¿A qué esperas Puigdemont?

Buena parte de la manipulada campaña de imagen y victimismo que había ganado el separatismo al Estado la pierde ahora enredado en una madeja de incoherencias. La iconografía de un independentismo unido y ciegamente movilizado se está desplomando. Los temores a una revuelta social masiva parecen disolverse entre la rutina de una Cataluña apesadumbrada que debe seguir madrugando, llenando la nevera o acudiendo al cajero porque no todo se reduce a la épica romanticista de vivir con la estelada anudada al cuello cortando el tráfico en Barcelona.

Si no hay negociación posible porque no hay una regresión desde la rebeldía a la legalidad, y si su oferta al Estado consiste en un chantaje inasumible, ¿a qué espera Puigdemont para forzar al Parlament a declarar unilateralmente la secesión de España? La conducta de Puigdemont se basa en una incapacidad manifiesta para reaccionar porque haga lo que haga, pierde.

En su último párrafo a Rajoy, sostuvo ayer que si se activaba el artículo 155 declararía la república catalana. Bien… el 155 lleva días activo. Lo está hoy y lo estará mañana. ¿A qué espera? ¿Cuál es el momento? ¿Tras el Consejo de Ministros? ¿Tras el pleno del Senado? ¿Cuando se firme el primer decreto de intervención de los Mossos? ¿Cuándo, honorable Puigdemont? Si juega de farol porque no quiere hacerle el trabajo a la Fiscalía autoinculpándose de un delito con 30 años de cárcel, su amenaza se convierte en una broma de mal gusto para los rehenes de sus mentiras. Y si la amenaza es cierta… adelante. La secesión necesita más mártires que dos jordis.