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Pincho de tortilla y caña

Encuestas

Hay quien confía en que el bloque constitucionalista puede hacerse con la mayoría absoluta en el Parlament. Sería una magnífica noticia España pero nos obligaría a quemar en la hoguera a todos los demóscopos del país

Imagen de una urna en las pasadas elecciones autonómicas en Cataluña, en 2015 EFE

LUIS HERRERO

Hay que prepararse para lo peor. Y ahora que ya conocemos todas las encuestas que la ley nos permite conocer, sabemos que lo peor puede revestir formas distintas. Todos los arúspices, sin excepción, están seguros de que los separatistas tendrán más escaños que los del bloque que defiende sin ambages la vigencia de la Constitución. Y eso significa que aunque no revaliden la mayoría absoluta que hizo posible el desiderátum de independencia, la iniciativa del primer asalto a la investidura caerá de su lado.

Con dos agravantes añadidos a tener en cuenta: durante ese proceso, la larga mano del 155 carece de eficacia legal para condicionar las decisiones que se adopten en el ámbito parlamentario. La mesa del Parlament podrá proponer el candidato y el calendario que quiera sin que el Gobierno de Madrid pueda hacer nada para evitarlo. La segunda circunstancia relevante es que la lista de Domènech, la llave maestra capaz de abrir y cerrar casi todas las puertas, no dudará en sumarse a la coreografía que elija el independentismo para saludar la nueva legislatura.

¿Qué le haría más daño a Rajoy, la intentona de investir a un preso? ¿La de de mantener como President a un exiliado? ¿El amago de sustituir la votación de investidura por otra que declare la vigencia del Govern depuesto desde Madrid? Estoy seguro de que los coreógrafos del «procés» se están rascando la cabeza para sacar a escena la propuesta dramática que más humille a los triunviros del 155. Que sea una u otra dependerá, al final, de quién sea el líder independentista más votado y la diferencia que le separe del segundo. Las grietas entre ERC y el PDECat, me parece a mí, quedarán selladas en cuanto el recuento electoral determine la fuerza parlamentaria de cada uno. A partir de ahí, ambos volverán a ponerse de acuerdo –respetando la jerarquía establecida por las urnas– para seguir avanzando en la misma dirección que les ha traído hasta aquí. El objetivo es claro: o revertir la usurpación de poder ejercida por el centralismo represor de un Gobierno intolerante o forzar a ese mismo Gobierno a darle otra vuelta de tuerca más al garrote vil del catalanicidio.

Y nada mejor para conseguirlo que forzar algo rocambolesco o bufo. Por ejemplo, forzar la detención del candidato –si es Puigdemont– en cuanto pise el Parlament para someterse a la investidura. O tratar de hacerla por videoconferencia –si es Junqueras– desde la cárcel de Estremera. O amagar con suprimirla invocando una legitimidad preexistente. O bloquear la formación de cualquier Gobierno posible para que empiecen a correr los plazos que marca le ley y haya que repetir las elecciones indefinidamente. Las posibilidades son diversas.

Cualquier cosa les vale con tal de poder decirle a Rajoy, y a los maceros que le escoltaron, que la pretendida normalización de la vida política catalana de la que tanto han presumido para justificar su golpe de mano solo existe en su imaginación turbia y calenturienta. Que nada de lo que han sufrido hasta ahora ha sido suficiente para frustrar las legítimas aspiraciones de los catalanes sediciosos. Que para someter la fortaleza del procés hace falta más contundencia. Que la rebeldía soberanista exige un rival más cachas.

Hay quien confía, para evitar todos los males que nos acechan, en el hecho improbable de que en la recta final de la campaña la intención de voto galope por la senda que señala Metroscopia y el bloque constitucionalista acabe consiguiendo en la foto finish el control de la mayoría absoluta de los escaños del Parlament. Suena más a milagro que hipótesis razonable. Sería una magnífica noticia para España pero nos obligaría a quemar en la hoguera a todos los demóscopos del país. Y no por brujos, sino por idiotas.

También hay quien especula con la posibilidad de que a los prófugos y a los presos que se presentan a las elecciones se les permita retirar sus actas de diputado y luego se les impida usarlas. A mi me parece una esperanza enclenque. Pincho de tortilla y caña a que, en ese supuesto, Domènech y los suyos encontrarían la coartada que andan buscando para pasarse con armas y bagajes al lado de la rebelión.

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