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ARTES&LETRAS DE CASTILLA-.LA MANCHA: HACERSE EL VIVO

El Cine Cervantes

«A pesar del aspecto desastrado, de sus rejas oxidadas y de la basura acumulada en la puerta, cada vez que paso junto al cine imagino a una niña sentada sola en mitad de la oscuridad del patio de butacas...»

El abandonado Cine Cervantes, en Esquivias (Toledo)

POR MARTÍN SOTELO

El cine de mi pueblo era como el cine de Cinema Paradiso. Un cine de posguerra , con luces en la marquesina, taquilla en la calle, un vestíbulo con cafetería y escaleras a ambos lados para subir al palco, platea con alfombras rojas, ruido de proyector sobre las cabezas de los espectadores y un acomodador viejo y cascarrabias con frac y una pequeña linterna.

El paseo desde mi casa hasta el cine, en la plaza principal de Esquivias, era emocionante, pues iba imaginando qué películas habría expuestas en la cartelera. Y una vez allí, en la puerta, me quedaba embobado, mirando los carteles de los estrenos, sin saber por cuál decidirme . Era excitante elegir película sin tener ni idea, dejándote guiar por la intuición, según la fascinación que te produjeran el título o las escenas más significativas del filme representadas en los carteles. Elegida la película, te ibas tan ilusionado hacia la taquilla, sacando la calderilla que llevabas semanas ahorrando . La taquilla, situada junto a la puerta del cine, en la misma calle, era tan pequeña que apenas se le veía la cara a la taquillera. Veías una mano dispensándote protocolariamente tu entrada y recogiendo las monedas. Ya con la entrada en tu poder, podías franquear la puerta, viéndote al fin dentro, en el vestíbulo, con su lámpara antigua de techo y la barra de la cafetería, deseando empujar las puertas acolchadas de vinilo y entrar en una oscuridad que era como un refugio , entre otras personas ya sentadas a las que seguramente conocieras pero que durante todo ese tiempo, al igual que tú, conservarían un secreto común de sueño compartido, un resplandor más radiante que el que desprendían cuando te las cruzabas a diario por la calle. Hacia la mitad de la película había un descanso, para ir a la barra a comprar bebidas, palomitas, regalices , momento oportuno para comentar las mejores escenas e imaginar el posible desenlace. Allí viví aventuras, duelos, asesinatos, persecuciones en coche, romances imposibles. Durante mucho tiempo mi sueño en la vida fue ser repartidor de periódicos , como hacían los jóvenes en Estados Unidos, para, tras haber dejado el periódico en los jardines de las casas, liarme con las dueñas, como le sucedía al protagonista de una película que vi por aquellos años.

Sé que ahí dentro continúan desarrollándose tragedias y comedias, y que los actores siguen conversando entre sí, eternamente, ajenos a la triste realidad de afuera, esa con la que el transeúnte se topará si sube una calle hasta dar con el ayuntamiento nuevo, que luce esplendoroso, en donde bostezan a sus anchas los asesinos de los sueños

Recuerdo especialmente un verano de los años noventa en que no hice otra cosa más que ver películas, una tras otra, sin tener que pagar entrada, gracias a un amigo cuyo padre conocía a los propietarios del cine. ¿Qué puede haber mejor en esta vida que sentarte a que te cuenten una historia? Luego, tras el the end, a uno le costaba reconciliarse con la realidad de afuera , tan apestosamente conocida. Acogotado por esa realidad, regresabas a casa sintiéndote aún el protagonista de la película que acababas de ver.

Martín Sotelo, escritor

Hoy, desde hace años, el Cine Cervantes está abandonado. Al pasar por delante de su ruinosa fachada, a uno se le cae el alma a los pies viendo el estado en que se encuentra, sin carteles embrujadores , con el ventanuco de la taquilla cerrado, las luces de la marquesina apagadas, algunas letras rojas desprendidas y la verja metálica herrumbrosa y echada, tras la que se acumulan desperdicios.

A pesar del aspecto desastrado, de sus rejas oxidadas y de la basura acumulada en la puerta, cada vez que paso junto al cine imagino a una niña sentada sola en mitad de la oscuridad del patio de butacas, una niña tan atenta a lo que ven sus ojos asombrados, esa vida que la mira desde el otro lado , que no tiene tiempo para fijarse en el polvo, las telarañas y las ratas que la rodean. Sé que ahí dentro continúan desarrollándose tragedias y comedias, y que los actores siguen conversando entre sí, eternamente, metiéndose en conflictos y tratando de salir de ellos de la mejor manera posible, ajenos a la triste realidad de afuera , esa con la que el transeúnte se topará si sigue atravesando la plaza y sube una calle hasta dar con el ayuntamiento nuevo, que luce esplendoroso, casi tan grande como el de Madrid, en donde bostezan a sus anchas los asesinos de los sueños.

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