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Felipe VI y la Constitución: vidas paralelas

«Cuando aún no se han cumplido cuatro años desde su proclamación como Rey, los españoles hemos adquirido ya la certeza de que contamos con un Jefe del Estado muy bien definido en sus líneas de actuación: sentido del deber, discreción, profesionalidad, ejemplaridad. Pero, sobre todo, un compromiso cerrado y firme con los valores democráticos. Gracias por ello, Señor, y muchas felicidades»

NIETO

ANA PASTOR

Celebramos el 50 aniversario de Su Majestad el Rey el mismo año en el que se cumplen cuatro decenios de la Constitución española. Esta conmemoración de nuestra democracia no es sólo una fecha que nos invita a repasar la historia, sino también nuestro presente y nuestro futuro; el proyecto de país libre y avanzado que queremos mantener y perfeccionar; la nación hace ya tiempo reconciliada que puede -y debe- seguir trazando con entusiasmo su destino compartido. Dentro de algunos años, los historiadores harán la cuenta de esa España que depende de las mujeres y los hombres de hoy, y toda esa obra podrá resumirse mediante una fórmula que traduzca nuestra continuidad histórica, la biografía de este país moderno al que sin embargo preceden tantos siglos; pues nuestra España será la España de Felipe VI.

Ha sido sin duda la Constitución democrática la que le ha conferido a esa España una fisonomía propia. Con esa impronta ha nacido, en 2014, el reinado de Don Felipe, y el propio monarca es, generacionalmente, un hijo del sistema de libertades consagrado en la Ley Fundamental. Desde un punto de vista formal, la Constitución ha dado a nuestro Rey las claves para enmarcar su ejercicio de la Jefatura del Estado, recogiendo aquel principio enunciado por su padre Don Juan Carlos al promulgar la Carta Magna:

«La Monarquía, que como Institución integradora debe estar por encima de discrepancias circunstanciales y de accesorias diferencias, procurará en todo momento evitarlas o conjugarlas para extraer el principio común y supremo que a todos debe impulsarnos: lograr el bien de España».

Ya como Príncipe de Asturias, Don Felipe dejó claro que la Constitución no sólo representa para él un marco jurídico, sino, sobre todo, un marco ético. Lo expresaba en esa suerte de lema para la vida que adoptó desde muy joven: «Cuando tengo una duda, me agarro al cuello de la Constitución y no me suelto». No solo es la fuerza de las disposiciones constitucionales, sino el valor de sus principios, lo que supone para el Rey una guía fundamental para comprender aquel «bien de España» y todo lo que la Corona debe hacer para procurarlo.

Hay, pues, una perfecta correspondencia entre el espíritu de nuestra Carta Magna y la visión que el Rey tiene de la sociedad por la que trabaja. La enorme capacidad constructiva de la Constitución; su eficacia para convertir a España en una nación moderna; el ejemplo que dio al mundo sobre las virtudes del reformismo, resultan plenamente coherentes con la predilección del monarca por la figura de Carlos III, de quien dijo el historiador catalán Joan Reglà: «Carlos III trajo a España inteligencia, buenos propósitos y madurez de mando. Impulsó cuanto pudo las energías del país. Fue un gran constructor».

Al asumir sus responsabilidades como Rey, Felipe VI había acumulado también una notable madurez para los asuntos de Estado, pues a su esmerada educación sumaba las invalorables experiencias vividas junto a Don Juan Carlos. De ellas sacó una lección esencial, y es que la libertad y los derechos recogidos en la Constitución serían papel mojado si las instituciones -comenzando por la Corona- no se implicaran activamente en la defensa del Estado de Derecho. La democracia sólo es posible respetando la ley y haciendo lo necesario para garantizar su cumplimiento.

Felipe VI, además, tiene una lúcida conciencia de todos los desafíos que afrontan hoy los Estados, las naciones, los ciudadanos en el contexto de un mundo complejo, inserto en vertiginosas dinámicas globales. Junto a la Reina Letizia, el Rey se encuentra personalmente familiarizado y comprometido con las circunstancias, las dificultades y los anhelos de las generaciones más jóvenes, y comprende todo el protagonismo que ellas reclaman en la vida pública, empoderados por novedosos canales de expresión. Asimismo, y con una especial sensibilidad hacia los derechos de la mujer y la lucha contra cualquier forma de discriminación, la pareja real asume la educación de sus hijas, y en particular de la Princesa de Asturias, de acuerdo a los principios de pluralismo y respeto que deben presidir la sociedad abierta de nuestro tiempo.

También esa comprensión del contexto internacional y su experiencia largamente cultivada en la representación de nuestro país en el extranjero hacen de Felipe VI un significado valedor de la imagen de España, con una consideración, ante los ojos de la opinión pública mundial, que reviste la institucionalidad española de un notable prestigio.

Cuando aún no se han cumplido cuatro años desde su proclamación como Rey, los españoles hemos adquirido ya la certeza de que contamos con un Jefe del Estado muy bien definido en sus líneas de actuación: sentido del deber, discreción, profesionalidad, ejemplaridad. Pero, sobre todo, un compromiso cerrado y firme con los valores democráticos. Gracias por ello, Señor, y muchas felicidades.

ANA PASTOR JULIÁN es Presidenta del Congreso de los Diputados

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