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Hilario Barrero - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Diario de un jubilado en Nueva York (28): La última ventana

«Abrir una ventana ya sea al Tajo, al Mediterráneo o al Atlántico no es fácil pero las he abierto y he sentido la vida, el olor a cieno, a mar»

Ventana de Nueva York H.B.

POR HILARIO BARRERO

Cerré de golpe la ventana de cieno del río Tajo, Salicio juntamente Nemoroso, y renuncié a vivir en aquel agobiante Toledo de mi juventud. Abrí la ventana luminosa del Mediterráneo y me encontré con la Barcelona deslumbrante de los setenta. En septiembre de 1978, siguiendo una voz de fuego, llegué hasta el Atlántico donde volví a abrir otra ventana desde la cual se veía Nueva York y aquí he pasado más de la mitad de mi vida . Los primeros días me parecieron extraños y ácidos como una fruta sin madurar, aunque nuevos y seguros: tenía a alguien que me esperaba . Luego esos mismos días comenzaron a tener peso y se llenaron de responsabilidades a medida que empezaba a tenerlas yo y la ciudad me enseñó sus dientes de loba y sus garras de perra rabiosa. Por un tiempo me negué a ser parte de la cultura que acababa de abrazarm e . Seguía pensando en España, en los olores que dejé y que se iban desvaneciendo, en los rostros de los amigos que se esfumaban, en la luz que aparecía mojada. Después me ocurrió lo opuesto: tuve una urgencia de aprender el idioma , o mejorarlo, de sumergirme en la cultura del país, de la ciudad y del barrio, leer solo literatura en inglés, pensar en inglés, «no traducir al hablarlo», triunfar, subir escalones en el escalafón de la vida , vestir, comer, fumar, beber, amar y vivir como si fuera un americano.

El tiempo fue despojándome de mi acento, de mi mirada española, del sonido de mis palabras y me fue limitando el vocabulario. Con miedo y con temor, sintiendo cómo mi entorno lingüístico mermaba, me aferraba a la escritura. Al escribir In tempore belli quise demostrarme a mí mismo que si decía amor quería decir «amor», que si decía agua quería decir «agua» y que si decía fuego quería decir «fuego». Fue un desafío a recuperar mi pasado, el tiempo que se podría perder.

Desde que llegué a Nueva York estuve conectado con la enseñanza. Con los papeles en regla comencé a enseñar español en la Casa de España , de allí pasé como Coordinador de los cursos de español al Spanish Institute, hoy llamado «Instituto Reina Sofía». Mientras trabajaba en la tesis doctoral di clases en varias universidades. Al acabarla trabajé en Princeton durante cinco años y luego ingresé en CUNY . Aquí fui ascendiendo en el escalafón, ganando medallas, premios, recibiendo cartas amables o envenenadas del Chairperson o del Dean de turno. Tuve que asistir a cientos de reuniones interminables, pertenecer a todos los Comités habidos y por haber, escribir muchas cartas de recomendación y viajar a congresos con el único propósito de cubrir el expediente. Pero también tuve la suerte de ser, como me llaman mis alumnos de Puerto Rico o la República Dominicana, un «maestro» y de inculcar en muchas generaciones de estudiantes el amor a la literatura española y saber cómo muchos de ellos son ahora a su vez «maestros». Tuve tres amores extra : la poesía , que me ha hecho la jornada más corta y luminosa, la ópera , que todavía me acompaña, y los maratones , de los que terminé siete. Fui muy afortunado porque pude arder con la voz de fuego a la que vine buscando. La muerte sembró su simiente traicionera entre algunos de mis amigos cuyas fogosas miradas quedaron reducidas a carbones mojados. Entre tanta desolación y para mantener esa voz y los recuerdos que yo pensaba que se me escapaban, seguí escribiendo, casi diariamente, como un mero ejercicio práctico, el diario que había comenzado de pequeño y que se publican desde el año 2001.

Abrir una ventana ya sea al Tajo , al Mediterráneo o al Atlántico no es fácil pero las he abierto y he sentido la vida, el olor a cieno, a mar. He abierto ventanas a la lluvia, a la nieve y al verano, a desolados patios de vecindad y a luminosos campos de olivos y trigo , a cobertizos oscuros y a lagos desbordados. He vivido siempre con la ventana abierta para escuchar la llamada de esa voz de fuego . Algún día sé que tendré que cerrar todas las ventanas y dejar abierta solo una: desde la que se ve la laguna Estigia y esperar a que venga Caronte y la cierre para siempre.

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