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Los votantes «cabreados»

Lo cierto es que Rajoy decidió ayer dar una rueda de prensa, pero no por la sentencia, sino por la moción de censura. que le ha presentado Sánchez. Es un matiz importante:no compareció el presidente de un partido avergonzado por la corrupción, compareció el presidente de un Gobierno amenazado por la oposición

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, ayer en su comparecencia tras el Consejo de Ministros. EFE
Juan Fernández-Miranda

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La sentencia del caso Gürtel es gravísima. No solo por la contundencia de las condenas, sino por los hechos probados: el PP se benefició de una trama de corrupción institucional surgida en su seno, su tesorero es culpable y su presidente no es creíble. La novedad es que no lo dice un testigo, ni un adversario político: lo dice la Audiencia Nacional. El Gobierno se agarra al voto particular y se encomienda al recurso ante el Tribunal Supremo: que si la sentencia no es firme, que si los jueces se han extralimitado, que si los hechos ocurrieron hace muchos años. Excusas de mal pagador. La sentencia es gravísima y no asumirla es no aceptar las reglas del juego. Las mismas a las que apela el Gobierno cuando son otros quienes se saltan la ley. Que si los ERE del PSOE en Andalucía, que si el 3 por ciento del PDECat. ¿Yel PP de Aznar? La corrupción no conoce de siglas y el rechazo debe ser el mismo.

La democracia es un régimen de opinión pública y a estos efectos la sentencia del caso Gürtel se ha convertido en el conjunto que agrupa todos las corrupciones del PP. Los «diez o quince casos aislados» que contabilizó Rajoy el miércoles en su entrevista con Herrera en Cope forman ahora parte de un todo que la Audiencia Nacional define como «un auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional». Sí, los hechos corresponden al PP de Aznar, pero las siglas son las mismas y fue Rajoy quien escribió «sé fuerte» al hoy condenado Luis Bárcenas. ¿O no fue así?

Cuando ABC le preguntó si estaba dispuesto a pedir perdón, el presidente del Gobierno se escabulló por la tangente: «lo he hecho hasta la saciedad». Pero ayer no lo hizo, y la sociedad lo esperaba porque ahora hay una condena, y entonces no la había. La sentencia, además, cuestiona directamente la credibilidad de su testimonio ante el juez. Me pregunto qué dirá cuando en la Audiencia Nacional se celebre el juicio por la caja B del PP, o la segunda parte de Gürtel, o los múltiples juicios «aislados» a quienes en otro tiempo tuvieron enorme poder en el PP. Porque ese es el futuro de esta legislatura, si es que el Gobierno no cae por el camino.

Lo cierto es que Rajoy decidió ayer dar una rueda de prensa, pero no por la sentencia, sino por la moción de censura. que le ha presentado Sánchez. Es un matiz importante:no compareció el presidente de un partido avergonzado por la corrupción, compareció el presidente de un Gobierno amenazado por la oposición. Fue una comparecencia diferente a las habituales, porque como definió uno de los suyos a este periódico, estaba «cabreado» después de que el secretario general del PSOE se quitara la careta constitucionalista y reconociera públicamente su falta de pudor para aceptar los votos de los independentistas. Aquello que negó una y otra vez cuando intentó ser investido es, de repente, admitido públicamente, y solo diez días después de fotografiarse sonriente con Rajoy en Moncloa para renovar la unidad constitucional frente al separatismo. Como si los votos del PDECat no estuvieran manchados por la corrupción, como si los votos independentistas no estuvieran manchados por el golpe de Estado catalán.

La sentencia de Gürtel ha reventado la estabilidad de la legislatura y ha destapado las ambiciones de los partidos. Tanto Sánchez como Rivera han visto un atajo hacia La Moncloa y no quieren desaprovechar la ocasión. El problema de ambos es que sus intereses no son complementarios, porque uno quiere gobernar y el otro elecciones, y esa es la principal fortaleza de Rajoy.

El presidente del Gobierno, lejos de plantearse si el obstáculo es él, se atrinchera consciente de que su principal fortaleza es la falta de acuerdo de la oposición. De momento no hay alternativa seria, pero los votantes del PP siguen sumando motivos para estar «cabreados». Y, entretanto, la Bolsa cae, la prima de riesgo sube y los separatistas se frotan las manos.

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