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EL PERFIL

La oscura fuerza de Marta Rovira

Precipitó al desastre al «procés», a Puigdemont y a Junqueras, mientras continúa con su vida y con su familia

Ahora anuncia su fuga de España para no hacer frente a la Justicia

Caricatura de Marta Rovira, por Iván Mata
Salvador Sostres

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Cualquier tragedia tiene un personaje secundario que la acaba desencadenando. Y su oscura fuerza, normalmente teñida de falsa debilidad, es la que a todos precipita al desastre. El «procés» ha tenido a Marta Rovira , que entre dogmas y lloros ha convertido a un presidente de la Generalitat en un presidente depuesto y fugado y al presidente de su partido en huésped del «módulo de los atroces» Estremera. A ambos -entre muchos otros- acusó, sollozando, de traidores cuando iban a decantarse por la solución legal y razonable de convocar elecciones autonómicas. Sus gritos, sus insultos y ese llanto desconsolado con que siempre -y por motivos que nunca he comprendido- lo rural logra acomplejar a la ciudad todavía resuenan en el Palau, y mientras ella vive su vida con normalidad y junto a su familia, los que le hicieron caso viven sometidos a un sufrimiento terrible y que además va agudizarse.

Marta Rovira i Vergés (Vic, 1977) sabía tan exactamente como Puigdemont y Junqueras que no había nada preparado para poder aplicar una declaración de independencia. Ni siquiera ella estaba preparada -menos ahora que ha anunciado su fuga de España- para tomar las riendas de su partido y de su candidatura en el previsible caso de que el líder fuera inhabilitado o encarcelado. Pero lloró. Y gritó. Y a todos acomplejó con esa superioridad moral que sin saber muy bien por qué concedemos los de ciudad a los que vienen del interior, del «backgarden», del «rerepaís», como si les concediéramos un plus de buena fe y de autenticidad.

Lo cantonal se impone

Cataluña se ha dejado arrastrar por el pueblo profundo, por la provincia atroz, y Marta Rovira encarna trágicamente esta metáfora. Lo cantonal se ha impuesto a la lógica internacional y el furor selvático se lo ha llevado todo por delante. Tam-tam discursivo, prepolítico y moral con que la señora Rovira, a quien Junqueras eligió de segunda para que le tuviera la casa -tanto en el partido como en el grupo parlamentario- limpia y ordenada, ha encendido todas las alarmas en una Esquerra que hace sólo diez días se sentía la segura vencedora de las elecciones y hoy languidece en todas las encuestas porque en el delirio extremo del independentismo, lo del fugado de Bruselas parece más épico que cualquier gestualidad de Junqueras, incluso la de permanecer voluntariamente en la cárcel -no le dijo al juez Llanera lo que sabía que tenía que decirle para que le dejara en libertad- por ver si logra con victimismo recuperar algunos escaños.

Desde que Junqueras la eligió como su segunda, los más estrechos colaboradores del vicepresidente han intentado darle forma y voz, si no presidencial, como mínimo política, y con mucha paciencia han intentado iluminarle la sombra agraria y pulirle el cucharón de madera. Pero aunque algún progreso han logrado, lo boscal permanece con sus densas nieblas del amanecer, y en el cara a cara con Inés Arrimadas en «Salvados» tocó fondo, hasta el punto de que los estrategas de ERC le buscaron la excusa de la manifestación de Bruselas para que el primer debate electoral, el del pasado jueves en La 1, pudiera ahorrárselo.

Marta Rovira, en un acto de ERC en Blanes (Gerona) el viernes ERC

Los republicanos han asumido rápido y con entereza que Junqueras no podrá ser presidente de la Generalitat y que la señora Rovira es lo que tienen, pero se sienten francamente inseguros con sus intervenciones públicas: en menor medida con las entrevistas pero con auténtico vértigo por los debates , porque temen que se ponga a llorar por cualquier cosa o que, llevada por la excitación del momento, suelte cualquier disparate del que luego tenga que retractarse, o lo que es peor, avergonzarse.

Como Artur Mas hizo con la Generalitat, con Convergència y con su propia presidencia, Marta Rovira ha destruido la centralidad política en la que tan laboriosa y concienzudamente Junqueras quiso resituar a Esquerra, y ha dinamitado los delicados equilibrios con que el líder intentó mantener, de cara a la turba, su pedigrí independentista pero sin hacer nada concreto que pudiera inhabilitarle ni mucho menos llevarle a prisión.

«Lo de "los muertos en la calle" además de ser mentira fue cínico ya que ella en privado siembre explicó que para lograr la independencia necesitarían varias decenas de muertos»

Por su culpa, ERC se ha quedado sin su líder, sin su candidato, y lo más seguro es que sin su victoria electoral, cuando por primera vez desde Companys podía recuperar la presidencia de la Generalitat. En el mismo sentido trágico, forzó a Puigdemont a declarar la independencia y al presidente Rajoy a «hacer lo que no queremos hacer», que fue aplicar el artículo 155 y dejar a Cataluña sin su autogobierno. Y lo hizo sabiendo que era exactamente lo que sucedería porque sabía tan bien como el presidente y su vicepresidente que no había absolutamente nada preparado ni disponían de la mayoría social ni del grado de tensión necesarios para precipitar los acontecimientos con alguna -ni que fuera remota- posibilidad de éxito.

Lo de «los muertos en la calle» con que dijo que el Gobierno les amenazó, además de ser mentira, fue cínico que lo mencionara precisamente ella que en privado siempre había explicado que asumía sin problema que para lograr la independencia necesitarían una agitación callejera permanente y probablemente varias decenas de muertos.

Mientras todo lo que ha tocado se desmorona y todos a los que ha acusado de traidores pagan con ración triple de amargura el haberse dejado impresionar, Marta Rovira continúa con su vida y con su familia como si nada hubiera pasado y culpando de todo a España.

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