Hazte premium Hazte premium

Hilario Barrero - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Volver a Santo Tomé

Ahora el barrio ha pasado a ser una calle empedrada de recuerdos, y volvemos ya siendo otros y siendo los mismos

Hilario Barrero en la calle Santo Tomé de Toledo Ana Pérez Herrera

POR HILARIO BARRERO

La librería del «señor Guzmán», como mi madre lo llamaba, fue cambiando con el barrio . Cuando éramos niños vendía tinteros, plumillas, gomas de borrar, cuadernos, lápices de colores, figuritas para el nacimiento, bromas para el día de los Inocentes, quinielas, sellos, tabaco, papel de pagos al estado, papel azul por metros para forrar los libros del nuevo curso. El señor Guzmán regalaba secantes y arreglaba plumas estilográficas manchándose los dedos de tinta. Más tarde, cuando el turismo invadió el barrio, añadió postales y reproducciones de cuadros del Greco . Desaparecieron las figuras del nacimiento, que aparecían en el escaparate al llegar diciembre, y ante las que yo me pasaba horas; desaparecieron los reyes magos, que se hicieron del PSOE; los pozos y los puentes de corcho se derrumbaron , las ovejas con mirada de tedio cambiaron de piel, la Huida a Egipto se perdió en el camino y al tío Pamplinas lo llevaron al asilo . Yo, en vez de ir por dos metros de papel azul para forrar los libros, empecé a forrar mi vida con libros que Guzmán iba añadiendo: Urabayen, Marañón, Azorín, de la Austral y autores locales.

El turismo, las primeras minifaldas, las turistas «fáciles» a la hora de ir a la cama, los hippies, la apertura y las condiciones sociales y económicas fueron ahogando al barrio. Talaron árboles y asfaltaron la calle, cambiaron las farolas, dejaron las vecinas de sentarse al anochecer al fresco, desaparecieron los puestos veraniegos de melones y sandías , los niños dejamos de jugar «a la una anda la mula» y la papelería del señor Guzmán se convirtió en una de las muchas tiendas de damasquinados y cerámicas que abrieron en donde antes estaban la alpargatería de la señora Cecilia, el estanco de Mercedes, la frutería del señor Arropero, la pescadería de Mariano, la taberna del señor Simón, la tienda de hilos «La violeta»; se quedó en el recuerdo el aljibe de la señora Leonor, al que íbamos en verano a que nos llenara el botijo, y el pórtico de la Iglesia de Santo Tomé se convirtió en un mercado . Las campanas dejaron de repicar a gloria el Sábado Santo porque Dios ya no resucitaba ese día.

El señor Redondo, el barbero, dejó de hacer la coronilla a don Ángel, el párroco gordo y bonachón que llevaba sotana y vivía bien abrigado a la sombra del cuadro del Greco. Después de cortar el pelo a una generación de hombres del barrio y de aprender diferentes estilos de corte de pelo («a la navaja» se lo cortaba mi hermano el mayor) la barbería cerró.

Ha quedado la presencia viva de una joven rubia , un poco leyenda y mito, que vivía en la Plaza del Conde, leía a Zola y mirando la torre de la iglesia pasaba lista a héroes y a pretendientes del barrio, el restaurante del «Ché» donde iba a cenar James Michener. Y, sobre todo, la confitería de Rodrigo Martínez, faro dulce de nuestra infancia y referencia familiar, cultural y artística de mi vida: Marañón comprando mazapán, Buñuel gritando cuando el rodaje de «Tristana» y yo yendo a comprar los domingos, antes de comer, «una docena de pasteles con dos cafeteros para mi madre».

Ahora el barrio, de ser una isla, ha pasado a ser un río sin orillas, una calle empedrada de recuerdos, historias de una guerra y de una posguerra, de misa y rosario de la aurora, de bautizos y funerales, de bodas y bautizos, del colegio de monjas y los primeros amores. De aquel devaneo, en las tardes de verano, del ir y venir de las golondrinas enloquecidas enhebrando con los hilos del atardecer la torre de la iglesia y nuestra mirada de niño solitario.

Queda, como si no quedara, el Cristo clavado en la cruz adosado a uno de los muros de la iglesia , el mismo al que rezó mi abuela. Imagen que vio una guerra y a la que el viento y la lluvia siguen clavando lanzas de olvido y soledad. Y quedamos nosotros, los de entonces, los que nos fuimos porque no nos dejaron ser . Nos alejamos para volver como los ríos regresan al mar: ya siendo otros y siendo los mismos. Siendo siempre de Santo Tomé.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación