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Enrique Sánchez Lubián - ARTES&LETRAS

Cossío, la Institución, el Greco y saber ver Toledo

Hasta el próximo 23 de abril, Día del Libro, la emblemática sede de la Institución Libre de Enseñanza acoge una extraordinaria exposición, «El arte de saber ver», promovida por la Fundación Francisco Giner de los Ríos y Acción Cultural Española

Retrato de Manuel B. Cossío, 1925-1930, de Maurice Fromkes. Museo Nacional del Prado.

ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN

En su novela «Tras de trotera, santera» (1932), Félix Urabayen hace una simbólica alegoría del madrileño Paseo de Martínez Campos , anteriormente llamado del Obelisco, donde en el año 1884 la Institución Libre de Enseñanza alquiló un amplio caserón para su sede. En esas páginas, el escritor navarro/toledano confronta la existencia de esta entidad docente con otras de carácter religioso que también abrían sus puertas por el lugar. «Luchan –decía- la cultura laica y la de los púlpitos; luchan la persuasión socrática y el dogmatismo frailuno; la palmeta cristiana y el motor intelectual de abolengo pestalozziano. Luchan Cristo y Giner , sin tener en cuenta que estos dos revolucionarios reproducen idéntica silueta en avatares distintos. Giner es un Cristo universitario; Cristo, un Giner de los tiempos romanos». Refiriéndose a la portada de la sede institucionista («planta juvenil» brotada entre el moho de las cavernas) añade: «Cuando han salido por ella los hombres del mañana, la calle se ilumina con un fulgor renacentista que sabe a Grecia y a cultura europea».

Entre aquellos hombres del mañana destacó Manuel Bartolomé Cossío (1857-1935), quien contribuyó decididamente a que el Greco fuese considerado pintor fundamental del arte universal y a que Toledo se convirtiese en lugar esencial para la comprensión de nuestra historia. Hasta el próximo 23 de abril, Día del Libro, la emblemática sede de la ILE acoge una extraordinaria exposición, «El arte de saber ver», promovida por la F undación Francisco Giner de los Ríos y Acción Cultural Española , donde se plantea un sugerente triángulo formado por Cossío, la Institución y el Greco, cuyo epicentro es la ciudad de Toledo.

«La estigmatización de san Francisco» hacia 1580, de El Greco. Colección Abelló

Destacan en ella el conjunto de cuadros toledanos firmados por Cecilio Pizarro, Carlos de Haes, Ricardo Arredondo, Aureliano de Beruete, Joaquín Sorolla, Ignacio Zuloaga o Benjamín Palencia. Conviven con numerosos documentos de época, publicaciones, fotografías y obras del propio Theotocópulos, componiendo un singular corpus que evidencia la alta valoración que desde el entorno institucionista se dio a Toledo.

«Toledo desde los cigarrales», 1912, de Joaquín Sorolla. Fundación Museo Sorolla.

Esta exposición toma su nombre de un memorable artículo publicado por Cossío en el otoño de 1879. En el mismo reflexionaba sobre la orientación que debía darse a la pedagogía en aquellos años. Considerando que si las tres cuartas partes de lo que llega a saber un hombre culto no lo aprende en los libros sino «viendo las cosas», los maestros deberían orientar sus esfuerzos a que los niños aprendiesen a «ver» desde el primer día cuanto tenían a su alrededor, siendo ello más importante que iniciarlos en la escritura, las cuentas o la lectura al ingresar en las escuelas, priorizando la manera de enseñar a la materia de la enseñanza.

«Toledo de noche», 1930, de Benjamín Palencia. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

Sobre ese pilar básico, él, Giner y cuantos formaban parte de la ILE afrontaron la revolución cultural y educativa más importante que España había vivido en siglos. Sus planteamientos continúan siendo vigentes y su estela –Junta de Ampliación de Estudios, Museo Pedagógico Nacional, Residencia de Estudiantes o Misiones Pedagógicas- conformó páginas muy brillantes de nuestro reciente pasado social e intelectual.

«Las huertas de Toledo», hacia 1884, de Aureliano de Beruete. Museo Nacional del Prado

Ese aprender a ver también alcanzó a Toledo , contribuyendo a ofrecer una nueva lectura de la antigua capital del Tajo. Como director de excursiones de la ILE, Cossío inició en 1888 visitas didácticas a la ciudad, convirtiéndola en uno los lugares predilectos, junto a la sierra de Guadarrama y las costas cántabras, para el peregrinaje de los institucionistas, tal y como recuerda Salvador Guerrero, comisario de la exposición y coordinador de su catálogo.

Manuel B. Cossío con Isabel Uña Sarthou y sus hijos Manuel e Isabel Varela Uña en Toledo, hacia 1926. Fundación Francisco Giner de los Ríos.

«Toledo –escribió Cossío en 1905- es la ciudad que ofrece el conjunto más acabado y característico de todo lo que ha sido la tierra y la civilización genuinamente españolas. Es el resumen más perfecto, más brillante y más sugestivo de la historia patria. Por eso, el viajero que disponga de un solo día en España, debe gastarlo sin vacilar en ver Toledo». Por entonces, el pedagogo llevaba ya tiempo estudiando la obra y la figura del Greco , habiendo recorrido numerosos países para conocer sus obras y documentarlas. El empeño cristalizó en 1908 con la publicación de su monografía «El Greco». Fue la primera obra en la que se afrontó con rigor, metodología académica y argumentos razonados la figura del cretense, iniciándose con ella su reivindicación como uno de los padres del arte español y precursor de la pintura moderna. Este trabajo sentó, además, las bases sobre cómo deberían afrontarse en el futuro los estudios artísticos en nuestro país. Tres años después abriría sus puertas la Casa Museo del Greco de Toledo , de cuyo Patronato Cossío formó parte.

Esta monografía, así como su proceso de creación, es piedra angular sobre la que se asienta la exposición, dando sentido a las más de trescientas piezas recogidas, algunas aportadas por el Archivo Municipal de Toledo: dos documentos autógrafos del Greco y de su hijo Jorge Manuel , así como fotografías de la Colección «Luis Alba» con vistas del Cristo de la Luz y la Sinagoga del Tránsito. Entre las instituciones cedentes figura también el Archivo Histórico del Hospital de Nuestra Señora de la Caridad de Illescas.

Consideran los organizadores de «El arte de saber ver» que tras cumplir su ciclo en Madrid la exposición debería mostrarse en Toledo. Este empeño no ha de desdeñarse, porque la misma, acorde con el pensamiento de Cossío, es una buena excusa para comprender mejor cómo aquellas generaciones de finales del siglo XIX y principios del XX, se acercaron de manera tan especial a la ciudad, contribuyendo con sus escritos, sus pinturas, sus reflexiones o sus recuerdos fotográficos a situarla en el mapa de los lugares de obligada visita en todo el mundo, tanto por su patrimonio artístico como por su simbolismo espiritual y cultural. La nómina de testimonios y recuerdos recogidos en la exposición, junto a los pintores citados, es excelsa: G aldós, Pardo Bazán, Besteiro, Marañón, Zulueta, Lorca, Buñuel, Alberti, Pepín Bello, Ortega y Gasset, el marqués de la Vega-Inclán, Einstein, Barrés,... y tantos otros relacionados con la Institución y, por ende, su concepción de Toledo.

Complemento esencial de la muestra es su documentado catálogo, en el que se recogen varios textos vinculados con la ciudad: «Manuel B. Cossío y el Greco» de Javier Portús ,«Mi amigo el señor marqués: Cossío, Vega-Inclán y la Casa del Greco» de Javier Moreno Luzón, «La profanación artística de la Capilla de San José de Toledo: Cossío y la ILE frente al expolio del patrimonio» de Antonio Sama , «La dulce nostalgia de los olmos, Cossío y el Cigarral de Marañón» de Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, «Noctámbulos alacres. Luis Buñuel, la Orden de Toledo y las mitologías de la vanguardia española» de Javier Pérez Segura y «Besteiro y Toledo, un institucionista en la ciudad levítica» de quien estas líneas firma.

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