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«Nadie sospecha de nosotros», la grabación que destapó la infidelidad del concejal de Llanes

El inductor grabó con el móvil a su mujer y al edil en un restaurante y lo mandó a la hija de Ardines

Pedro Nieva (a la izquierda), con su mujer y Javier Ardines (a la derecha) ABC
Cruz Morcillo

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Fue en diciembre de 2017 . Pedro Nieva había empezado a sospechar de las escapadas de su mujer a Llanes sola, a la casa que se habían comprado a cien metros de la de Javier Ardines en Belmonte de Pría. La pareja estaba comiendo en un restaurante de la zona con el concejal, marido de la prima de Katia y amigo de ambos. Pedro se fue al baño y dejó su móvil grabando sin que ellos se percataran. Así consiguió la prueba que nunca hubiera querido encontrar. «Menos mal que nadie sospecha de nosotros, a ver si seguimos así». La frase no es textual, pero responde en esencia al mensaje de disimulo y alivio que transmitía la pareja, según fuentes del caso.

«No había ningún contenido sexual, pero para él fue suficiente por las sospechas que lo cercaban», explican. Cuando estuvieron a solas, Nieva preguntó directamente a su esposa por esa relación y ella se lo negó. A partir de ahí, el hombre enamorado o celoso, o ambas cosas, empezó supuestamente a rumiar su venganza.

La entregó

La grabación la mandó a la hija de Ardines y fue ella quien tras el asesinato de su padre la entregó a la Guardia Civil y les habló de ese desagradable episodio. Los investigadores le habían pedido a la familia que pensaran quién podía tener algo contra la víctima. Nuria, la mujer del concejal, ya estaba a esas alturas al tanto del audio y la relación entre las primas había saltado por los aires.

Más tarde, los agentes averiguaron que los escarceos entre Katia y Ardines se remontaban treinta años atrás cuando ella tenía 17. La propia Katia lo reconoció ante las preguntas de los investigadores y sus inconsistencias para disimular lo que ellos ya sabían. Nieva había descubierto la infidelidad pero no imaginaba tres décadas de disimulo y mentiras hasta que la juez de Llanes lo puso el jueves por la noche frente al espejo al tomarle declaración. El presunto inductor del crimen se desmoronó y no abrió más la boca.

El plan de matar al concejal se fraguó a partir de diciembre, a juicio de la UCO , cuando Nieva obtuvo la prueba que intuía. Uno de los sicarios detenidos declaró que el encargo era darle una paliza y que a su compinche, encarcelado en Suiza, se le fue de las manos y lo mató. La autopsia desmiente esa versión. Los dos argelinos contratados por Nieva rociaron con gas pimienta a la víctima y lo golpearon, pero él logró escapar unos 60 metros. Le dieron alcance y con un bate de béisbol le propinaron un golpe en la cabeza casi mortal, que le destrozó el cráneo. Pero además lo asfixiaron rodeándole el cuello con el antebrazo .

Los investigadores creen que fue el sicario encarcelado en Suiza el que lo remató dada su envergadura. «Es una bestia», dicen. Ardines, también muy corpulento y fuerte, tuvo pocas posibilidades de defenderse.Sus manos quedaron atrapadas entre el pecho y el suelo y aun así pataleó e intentó zafarse.

Djilali Benatia, uno de los sicarios, aseguró a la juez que cobraron 5.000 euros, que era lo pactado por dar un susto a Ardines, pero que al enterarse de que lo habían matado Nieva les dio otros 20.000 . La fiscal se mostró escéptica y aseguró que no es creíble que se llegue a un acuerdo sobre una cantidad y después te paguen ese sobreprecio. Los investigadores también creen que Nieva, a través de su amigo Jesús Muguruza, los contrató para matar al edil, no para darle una paliza. Muguruza fue la persona que se encargó del pago y las sospechas es que él cobró otros diez mil euros. No solo puso en contacto al marido vengador con los argelinos, sino que en el primer viaje de reconocimiento a Llanes él también acompañó a Nieva y a Benatia. En total hubo cuatro viajes, según las pesquisas, incluido el intento fallido y el del asesinato.

Los agentes de la UCO, los mismos que en poco más de un año han resuelto el crimen de Diana Quer, el del niño Gabriel Cruz y el de Laura Luelmo, la profesora zamorana, tuvieron claro que los celos descontrolados del sospechoso eran la clave. La juez, también. El jueves preguntó a Nieva si había usado un programa espía para vigilar a su mujer.

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