en época romana, fue el paso de una calzada. Dicha plaza, en época islámica, era un espacio integrado en el Alficén, o zona palatina de la ciudad. En el siglo XIII aquí se fecha la creación de un convento de frailes franciscanos que, tras su marcha, a partir de 1500, ocuparía una comunidad de monjas, también franciscanas. Tras la entrada a la portería conventual, a cielo abierto, se percibe el recuerdo de un antiguo adarve que parece un alargado patio que reunía la vivienda del demandadero. A la izquierda, están el muro y los contrafuertes que sustentan el hospital de Santa Cruz, mientras que, en el lado derecho, se organizan todas las dependencias de este interesante monasterio con su torre mudéjar, un recoleto claustro de dos plantas y las singulares capillas de Santa Catalina y de San Jerónimo.

Un adarve público , ya perdido, es el que daba acceso desde la calle de Núñez de Arce, bajo un estrecho y corto cobertizo (que se llamó de las Bernardas), hasta la puerta de Alarcones, el mirador existente sobre un torreón semicircular, las casas próximas al ábside del Cristo de la Luz y la puerta del Sol. La angosta entrada quedó cegada el tránsito vecinal en 1864, abriéndose, en su lugar, una nueva vía pública desde el callejón de San José que así se mantiene. Aún, en el exterior del actual colegio Medalla Milagrosa , queda la leve huella del viejo cobertizo clausurado. En el interior se atisban los restos del mismo y su comunicación -muy trasformada- con la puerta de Alarcones sobre la calle de Carretas. Aquel olvidado paso permitía pues acudir fácilmente desde los alrededores de San Nicolás a las murallas para otear los arrabales y el estratégico vado del Tajo.

El tercer adarve elegido se halla entre los conventos de los padres carmelitas y de las monjas clarisas , citado alguna vez como callejón del Muro Azor. Su entrada está frente al cobertizo de Santa Clara para salir luego a una amplia explanada que discurre paralela a la antigua defensa que domina la cuesta del Cristo de la Luz. Allí se comprueba perfectamente el valor estratégico de un espacio defensivo que, frente a otros, ha permanecido sin edificarse del todo, aunque, desde el siglo XVII, dicho adarve quedó integrado en el convento de los padres carmelitas. Recordemos que, tras la desamortización de 1836, aquí se alojó, durante medio siglo, el Seminario mayor para volver, de nuevo, a manos de los religiosos ya regresados. Hoy, el inicio de aquel adarve cerrado al público hacia 1869, es un portón habilitado para el paso reservado al ajardinado mirador interior que ofrece vistas sobre la Virgen de la Estrella, Santiago del Arrabal, la puerta de Bisagra, Tavera y la fachada norte de Toledo . Una panorámica que fue captada por el fotógrafo toledano Alfonso Begue (1834-1865) en una de sus excelentes vistas estereoscópicas.

Contiguo al anterior adarve es el existente junto al cobertizo de Santo Domingo el Real . Su acceso pasa inadvertido, pues coincide con la entrada al convento de las Comendadoras de Santiago. Tras ella hay un largo patio escalonado que baja a la capilla, colindante con la vieja muralla. Ciertos documentos indican que este perdido adarve tuvo un ensanche en su tramo final que sería edificado en varias épocas recreciendo así la verticalidad de los muros que miraban a la Vega Baja. A la derecha del patio queda un paredón que se corresponde con el monasterio de Santa Clara que, en el siglo XV, llegaba hasta aquí mismo. La comunidad santiaguista ocupa pues el costado izquierdo del adarve, alrededor del patio de la Mona, obra renacentista que se asigna a Diego de Alcántara. Todo este conjunto, hasta 1935, formaba parte del gran cenobio de Santo Domingo el Real, pues aquel año, las comendadoras lo compraron, tras vender al Banco de España su primitiva casa conventual de Santa Fe, junto al paseo del Miradero, donde estuvieron los palacios del Toledo islámico hasta el siglo XI.

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