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Mariano Calvo - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

El verdadero Cervantes

«La figura real del más universal de nuestros autores se nos escapa, desfigurada por los tópicos»

La Galatea (frances, año 1784, grabados, Bruselas)

POR MARIANO CALVO

A punto de culminarse el año del IV Centenario de la muerte de Cervantes, todavía la figura real del más universal de nuestros autores se nos escapa, desfigurada por los tópicos que la Posteridad ha construido a su gusto. El mayor de estos tópicos es el de que Cervantes fue el autor por excelencia de Don Quijote, algo con lo que Cervantes no estaría de acuerdo porque si de algo se honraba nuestro autor es de ser el autor de La Galatea .

Del agridulce gusto cervantino por el éxito de su Quijote, da prueba el prólogo de Los Trabajos de Persiles y Sigismunda , su obra póstuma, en donde Cervantes cuenta cómo yendo de Esquivias a Madrid con dos amigos, les dio alcance un estudiante que, al reconocer al escritor, prorrumpió en elogios:

—¡Sí, sí; éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y finalmente, el regocijo de las musas!

A lo que Cervantes —«abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto la valona»— le dice:

—Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes. Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas , ni ninguno de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced...».

«Aficionados ignorantes» nos llamaría hoy Cervantes a todos los que pusiéramos el acento en elogiar a su Quijote, a despecho de la que él consideraba su obra mejor: La Galatea , novela que califica de «égloga» en el prólogo. Es decir, una obra pastoril. Porque, aunque nos cueste entenderlo a sus admiradores de hoy, éste era su género favorito.

De la misma manera, al describirse así mismo en el famoso autorretrato del prólogo de las Novelas Ejemplares , hace relación de algunas de sus obras más importantes, mencionando en primer lugar a La Galatea, y después, a El Quijote .

El genial alcalaíno persiguió toda su vida el éxito por donde él creía que debía sobrevenirle: el teatro, la poesía y las novelas de género pastoril o bizantinas , pero he aquí que le llegó por donde menos esperaba: por la vía de una parodia sobre los viejos libros de caballerías y de la mano de dos personajes cómicos que nada tenían de héroes de la gran literatura: un loco anacrónico y un tonto codicioso. Es decir, una creación que le convertía en el «regocijo de las musas» y demás «baratijas» que él desdeñaba.

Para entender al verdadero Cervantes hay que partir de la devoción que sentía por la poesía en general y por el género pastoril en particular . Él se vio a sí mismo como un poeta frustrado —«yo, que me afano y que trabajo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo»— y en la cima de su elevada visión de la Literatura y la Poesía, colocó al mundo arcádico como blasón de los más puros ideales de belleza.

Hoy el mundo pastoril, poblado de ninfas, musas y pastores enamorados nos resulta tan ajeno, artificioso y convencional como el de los libros de caballerías. Pero mientras Cervantes no ahorra burlas en su parodia contra las novelas de caballerías, toma en cambio muy literariamente en serio el mundo del bucolismo . La explicación nos la brinda el propio Cervantes cuando, en el donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero someten a la biblioteca de Don Quijote, el cura argumenta que no deben ser quemados los libros pastoriles «porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho; que son libros de entretenimiento, sin perjucio de tercero…». E incluso sobre uno de ellos, El pastor de Fílid a , decreta que debe guardarse como «joya preciosa».

En el contexto de una obra «realista» como El Quijote podría pensarse que están fuera de lugar las fantasías convencionales de lo pastoril, pero Cervantes las integra en su relato con una naturalidad tan sorprendente como reveladora de su gusto por este género. Así, El pasaje de Crisóstomo y Marcela no es otra cosa que una novela pastoril incrustada en nada menos que cuatro capítulos de El Quijote.

Hay otras incursiones pastoriles en El Quijote , como la conversación con los cabreros o la historia de la antojadiza Leandra , en las que no deja de sorprender el delicado y respetuoso tacto con el que su autor trata a la arcádica fantasía.

También en la Segunda Parte de El Quijote el tema pastoril aparece aquí y allá como un Guadiana que fluyera soterrado a lo largo de todo el texto. Primero, en las bodas de Camacho el rico y Quiteria la hermosa, luego en el episodio de l a fingida Arcadia , cuando Don Quijote y Sancho se encuentran con dos zagalas ataviadas de pastoras, las cuales les informan de que un grupo de gente acomodada se ha reunido allí con el fin de revivir «una nueva y pastoril Arcadia».

Don Quijote vuelve a pasar por aquel lugar días después, cuando regresa derrotado de Barcelona, y, en un arrebato, decide convertirse en pastor arcádico : «Yo compraré alguna ovejas —dice don Quijote a Sancho—, y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo el pastor Quijotiz, y tú el pastor Pancino, nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados, cantando aquí, endechando allí, bebiendo de los líquidos cristales de las fuentes, o ya de los limpios arroyuelos, o de los caudalosos ríos».

En el último capítulo, cuando Don Quijote yace en el lecho, aquejado de su moral enfermedad, el bachiller Sansón Carrasco trata de animarle y no halla más elocuente argumento que estimularle a tomar el cayado de pastor, diciéndole que ya tiene compuesta una égloga y comprados dos perros. También Sancho anima a Don Quijote por la misma vía:

—Mire, no sea perezoso, sino levántese desa cama y vámonos al campo vestidos de pastores»…

Tierno patetismo el de ese trance en el que los cuerdos recurren a la utopía como remedio contra las fatigas de un moribundo que ha perdido su fe en la realidad.

Si Don Quijote pudo regresar de su locura caballeresca y hacerse cuerdo poco antes de morir, Cervantes no abandonó nunca su «locura pastoril» : Incluso en el lecho de su muerte, habiendo recibido ya la extremaunción, escribió al conde de Lemos que si Dios le diera vida, acabaría de escribir la segunda parte de La Galatea .

No se proponía, pues, escribir otro Quijote sino otra Galatea , su primera y obsesiva novela, una égloga de amor idealizado entre pastores y pastoras junto a las orillas garcilasianas del Tajo.

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