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«Born to Learn»: con la música a otra parte

Lorenzo Muñoz, un joven profesor toledano, enseña música a 150 niños de Newland (Tanzania) gracias a esta ONG

El profesor Lorenzo Muñoz, con un grupo de sus alumnos del centro de Newland, en Tanzania BTL

M. CEBRIÁN

Hace un año Lorenzo Muñoz no conocía África y tenía un trabajo estable como profesor de música en el Colegio Mayol de Toledo . Ahora, después de diez años ejerciendo el magisterio en este centro, este toledano de 35 años del municipio de Tembleque (2.091 habitantes) está viviendo en Tanzania, con el monte Kilimanjaro de fondo, una de las experiencias más enriquecedoras de su vida.

Fue el curso pasado cuando este joven maestro conoció «Born to Learn» (Nacido para aprender), una organización no gubernamental (ONG) que desarrolla una importante labor para enseñar y ayudar a niños en Newland , un poblado a las afueras de la ciudad tanzana de Moshi. Fue una antigua alumna del Colegio Mayol y voluntaria de esta organización quien, a través de una charla en el centro, convenció al temblequeño de dar el salto al continente africano, algo que siempre le había fascinado.

«La idea de hacer un voluntariado de larga duración siempre había rondado mi cabeza, pero nunca con la suficiente fuerza como para decidirme definitivamente», cuenta a ABC Lorenzo, quien asegura que la decisión de ir a África como voluntario ha supuesto «un punto y aparte» tanto en su vida personal como profesional. «Llevaba diez año trabajando en mi colegio, con estabilidad económica y todas esas cosas que se suponen nos otorgan felicidad y tranquilidad, pero decidí dejarlo todo y marcharme». Aunque la determinación de este joven profesor no fue fácil de digerir por sus padres al principio, ahora ven que él es feliz haciendo lo que realmente desea.

Lorenzo, en una de sus clases BTL

En Newland da clases de lo que más ama en su vida, la música, en un colegio que actualmente acoge a unos 150 alumnos de Primaria . El centro que gestiona «Born to Learn» imparte educación gratuita bilingüe en inglés y suajili (idioma de esta región de África) y reparte tres comidas diarias. «Es algo maravilloso, casi milagroso, porque de no ser así, el día a día de la mayoría de los niños a los que damos clases sería estar en la calle todo el día trabajando y sin prácticamente nada que llevarse a la boca. Con poco somos capaces de hacer mucho», afirma.

Según explica, gracias a este proyecto estos niños tienen clase de música reglada por primera vez en sus vidas. «Es algo fascinante y novedoso para ellos. Bailamos, cantamos, hacemos percusión corporal, tocamos instrumentos y aprendemos música propiamente dicha, y veo los resultados día a día a través de su ilusión. Siempre que me ven por el patio me gritan: ¡Lorenzo, ta ta ti-ti ta!».

Pero la labor de este maestro no solo se queda solo ahí, sino que enseña a los profesores locales y les muestra herramientas educativas para gestionar mejor sus clases. De hecho, el objetivo final es que la música continúe en el colegio impartida por un profesor local cuando él se vaya . «Para nada creo en la idea de que el blanco tenga que venir a África a hacer todo para siempre como si se tratara de una especie de postcolonialismo. Aquí no debes venir a lavar conciencias, sino a sembrar lo que puedas para que todo se siga desarrollando más y mejor cuando tú te vayas», dice tajante.

Lorenzo, junto al profesor tanzano que le sustituirá en sus clases BTL

Desde que puso un pie en Tanzania , en su primer viaje en taxi desde el aeropuerto hasta al alojamiento donde vive, este joven maestro toledano no ha dejado de sorprenderse para bien ante lo que se ha encontrado. «En cinco minutos sientes que estás en otro mundo diferente: caminos de otra época, coches de otra época, cinco personas en una misma moto, animales en camionetas… y el Kilimanjaro de fondo». En cierto modo, recuerda las historias que le han contado sus padres y sus abuelos de la postguerra española, «cuando no vivían, sino que sobrevivían».

De hecho, Lorenzo relata las experiencias que ha vivido en su día a día como profesor: «Ventanas abiertas, pizarras pintadas en la pared, no tenemos electricidad y muy pocos recursos. El calor es intenso, las ráfagas de viento y polvo constantes y, cuando nos cae un buen chaparrón tropical, tenemos que andar un rato para coger el transporte porque el camino se pone impracticable. Este tipo de cuestiones obliga a barrer y limpiar las clases todos los días. El día es intenso, pero para nada es una queja. Todo lo contrario. Ver sonreír a los niños todas las mañanas lo cura todo».

Supervivencia

La supervivencia es lo que tienen en común un gran número de tanzanos, señala Lorenzo, quien califica a Tanzania como «un lugar donde comer hoy solo significa tener la tripa llena hasta el día siguiente o donde unos cuantos chelines te salvan hasta que vuelva a salir el sol». A pesar de que la primera impresión que tienen de los «mzungu» (palabra suajili para definir a los blancos) es como un euro o un dólar andante, Lorenzo describe al tanzano como «amable, cercano y hospitalario».

Lorenzo, con uno de sus alumnos BTL

Quizás por esta razón y otras, aunque el joven profesor toledano tiene que volver a España a mediados de julio por cuestiones de visado, se ha enamorado de África y de sus gentes, y no descarta volver. «En el mundo occidental nos explican desde pequeños que la felicidad está estrechamente ligada a la estabilidad y a la certidumbre, a tener de todo y a temer todo lo que se escapa de nuestro entendimiento. La decisión trascendente en mi vida no ha sido venir a Tanzania, sino tomar decisiones libres. Al final siempre es cuestión de elegir y, si el camino es demasiado fácil, pregúntate rápidamente qué diablos está pasando. Cuando experimentas esa sensación de dirigir tu destino, ya no hay vuelta atrás, ya no hay tantos miedos ni prejuicios, ya eres rico» .

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