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Gibraltar y el Brexit: la gran traición

España ha asumido las tesis gibraltareñas de un Brexit especial para la colonia, que empezará por no incluir para nada la soberanía y dar prioridad a las personas que cruzan cada día la Verja

El denominado peñón de Gibraltar FRANCIS SILVA
José María Carrascal

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Creíamos que Moratinos había cometido la mayor deslealtad a España al visitar Gibraltar como ministro de Asuntos Exteriores, concediéndole el rango de interlocutor, con una trayectoria diplomática española de no negociar sobre ese contencioso más que con el gobierno británico. Pero está a punto de ser superada con la renuncia camuflada de España a su reivindicación sobre Gibraltar, que han mantenido gobiernos de todos los colores desde que los ingleses se apoderaron arteramente de él, aprovechando una de nuestras luchas domésticas. Sin que todos nuestros esfuerzos para recobrarla, avalados por instancias internacionales, hayan dado fruto.

Creímos que el Brexit iba finalmente a corregir esa injusticia histórica. Si el Reino Unido abandonaba la Unión Europea, Gibraltar se iba con él, ya que con él había entrado, dejando a España el control de esa frontera, como se estableció desde un principio y Bruselas aceptó: «Las relaciones con Gibraltar tendrán que decidirse en negociaciones entre los gobiernos español y británico» se dispuso en el primer protocolo del Brexit, y así se ha mantenido. Puede imaginarse la alarma que despertó en Gibraltar, que se puso febrilmente a anularlo y disponer un Brexit especial para el Peñón , un Brexit que no fuera Brexit. Al final, parece haberlo conseguido. Lo más vergonzoso: con nuestra ayuda. No es la primera vez, pero sí la más grave, en esta triste historia

Si ha habido un tema que atraviesa mi trayectoria periodística es Gibraltar. Lo sigo, como cronista y testigo, desde que saltó a la escena internacional hace ya medio siglo a caballo de la descolonización, que creímos iba también a acabar con su condición de colonia. Debiendo confesar una cosa: que ingleses y gibraltareños han engañado a todos nuestros ministros de Asuntos Exteriores, unos por ignorantes, otros por prepotentes, haciéndoles creer que iban a ser capaces de solucionar el secular contencioso, sacándoles lo que podían, líneas telefónicas, facilidades en la Verja, ventajas en la bahía, pero, a la hora de la verdad, diciéndoles que de concesiones, ellos, nada de nada, pues tenían que consultar a los gibraltareños.

Como si les hiciese falta. Sólo dos ministras, Ana Palacio , del PP, y Trinidad Jiménez , del PSOE, les plantaron cara e intentaron minimizar los errores de sus colegas masculinos. Aunque lo que se prepara ahora no tiene arreglo. España ha asumido las tesis gibraltareñas de un Brexit especial para la colonia, que empezará con no incluir para nada la soberanía y dar prioridad a las personas que cruzan cada día la Verja (entre 10.000 y 12.000), no sabemos exactamente para qué, pues cuando se quiso censarlas, sólo se apuntaron 160. Es decir, que siguen buscado lo de siempre; mantener el estatuto actual: con Gibraltar viviendo de España bajo pabellón británico. Lo mejor de ambos mundos.

Incluso mejorado, al expandir y garantizar la influencia de la colonia al Campo gibraltareño, que tienen ya prácticamente comprado. Si nos descuidamos, se meriendan toda Andalucía. Nada de extraño el alborozo con que Picardo lo anunció. Han conseguido que sea la propia España quien lo pida a Bruselas ¿Lo consentirá ésta? Si lo pide el Gobierno español, que es el primer afectado, va a ser difícil negárselo, aunque los intereses de la Unión Europea se vean afectados y no precisamente para bien, pues Gibraltar es un pozo de negocios nada limpios aunque sustanciosos como arroja que tenga una de las primeras rentas per capita del mundo.

Y allí no hay petróleo. Pero hay negocios más lucrativos. Aparte de tener enfrente gente sin espinazo. El papelón le ha tocado esta vez a Borrell. «¿Tú también, Bruto?», cabría preguntarle como Cesar al que había favorecido ¿Cómo hemos podido llegar tan bajo? Pues por lo mismo que estuvimos a punto de dejar a la intemperie al juez Llarena ante el ataque de Puigdemont: porque somos nuestros peores enemigos.

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