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Jersey, un paraíso fiscal británico de 100.000 vecinos a 22 kilómetros de Francia

No existe el IVA ni la mayoría de los impuestos y 33 bancos tienen licencia allí

LUIS VENTOSO

Una anomalía medieval ha acabado convirtiendo a Jersey, una verde y bonita isla de 118 kilómetros cuadrados en el Canal de la Mancha, en un paraíso fiscal en el corazón de Europa . El oasis tributario se comenzó a construir en los años cincuenta del siglo pasado. En 2007, con solo cien mil habitantes administraba 220.000 millones de libras de depósitos bancarios y 221.000 más de fondos. ¿Su secreto? Fiscalidad casi cero y opacidad. Cuando se desmoronaron la URSS o el odioso apartheid sudafricano, Jersey fue el destino elegido por sus jerarcas para ocultar parte de sus fortunas. Ahora toda España mira al enclave del Canal, porque allí se rubricó el final de José Manuel Soria como ministro y como político.

Jersey (Bailía de Jersey de nombre oficial) goza de un extraño estatus, que la convierte en un raro limbo. Aunque está a 22 kilómetros de la costa gala y a 87 de la inglesa, formalmente debe obediencia a la Corona Británica y su moneda es la libra de Jersey, asociada a la del Reino Unido. Pero en la práctica goza de una inmensa autonomía, con sus propias leyes, gobierno… y modelo fiscal especial . Todo arranca en 1204, cuando el Rey inglés Juan pierde frente a Francia el Ducado de Normandía. Pese a su derrota, logra mantener ciertas posesiones de ducado en el canal: Guernesey, Alderney, Sark, Herm y la mayor de las islas, Jersey. Una bula del papa Sixto IV en 1481 acabó de blindar a esas posesiones, que quedarían al margen de las continuas agarradas bélicas de ingleses y franceses.

Desde entonces hasta el siglo XX, Jersey no tiene mucha historia. Hasta los años cincuenta vivía de la agricultura (buenas vacas y buenas patatas) y del turismo, pues goza de hermosas playas y paisajes y un clima levemente más benigno que el del Inglaterra, aunque el mercurio no sube en verano de los 21.

Tras el batacazo de la crisis del 29 las grandes potencias restringieron la libre circulación de capitales. En algunos países, como en el Reino Unido, los plutócratas sufrían con la enorme carga fiscal, pues debido a las carencias que siguieron al inmenso esfuerzo de la Segunda Guerra Mundial, el país acabó adoptando un modelo de intervencionismo económico que en la práctica era socialista. Las herencias de más de un millón de libras llegaban a pagar a Hacienda un tipo del 80%. Pero Jersey era diferente: allí no existía el impuesto de sucesiones. Los ricos ingleses comenzaron a trasladar allí su dinero y constataron que en realidad podía evadirse casi cualquier impuesto.

Los bancos fueron detrás . Hoy en la llamada Explanada de la coqueta capital St. Helier pueden verse las sedes con buenos edificios de HSBC, Credit Suisse, Sociéte Générale… A finales de los años sesenta los depósitos bancarios eran ya de 300 millones de libras y el ratio de renta por habitante era diez veces mayor que en el Reino Unido. La industria financiera de Jersey, una «posesión peculiar» de la Corona inglesa, tomó tal velocidad que solo en 1970 creció un 45%. No hay IVA, ni impuestos sobre los beneficios y las herencias.

No tiene IVA

Jersey ha perdido algo de fuelle, porque su situación de paraíso fiscal de facto acabó por escandalizar y movilizar al paquidermo comunitario. La UE exigió en 2008 que las empresas foráneas que se radicasen en un territorio tributasen del mismo modo de las locales. Dado que el único gancho de Jersey y su primera industria eran sus servicios financieros (la llamaban la City del Canal), no podían perder esa ventaja. Así que lo que hicieron fue reducir a cero los impuestos para los habitantes y las industrias locales, que antes si pagaban algo. Eso ha dañado sus arcas públicas, con serios problemas de déficit, pero ha permitido mantener su rasgo distintivo de oasis tributario. Aunque no tiene IVA, Jersey aceptó en 2008 crear un impuesto de bienes y servicios del 3% y gavar con otro del 20% a las empresas financieras y de servicios públicos .

Su tirón se ha reducido. Si en 2000 había 73 bancos operando con licencia de Jersey, en 2014 eran 33 . De 2007 a 2014 los depósitos bancarios también cayeron un 40% y la industria financiera se ha recortado un tercio. Jersey ha aceptado también ser más transparente (o eso repite) y en principio menos abierta aceptar capital de origen deleznable –dictadores y criminales–, pero se la sigue considerando la punta del iceberg de una procelosa montaña de dinero turbio.

Las vacas y las patatas conviven con joyerías de híper lujo. En sus marina corre el champán y los precios de la vivienda solo comparables a los de Londres. El gran invento de refugio fiscal en medio del Canal tiene un arquitecto, se llama Colin Powell, como aquel general de agridulce recuerdo, es economista y tiene ya 80 años. En 1969 las autoridades isleñas lo ficharon cuando trabajaba en la administración norirlandesa. Todo el andamiaje institucional de Jersey, donde en la práctica no hay partidos políticos y todos los diputados son «independientes», es tan vaporoso que en la tarjeta de Powell, el hombre fuerte, solo pone que es «asesor para asuntos internacionales». Flaco y de aspecto curil, trabaja en una espartana oficina, desde donde se ideó cómo mover el dinero del mundo. Ese es ya el único negocio de la isla, porque el turismo, su otro pilar antaño, ha caído muchísimo (1,5 millones de visitantes en 1979 y unos 300.000 ahora, atraídos sobre todo por sus productos de lujo sin IVA). Pero el paro sigue siendo del 1% y el nivel de vida, el mayor de Gran Bretaña. A pesar de su angosto territorio, ningún británico tiene tantos coches por cabeza como los vecinos de Jersey.

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