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«Loverboy»: del altar al prostíbulo

El chulo de Irina era también el padre de su hija; tenía que ganar 3.000 euros al mes para no perderla

Cristinel Ciulin, el proxeneta, tras ser detenido EFE
Cruz Morcillo

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«Me voy a quitar la vida. Ya no aguanto más. Ayúdenme por favor» . La llamada se recibió en la Brigada de Extranjería de Ibiza el pasado 24 de noviembre. Irina, rumana de 30 años, marcó el teléfono que le había dado un mes antes un policía durante una inspección en el club de alterne por sorpresa por si alguna chica quería denunciar. La comunicación fue brevísima. Irina contó que estaba retenida, no en la isla, sino en un pueblo cercano a Figueras, por su pareja que la obligaba a prostituirse. «Estaba desesperada y aterrorizada por lo que le pudiera pasar a ella y a su hija de tres años» , explica el jefe del Grupo VII de la Brigada Central contra la Trata de Seres Humanos.

La Policía activa a todos los grupos de investigación que pueden ayudar a Irina, pero no hay manera de localizarla en los pueblos cercanos a Figueras. El teléfono desde el que había llamado no era suyo y nadie vuelve a responder hasta que tres días después la chica entre susurros habla con otro agente y le anuncia que va a tratar de escaparse con su niña y cuando lo consiga les pedirá ayuda. Por segunda vez se corta la comunicación.

Los investigadores peinan el padrón, los locales, rastrean los pocos datos que tienen hasta que el 28 dan con un Audi A5 con matrícula rumana en la Vilabertran (Gerona). Allí encuentran también un dúplex en el que sospechan que vive la familia. A la mañana siguiente, entran en la casa y detienen al rumano Cristinel Ciulin, pareja de Irina y padre de su hija: su chulo.

«Soy yo, el policía con el que hablabas», la tranquiliza uno de los funcionarios. «Se pasó diez minutos llorando sin parar, dándonos las gracias por rescatarla a ella y a la pequeña» , explica el responsable del dispositivo. La niña estaba en ese momento en la guardería y hasta allí fueron a buscarla mientras el arrestado era trasladado a la comisaría.

La denuncia de Irina es demoledora y pone al descubierto cómo actúan los «loverboy», mercaderes de personas que se valen de la miseria, del amor fingido y de la superioridad física para consumar primero el engaño y después la explotación. Irina trabajaba como dependienta en una tienda de su Galati natal (Rumanía). Tenía 20 años cuando empezó a frecuentarla Cristinel con el que se ennovió . Él, once años mayor, la convenció de que España era su dorado particular al que debían viajar juntos –en teoría con los ahorros de Cristinel– para trabajar y prosperar.

Irina no lo dudó. Llegaron en noviembre de 2008 y se establecieron en Figueras. Los ahorros se acabaron en cuestión de semanas. Ninguno tenía trabajo. «Me convenció para que empezara a prostituirme en el club Moonight solo por un tiempo mientras él encontraba un empleo», recuerda la mujer. Aceptó por amor y porque no tenían para comer. Irina descubre con horror que su novio ya ha tenido colocada en ese mismo local a otra mujer. Cuando le dice que deja la prostitución empiezan las amenazas y las palizas; el amor y el miedo de la mano agarrándola inseparables.

Esclava del sexo

«La explotación sexual dura ocho largos años, en principio en el Moonight y desde 2012 para aumentar los ingresos la manda en verano a Ibiza a otros dos clubes, con numerosos episodios de violencia», explican desde la Brigada. Irina trabajaba como una esclava mientras su pareja hacía su vida y gastaba a espuertas el dinero que ella ganaba: ropa cara, gimnasio, coches de alta gama, drogas y largas horas apostando con otros proxenetas de La Junquera en pisos clandestinos. Si ella se quejaba, la respuesta era otra paliza.

En 2013 la mujer se queda embarazada y vuelve a Rumanía. Hasta allí la sigue él y la convence -cuando nace la niña- de que regrese prometiéndole que se acabó la prostitución. El «loverboy» vuelve a triunfar, más que nunca porque las amenazas se extienden a la pequeña. Si Irina quiere verla o estar con ella debe trabajar en el club. «En verano si ella no le mandaba 3.000 euros al mes desde Ibiza no la dejaba hablar con la cría por Skype» . Acabada la temporada, la mujer vuelve a casa sin atreverse a denunciar, pese a que la han visto llegar marcada y llena de moratones al prostíbulo. «En Rumania sigue prevaleciendo el padre, su miedo principal era que le quitara su hija»

«Puta, te voy a matar a palos», la amenazaba. En las palizas nunca había testigos, pero tras liberar a la víctima los agentes lograron encontrar a dos: un trabajador del club de Ibiza que intentó que ella denunciara y otra meretriz que había fotografiado a su compañera cubierta de moratones antes de trasladarse a Italia.

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