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OPINIÓN

Retrato en blanco y negro de Nicolás del Hierro

«El poeta llevaba marcado en la piel el estigma de la soledad»

Nicolás del Hierro

POR PEDRO A. GONZÁLEZ MORENO

Este que veis aquí, de frente amplia y de mirada limpia, se definió a sí mismo como un hombre triste , aunque reconocía que el último poema de cada uno de sus libros solía ser «un canto a la esperanza» . Un hombre que, pese a su natural pesimismo y su actitud desolada, siempre llevaba entre sus manos unas migajas de ilusión para compartirlas . Yo voy del dolor y la tristeza a la esperanza –dejó escrito en uno de sus versos–, y en ese vaivén sentimental y anímico se reflejan no sólo las dos caras de su obra sino también las de su alma; pero se trata de una dualidad, nunca de una doblez, porque en su rostro y en su personalidad no cabían las máscaras.

Su gesto austero y sus ojos, de una seriedad entre soñadora y melancólica, nos hablan de un talante sencillo, de una humildad profunda, de una ejemplar nobleza de carácter . Y esa austeridad vital es la misma que el poeta supo trasmitir al estilo sobrio de su escritura, construida siempre con palabras sencillas y dirigida también a las gentes sencillas. Sólo desde esa sabia humildad puede concebirse la vida como un continuo aprendizaje : porque es necesario aprender siempre– confesó–, y yo salgo a aprender a la vida.

Su manera de estar, igual que su manera de ser o su manera de escribir, se fundamentaban siempre en la sinceridad y en la honradez . Por eso Nicolás del Hierro concebía la literatura no como un juego de intereses o como un teatro de oscuros afanes, sino como un escenario de verdades, como un espejo donde debe reflejarse lo más auténtico del ser humano . Esa es la razón por la que, según aseguraba, para escribir es necesario ante todo sentimiento . Y como consecuencia, en cada una de sus páginas, igual que en cada uno de sus gestos, se transparentaba un poco de su corazón.

En ese antiguo retrato en blanco y negro, la expresión de su cara delata cierta timidez , como si los horrores del mundo le produjeran prevención o recelo, o como si temiera que el fogonazo del flash pudiese desnudar sus sentimientos más íntimos, esos que llevaba siempre tan a flor de piel. Pero semejante fragilidad es tan solo aparente , pues tras ella se oculta una naturaleza fuerte, que se forjó entre los verdes arrullos del Bullaque y las agrestes intemperies de los montes de su infancia, allá hacia el oeste, por donde La Mancha deja ya de ser llanura.

Y tal vez por esa lejanía geográfica desde la que Piedrabuena contempla a La Mancha, Nicolás se mantuvo también alejado de los más socorridos tópicos manchegos ; de ahí que, aunque volviera continuamente a sus orígenes, se considerase a sí mismo «un poeta que nace, ama y quiere a La Mancha, pero que no escribe a la usanza de los poetas manchegos».

Sus labios parecen entreabrirse como si estuviesen a punto de pronunciar alguna palabra solidaria o como si fueran a lanzar un grito de protesta contra las numerosas injusticias del mundo. Esa boca, que ha decidido renunciar a las mordazas, parece susurrarnos que se trata de un «hombre comprometido con la sociedad, que escribe poesía social si por ello se entiende escribir desde el compromiso humanitario con el desvalido, con el marginado, con el humilde . Mi poesía- aseguró- está defendiendo al hombre, únicamente».

Nicolás del Hierro llevaba marcado en su piel el estigma de la soledad (y de ahí que titulara Toda la soledad es tuya a la primera de sus antologías). Una soledad que en el terreno literario es también sinónimo de independencia y libertad, y que según él explicó, se debe a que «no me metía en grupos o escuelas. Incluso en nuestra región iba por libre». Y añadía en este sentido, muy atinadamente, que «cualquier grupo político, cualquier grupo de economía o presión, te utiliza mientras puedes valerle».

Nicolás del Hierro, el poeta, el hombre. Un hombre de la calle que aprendió las palabras de la cal, de la vida , y que concibió siempre la poesía como diálogo con los demás ( No escribo para mí sino para los otros ). Una voz solidaria que nunca dejó de proclamar su más insobornable fe en el hombre y que creyó en un futuro más habitable y más humano.

Un poeta que ha buscado siempre «la luz de la expresión» y que ha querido y soñado para sí, siempre limpia, la palabra poética, aunque su tinta haya acabado adquiriendo el color del más negro desencanto. Un poeta que ha ido dejando escrita durante más de medio siglo su «larga caligrafía de soledades», y que en el poema «Retrato» se definía como un hombre que «tenía el alma rota» y que, como un árbol, crecía alimentado por la esperanza y el amor. Tal vez un loco, un iluso , según dice de sí mismo, pero también y por encima de todo, un ángel libre, / que consumió sus horas escribiendo/ sobre la perfección de los humanos.

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