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VÍCTIMAS DEL TERRORISMO

Metralla en el alma: «Cuando ETA mató a mi padre dejé de confiar en el mundo que me rodeaba»

Maite Araluce tenía 15 años cuando escuchó desde su casa cómo ametrallaban a su padre, presidente de la Diputación de Guipúzcoa. Cuarenta años después se lamenta de que «las víctimas seamos incómodas»

Maite -primera por la izquierda, de pie-, junto a sus padres y sus ocho hermanos ABC
Javier Chicote

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Juan Mari Araluce , presidente de la Diputación de Guipúzcoa, llamó a su casa y avisó de que se retrasaría , que los niños fueran comiendo para regresar al colegio. Maite, que ese cuatro de octubre de 1976 tenía quince años, comenzó a comer junto a siete de sus hermanos. En la mesa solo faltaba la mayor, que estaba fuera. «Papá viene más tarde», les dijo su madre.

«De pronto empezamos a oír metralletas, salimos a la calle y nos lo encontramos todo », rememora Maite. «Todo» era su padre, el chófer de la Diputación y tres policías nacionales acribillados a balazos. Los etarras sabían que el presidente de la Diputación iba a comer a su casa, y lo esperaron en la marquesina de una parada de autobús. Dos de sus hijos se montaron en los asientos delanteros del mismo coche y un tercero detrás, sujetando a su padre, y lo llevaron al hospital.

«A las niñas no nos dejaron bajar, pero yo salí. Recuerdo una escena horrorosa . Subí en estado de shock a casa. Se fueron todos y luego llegó mi madre y nos dijo que no había sobrevivido. Ese día perdí la confianza en el mundo que te rodea».

Cuarenta años después nadie, salvo ellos, saben quiénes fueron los autores de la masacre. Ni han pagado por estos crímenes ni lo van a hacer. «Al año siguiente dieron la amnistía y nos tuvimos que ir de San Sebastián , era imposible vivir allí. Mi madre dijo que no nos podíamos criar en ese ambiente de odio y nos fuimos a Madrid, a empezar una nueva vida. Se te acaba la infancia, la adolescencia, te quedas sin padre».

Maite Araluce critica que «en principio la amnistía se dio como borrón y cuenta nueva, aquí no va a haber nada más, y fue al revés, aprovecharon para rearmarse y para matar».

Hace unos meses Maite acudió a unas jornadas en el País Vasco, donde se afirmó que todas las víctimas del terrorismo tienen derecho a la justicia. Ella levantó la mano para decir que no , que «las anteriores a la amnistía no tenemos ningún derecho a nada».

Recuerda un dato: «En los casos sin investigar, sin detenidos, sin juicio, no tenemos la mitad de la indemnización. Es un tema menor ante la muerte de un padre, que no lo voy a recuperar ni por todo el oro del mundo, pero es un hecho que debe saberse» (si hay juicio, los etarras son condenados a indemnizar a las víctimas, se declaran insolventes y el Estado lo cubre).

La entrega de armas del sábado ha reabierto las heridas. «Estoy indignada, pero sobre todo me puede la tristeza y me duele mucho. No entiendo cómo esta gente tiene la empatía de la gran mayoría de los partidos políticos y las víctimas no tenemos la empatía de nadie. No hemos hecho nada, han acabado con nuestra vida y no contamos con el apoyo de prácticamente nadie, no te lo crees».

La hija de Juan Mari Araluce no comprende por qué se «jalea» a los terroristas y se les invita a «mesas redondas y teatrillos» por entregar «armas limpias, por supuesto». A Maite le sorprende que haya tanta gente que se pone en el lugar de los presos y no en el de las víctimas, «vidas rotas» en cuyas heridas «hurgan una y otra vez» , como cuando «un terrorista sale de la cárcel y le hacen una fiesta».

«Una concejal ha pedido al ministro del Interior que encarcelara a los presos enfermos, que hay muchos con enfermedades psíquicas y que por humanidad hay que sacarlos. ¿Y la cantidad de víctimas que tienen enfermedades psiquiátricas, que están encerrados en sus casas? Nadie pide por ellos, es el mundo al revés», sostiene Araluce. Muchas víctimas sienten que son incómodos. No se les saca en las televisiones «para que no se nos ponga cara». «Si cuentas tu historia van a empatizar contigo, y eso hay gente a la que le incomoda ».

A las víctimas de la banda terrorista ETA se les exige olvidar y, si no lo hacen, se les reprocha. «No podemos pasar página si nos están metiendo el dedo en el ojo», dice Maite. Recuerda el caso de una víctima que tiene metralla «muy chiquitita en los ojos». Es tan diminuta que no se la pueden quitar. Siempre va con gafas oscuras, «porque si le da el sol se calienta y se expande, lo que le produce un dolor horroroso». Esa metralla la tienen las víctimas en el alma .

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