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La yihadista que escuchaba heavy metal

ABC visita el entorno de la joven de Almonte que iba a enrolarse en Estado Islámico

A. R. VEGA

A María Ángeles Cala Márquez le encantaba escuchar los desgarros eléctricos del heavy metal. Hasta se hizo grabar con tinta en su espalda el nombre del cuarteto de culto Metallica . Lucía con orgullo el tatuaje de la banda de metal más importante del mundo, como quien exhibe una medalla de guerra, cuando acudía por las tardes a la escuela de adultos de Almonte para sacarse el graduado. No hace ni dos años de aquello.

La chica almonteña parecía determinada a encarrilar su vida y a retomar sus estudios abandonados de forma prematura, pero entonces un chico de origen magrebí la apartó abruptamente de este camino , según los pocos datos que han trascendido de la investigación realizada por la Guardia Civil bajo la supervisión del juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz. María Ángeles Cala se echó en brazos del ala más radical del islam. Decidió sellar un pacto de sangre con una facción del autoproclamado Estado Islámico, el Daesh. Su camino a la perdición pudo iniciarse en Sevilla, donde permaneció unos meses con el propósito de estudiar, después de realizar el primer curso de Bachillerato en el Instituto de Secundaria Doñana, en el municipio onubense . En la capital hispalense parece que «su familia perdió por completo el control de ella» , asegura una antigua compañera de trabajo de su madre en el hotel Flamero de Matalascañas. Fue entonces cuando trabó contacto a través de las redes sociales con la organización terrorista mediante mensajes encriptados en Surespot y comunicaciones en Facebook, Twitter o Whatsapp. Todos sus movimientos eran controlados desde hace meses por los agentes.

Conversión meteórica

La historia de la joven detenida el martes cuando iba a tomar un vuelo con destino a Siria para hacer la yihad ha asombrado incluso a los agentes especializados en la lucha antiterrorista. En las bases de datos del Ministerio del Interior no hay precedentes de una conversión al salafismo radical tan meteórica . Nadie esperaba que aquella joven solitaria y reservada, que hasta hace un año rendía culto a Metallica y vestía con estética gótica, labios pintados de color morado y enormes crucifijos al cuello, quisiera emprender el camino inverso al de los refugiados sirios que cruzan Europa Central huyendo de las bombas.

En Almonte no se lo creen. Allí no cabe otra devoción que la que el pueblo entero profesa a su patrona, la Virgen del Rocío. ¿Qué empujó a una joven de apenas 22 años, de una familia católica de clase trabajadora que hasta hace un año no había pisado una mezquita a dejarse la vida en la yihad? Su rápida metamorfosis es un proceso plagado de sombras. Una siniestra incógnita incluso para su padre , Joaquín Cala Mellado, dueño de una empresa de construcción y albañilería venida a menos con la crisis, que lleva más de diez años separado de su mujer, María Márquez, veterana gobernanta del hotel Flamero, al pie de la playa de Matalascañas, la Meca de los turistas sevillanos en verano. «¿Qué quiere que le diga? Nos hemos quedado todos muertos», responde expeditivo a ABC el progenitor en la puerta de su casa, una de las últimas viviendas que hay en la calle Los Llanos. Poco más tiene que añadir. «Si me he enterado de todo por la prensa... Ni siquiera me han llamado de la Guardia Civil. Nadie hasta ahora había hablado conmigo. No voy a decir nada», se justifica este autónomo del ladrillo próximo a la edad de jubilación. A su espalda, fotos de su hijastro sonriente en una montería y algunos trofeos de caza colgados en las paredes del garaje. Ahora es él quien parece abatido .

El padre no es el único afectado, ocurre igual con Carlos, el hermano de María Ángeles. «Carlos es un calco del padre, ambos han sido porteros y les gusta la caza», comenta un vecino, haciendo notar que las actuales creencias de la hija menor se encuentran en las antípodas de las de su familia. A su regreso al pueblo en verano, sorprende su radical cambio de aspecto , dando prueba de su personalidad tornadiza e influenciable. Un día, en julio, este joven se topó con ella. Había cambiado el look pseudogótico por el negro riguroso de la chilaba desde el cuello hasta los tobillos y, en la cabeza, la media niqab o el chador que usan las mujeres iraníes sólo dejaba al descubierto los ojos, la nariz y la boca. Sólo cuando iba a trabajar se desprendía de la indumentaria musulmana. «Yo no la conocía porque iba tapada de pies a cabeza. Me di cuenta de que era la hermana de Carlos porque me dijo adiós», rememora. « Jamás la he visto en un bar ni en ningún sitio del pueblo adonde va la gente de su edad en Almonte», dice.

El dolor de una madre

En el mismo barrio, que atraviesa la Virgen del Rocío de camino a Almonte cada siete años, pero en el número 16 de la calle Federico García Lorca, vive su expareja, y hasta hace poco también su díscola hija María Ángeles, la menor de los tres hermanos. La relativa calma del hogar materno vivió un tsunami el pasado martes . Cuatro patrullas con trece efectivos de la Comandancia de Huelva y de la Jefatura de Información se desplazaron hasta el domicilio materno, acordonaron la calle y registraron durante casi dos horas la casa. La joven llegó en un furgón camuflado y se marchó con la mirada perdida , en presencia de unos vecinos estupefactos. Desde entonces, la vivienda materna asemeja un búnker, persianas bajadas y puerta cerrada a cal y canto. «No tengo nada que decir», murmura desde el otro lado de la puerta María Márquez, con una voz quebrada por el dolor.

La vuelta de la hija descarriada a la casa familiar resultó un fracaso. No hubo modo de enderezar el camino torcido. Varios vecinos consultados por ABC atestiguan que la joven discutió con su madre, que recelaba de la religión que había abrazado. Su relación se erosionó tanto que acabaron poniendo tierra de por medio . María Ángeles buscó refugio en la casa de una amiga del pueblo que se hace llamar Manoli Espina en su perfil de Facebook. Española, madre separada con una niña de 7 u 8 años y recién conversa, como ella, al culto a Alá, pero sin relación contrastada con ninguna célula islamista. Era su confidente, la única persona con la que se la podía ver pasear y frecuentar la mezquita de Almonte cuando tocaban los rezos. María Ángeles había abrazado el islam antes que su amiga, que, «según lo que ha dicho en su declaración, recogió a la muchacha como un acto de solidaridad » en su vivienda de la calle Alfonso XIII cuando se peleó con la madre, relata Said Mefetah, el presidente de la asociación cultural islámica. Ahora la chica que cambió los acordes del heavy metal por los nashid, el cántico que arenga a los miembros de Estado Islámico, anda en boca de todos.

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