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Enrique Sánchez Lubián - Esbozos para una crónica negra de antaño (IV)

Accidente regio camino de «La Ventosilla»

En un tramo de carretera entre Escalonilla y La Puebla de Montalbán, el vehículo conducido por Alfonso XIII, al alcanzar a un campesino que caminaba muy despacio a lomos de un borriquillo, provocó que el animal se espantase, cayendo su jinete de bruces contra un montón de grava, causándole algunas lesiones en la cara

Palacio de «La Ventosilla», en Polán, uno de los cazaderos más reconocidos de la provincia de Toledo (Colección de postales del Centro de Estudios de Castilla-La Mancha, UCLM)

ENRIQUE SÁNCHEZ LUBIÁN

Desde tiempo inmemorial la caza ha sido una de las prácticas ociosas más conocidas de los monarcas españoles. A ella se sumó luego la pasión por el automovilismo. En la provincia de Toledo hay singulares cazaderos donde nobleza y realeza han prodigado sus aficiones. Uno de ellos es la dehesa de «La Ventosilla», en la localidad de Polán. En noviembre de 1915, en los prolegómenos de una de aquellas singulares cacerías, Alfonso XIII protagonizó un doloso accidente de tráfico, cuando conducía su vehículo, que a punto estuvo de costarle la vida a un viejo labrador que caminaba por la carretera a lomos de un borriquillo.

Afectada por los procesos desamortizadores del siglo XIX, «La Ventosilla», que desde la Edad Media había pertenecido a los arzobispos toledanos, fue subastada en 1855 con un tipo de salida de 1.230.422 maravedíes. Así pasó a manos privadas. En 1889, en la publicación quincenal ilustrada «Toledo» se indicaba que su propiedad pertenecía a los señores Murrieta, opulentos banqueros españoles residentes en Londres, poniéndose en valor su importancia cinegética, señalándose que en ella «una buena escopeta no necesita hacer muchas habilidades para matar en un día veinte liebres y otras tantas perdices».

El rey Alfonso XIII con un grupo de nobles asistentes a una cacería en la finca toledana (Foto recogida en el blog «Torrijos y su comarca» de Juan Antonio Morales

Al comenzar el siglo XX, la «Ventosilla», propiedad ya del duque de Santoña, acogió numerosas jornadas de caza protagonizadas por Alfonso XIII. En una de ellas se centra esta nueva entrega de los esbozos para una crónica negra de antaño.

A primeras horas de la mañana del 4 de noviembre de 1915 las autoridades civiles y militares de la ciudad de Toledo , acompañados de numerosos vecinos que eran contenidos por parejas de la guardia civil, esperaban ansiosos en las cercanías de la Puerta de Bisagra el paso de la comitiva automovilística que conducía al rey y su esposa hacia la finca de «La Ventosilla». Lo que se presumía como otro día más de feliz asueto para el monarca y su séquito, pudo tornarse en tragedia que empañase su imagen de afamado conductor

En un tramo de carretera entre Escalonilla y La Puebla de Montalbán , el vehículo conducido por Alfonso XIII, al alcanzar a un campesino que caminaba muy despacio a lomos de un borriquillo, provocó que el animal se espantase, cayendo su jinete de bruces contra un montón de grava, causándole algunas lesiones en la cara. Ni que decir tiene que en las crónicas de la época no hubo ni una sola línea que pudiera insinuar, siquiera, posibles responsabilidades del monarca en el suceso, sino todo lo contrario: «Don Alfonso -se publicaba en «El Eco Toledano»- , al darse cuenta del accidente, paró el coche, descendió de él de un brinco y se apresuró a levantar al viejecito. Con su pañuelo procuró contener la sangre que emanaba en abundancia de las heridas causadas en la frente; le hizo subir en el automóvil que ocupaba también la reina y en él le condujo a un caserío próximo. Allí quedó el viejo agradecidísimo a las atenciones del que él llamaba respetuosamente «señorito»... y a un billete de cien pesetas que don Alfonso le había entregado al despedirse». Para redondear con halago su reseña, el redactor del diario decía que la munificencia del rey fue tan loable como su modestia, no habiendo querido desvelar su identidad al herido, quien la conoció días después al mostrársele un retrato del monarca. Como no podía ser de otra forma, la crónica se titulaba «Generosidad del rey».

La caza ha sido una de las prácticas ociosas preferidas entre los monarcas españoles. Esta imagen fue tomada el mismo día del accidente reseñado en la finca toledana (Foto, Alba. Diario ABC)

Para hacernos cuenta de cuán generoso fue el donativo es conveniente recordar que, según la base de datos del INE, en aquel año un kilo de pan costaba 0,46 pesetas, uno de carne de vaca 1,82, uno de bacalao 1,77, uno de patatas 0,19, uno de garbanzos 0,86 y un litro de aceite 1,19.

Durante el transcurso de la cacería, de la que el diario «ABC» se hizo eco en su edición del día 6 de noviembre dedicándole dos fotografías en su portada, el rey «confirmó una vez más su fama de buen cazador», según se apostillaba en las páginas de «El Castellano».

En las colecciones hemerográficas se encuentran singulares ejemplos de cómo se informaba a los toledanos sobre estas jornadas de asueto del rey por nuestras tierras. Elocuente, por su pomposidad y generosidad en detalles, es la publicada el 3 de enero de 1907 en «El Castellano», dando cuenta del fastuoso recibimiento que Alfonso XIII tuvo en La Puebla Montalbán antes de trasladarse a la «Ventosilla»: «Son las doce y dos minutos de la tarde. El sol difunde sus vivificantes rayos de luz y calor sobre el azulado y diáfano cielo de esta regocijada población. Los penetrantes sonidos de las volteadas campanas de la Parroquial y los Monasterios anuncian la proximidad de SS. MM. Óyense, momentos después, los ensordecedores vítores de la entusiasmada multitud congregada para recibir a los Soberanos [...] Los automóviles del Rey y de la Reina avanzan con lentitud, rodeados de más de 3.000 personas, por las engalanadas calles [...] en que se admiran dos artísticos arcos de arbustos aromáticos, adornados de banderas y gallardetes y expresivas dedicatorias a los augustos viajeros [...] El Soberano, gratamente emocionado, erguióse sobre el automóvil como movido por un resorte, y sus ojos contemplan el cuadro magnífico y conmovedor que presenta la plaza del pueblo repleta de personas [...] El Rey, con majestuosa inclinación de cabeza, saluda a la Marcha Real, y entonces explota el comprimido sentimiento popular y escúchase un estruendoso ¡Viva el Rey! ¡Viva la Reina!, al que contesta visiblemente afectado D. Alfonso con entusiastas movimientos de cabeza [...] A duras penas consigue el caballeroso Duque de Santoña , «chaufeur» del automóvil del Rey, abrirse camino entre la muchedumbre [...] Menester fue que se impusiera la prudencia para que este entusiasmado pueblo desistiera de su empeño de acompañar a SS. MM. hasta la magnífica posesión de la Ventosilla».

Portada del diario ABC dedicada a la cacería real celebrada en «La Ventosilla» el 4 de noviembre de 1915

Fernando Adrada, autor de estas líneas, tampoco ahorró adjetivos a la hora de dar cuenta de los pormenores de la cacería, en la que se cobraron 734 piezas, la mayoría de ellas perdices. Para organizar la misma se precisaron cerca de doscientas personas, servidumbre y criados de la casa, interviniendo ochenta y cinco ojeadores. Concluida la misma, y para cruzar el río Tajo camino del lugar en el que les esperaban los automóviles para ir a Torrijos, donde los reyes tomarían el tren de regreso a Madrid, se preparó una barca engalanada a modo de buque.

Palacio modernista

Compañero habitual del rey en estos lances cinegéticos en la «Ventosilla» fue Carlos Mitjans y Fitz-James Stuart, hijo de los duques de Santoña, nacido en 1907, vigésimo primer conde de Teba, y quien pasados los años estaría llamado a convertirse en leyenda de caza española.

«La Ventosilla» continúa ofreciéndose como uno de los lugares más exclusivos para la práctica cinegética. Conserva su palacio de estilo modernista y sus jardines diseñados por el paisajista francés Jean Claude Nicolás Forestier a finales del siglo XIX. En ella se construyó una de las primeras pistas de tenis de la provincia de Toledo y dispuso de línea telefónica desde La Puebla de Montalbán, no librándose la misma de los robos de cable, hurtos que ya se realizaban por aquí en los primeros años del siglo XX. En septiembre de 1915, un mes antes de la cacería que antes referimos, un individuo llamado Zacarías Rodríguez cortó más de cuarenta metros del tendido telefónico, vendiéndolos a su convecino Benito Clímaco. Zacarías. Según se contaba en «El Castellano» , fue detenido y puesto a disposición judicial. Aunque nada se añadió en el diario, ni que decir tiene que el tendido debió ser rápidamente repuesto para que días después Alfonso XIII y su séquito no estuviesen allí incomunicados.

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