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Luis Herrero - PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA

El referéndum de Babel

LUIS HERRERO

¿Cuántos rubicones más tienen que cruzar los independentistas para que tengamos claro que la suerte está echada? Sólo en esta semana han vadeado tres: han aprobado los presupuestos generales que incluyen la partida económica necesaria para financiar el referéndum, han abierto el concurso público de proveedores de sobres y papeletas y han puesto en marcha la ponencia conjunta que tiene que promulgar, sin discusión parlamentaria, la ley que invocará la convocatoria de la consulta.

Ya no se trata de bravuconadas dialécticas que se lleva el viento, sino de hechos consumados que acarrean consecuencias. Y no precisamente inocuas. O sirven para alfombrar la llegada de la república catalana –espero que no–, o sirven para que sus promotores las pasen canutas en los tribunales de justicia. Lo más interesante de la sentencia del Supremo contra Francesc Homs es que marca el camino jurídico a futuras condenas por malversación a quienes se empeñen en seguir su ejemplo. Ya no hablamos de inhabilitación. Hablamos de cárcel.

Sólo por lo que ha ocurrido esta semana es inevitable que Carmen Forcadell, más pronto que tarde, acabe igual o peor que sus antecesores en el camino de la desobediencia al Tribunal Constitucional: o expulsada de las instituciones democráticas, y por lo tanto condenada a vagar por cancillerías europeas de segunda fila exhibiendo sus heroicos muñones de víctima propiciatoria, o enchironada en Brians-dones durante alguna temporada. A los miembros del Govern podría pasarles lo mismo. Ayer supimos que la Fiscalía ya ha comenzado a olfatear las huellas de sus últimas decisiones.

La acción de la justicia es lenta pero inexorable. Sus consecuencias tardan en llegar pero casi nunca fallan. Y eso lo sabe hasta el apuntador. Ninguno de los infractores se chupa el dedo . Tienen asumido que su desafío, si fracasa, les saldrá muy caro.

Consecuencias irreversibles

De hecho ya hay consecuencias irreversibles. ¿Qué más pueden perder, además de su propia libertad y de la licencia para seguir en la vida política? Y si ya sabemos que eso no les frena –las pruebas lo corroboran–, ¿qué nos hace pensar que no consumarán la machada del referéndum independentista?

El Gobierno no quiere ni pensar que haya que utilizar la fuerza para imponer el respeto a la ley. Y, como no quiere pensarlo, no lo piensa. Es la estúpida lógica del avestruz . Si el riesgo no está en su cabeza, cree que no existe.

La polvareda que oscurece el horizonte no es la prueba material de que un gran ejército secesionista avanza decididamente hacia la contienda, sino el efecto óptico de un truco de tramoyista. Algo así como una versión adaptada del tambor del Bruch : sólo unos cuantos revoltosos armando ruido para que el eco de las montañas les hagan parecer multitud.

La consecuencia de ese análisis pastueño es que convierte en inverosímil cualquier amago de autoridad. Cuando Mariano Rajoy quiera rugir, suponiendo que algún día se desperece, nadie le tomará más en serio que al león de la Metro.

Mientras tanto, los independentistas catalanes no sólo han llegado a las murallas del castillo, sino que han empezado a escalarlas y sus testas ya asoman por los huecos de las almenas. Tal vez algunos cañonazos, desde la distancia, hubieran tenido un efecto disuasorio. Ahora, a punta de bayoneta, la tragedia se antoja inevitable.

La única esperanza que queda es que las desavenencias internas que empiezan a aflorar entre los promotores del procés les vayan haciendo cada vez más débiles.

Esas discrepancias se han hecho especialmente visibles con motivo del concurso público de proveedores de sobres y papeletas electorales que acaba de abrir la Generalitat de Cataluña. El PDCat da a entender que es un ardid para preparar de manera encubierta la infraestructura del referéndum de independencia, la CUP se teme que responda a un plan sucedáneo para reconvertir la consulta prometida en unas elecciones plebiscitarias y ERC lo vincula a las elecciones constituyentes programadas para después del triunfo de la secesión.

Es llamativo que no se pongan de acuerdo. Y esperanzador. Explica el Génesis que la construcción de la torre de Babel, que pretendía llegar hasta el cielo, se paralizó porque sus albañiles comenzaron a hablar idiomas distintos y dejaron de entenderse. Un reino dividido contra sí mismo no puede subsistir.

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