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Antonio Illán Illán - CRITICA

Kamikaze borda un Hamlet innovador en el Teatro de Rojas

Ser o no ser: ese es el problema

ABC

ANTONIO ILLÁN ILLÁN

Título : Hamlet. Autor : William Shakespeare. Compañía: Kamikaze Producciones. Dirección y versión : Miguel del Arco. Intérpretes : Israel Elejalde, Ángela Cremonte, Cristóbal Suárez, José Luis Martínez, Daniel Freire, Jorge Kent y Ana Wagener. Escenografía: Eduardo Moreno. Vestuario : Ana López. Iluminación : Juanjo Llorens.

Seguramente Hamlet es la obra de teatro más salvaje y libre que se haya escrito jamás. Al cabo de cuatro siglos de vida escénica esta creación de Shakespeare sigue siendo el drama más experimental jamás montado.

Miguel del Arco tampoco se ha andado con chiquitas a la hora de realizar una propuesta escénica que salvaguarda lo esencial de la historia y el texto originales y aporta innovaciones imaginativas y atrevidas para contextualizar la tradición en ell tiempo presente. Nada se pierde y mucho se gana en frescura en una historia en la que, a pesar de haber ocho muertes violentas, incluida la del protagonista, se tiene la sensación de que no pasa nada, aunque el ritmo sea trepidante. Ni siquiera el deseo de venganza propiamente dicho parece quedar satisfecho. Lo que importa, a mi modo de ver, en el Hamlet de Shakespeare y en la versión de Miguel del Arco y Kamikaze, es la incesante expansión del círculo de la conciencia de Hamlet. Por eso, ante una conciencia solitaria que se expande hasta el infinito, los acontecimientos (y la obra es una sucesión de acontecimientos) importan poco. Lo que interesa es que Hamlet examina su conciencia y habla y habla. Habla y piensa. Y el malestar de Hamlet, como reconoció Nietzsche, no es que piensa demasiado, sino que piensa demasiado bien.

Y eso hay que ponerlo en escena. El director ha elegido un camino inteligente, muy teatral, muy escenográfico, muy gestual, muy coreográfico en el juego del conjunto de los actores, y muy especialmente en Hamlet , personaje que es una síntesis del teatro dentro del teatro y que Israel Elejalde lo crea y lo recrea con abundancia de registros que nos conducen (o conducen a Hamlet ) del nihilismo a la ironía, con el recurso de una locura muy humana, que más tiene de intención estética que de mente perdida.

Nos encontramos ante una obra demasiado diversa y ante un personaje demasiado voluble. Y por eso no conviene quedarse en el tópico archirrepetido del «ser o no ser», como si ahí estuviera el clímax de un texto que carece propiamente de un eje central y que en esta propuesta de Kamikaze se desestructura casi a la manera del cubismo picassino.

En este Hamlet no hay respiro en las dos horas y cuarenta minutos que dura la representación. Tampoco hay cansancio del espectador. Las alternativas de frenesí y de aparente apatía del carácter central señalan el ritmo febril de toda la tragedia, con sus paroxismos y sus languideces, que da al drama la fascinación que el público es capaz de intuir en cada momento.

Con siete intérpretes, una cama, una cortina que se abre y se cierra creando espacios y ambientes, y unas proyecciones en vídeo, el director y el conjunto investigador de Kamikaze presentan la historia del atormentado príncipe danés. La puesta en escena está a la altura creativa del texto shakesperiano, contextualizado con mínimos elementos plásticos, lumínicos y visuales aunque con una conceptualización heteróclita que aporta sustancia para entender la psicología y las emociones que los personajes sienten y representan. Es prodigiosa la solución que se propone para realizar las transiciones entre las escenas.

Y si el teatro es en puridad texto e interpretación, este Hamlet será recordado por el extraordinario trabajo del conjunto de actores y actrices ( Ángela Cremonte, Cristóbal Suárez, José Luis Martínez, Daniel Freire, Jorge Kent y Ana Wagener ) incluso en aquellos contrastes de la Ofelia rockera o los sepultureros con su particular idiolecto. Y, sin duda, del frondoso bosque interpretativo surge la montaña del superhombre, Israel Elejalde, soberbio de técnica dramática y poliédrico en la expresión lingüística para dotar de matices significativos las modalidades de cada frase que pronuncia. Cuando en la escena final afirma ante el público: «Me muero, me muero. Estoy muerto», nos lleva a pensar que este Hamlet/Elejalde, el personaje de ficción más carismático e inteligente, con ironía y sin trascendencias, está prefigurando la esperanza, y no los miedos, de afrontar con valentía la hora final que a todos ha de llegarnos.

Los aplausos y los bravos finales fueron pura consecuencia del excelente trabajo de la compañía Kamikaze, que ha puesto el listón teatral en lo más alto en este inicio de la temporada de otoño del teatro de Rojas.

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