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Eichmann en Bruselas

Hasta el entorno más cercano de Puigdemont le da ya por amortizado

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, en Bruselas EFE
Salvador Sostres

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Aunque nada es descartable en alguien tan inestable y avinagrado, lo más probable es que Carles Puigdemont no intente volver a España para su investidura, muy a pesar de los más rocambolescos planes que continúa comentando con quien quiera escucharle. Si primero tuvo la ocurrencia de ocultarse en el maletero de un coche, luego especuló con la vía marítima, para finalmente infiltrarse en el Parlament a lo Carrillo. Todo muy loco, aunque no tan extraño si recordamos que una de sus principales aficiones es disfrazarse de nigromante y que su mujer es tarotista.

Pero como suele suceder, el delirio no viene nunca solo y la paranoia siempre le acompaña. En los últimos días, Puigdemont ya no se fía ni de su sombra y cree y cuenta que España planea secuestrarle para llevarle ante la Justicia. Ha llegado a comparar su caso con el de Israel contra Eichmann, situándose torpemente en el más oscuro lado de la metáfora -y de la Historia-. En este mismo sentido, y por esta misma torpeza, la comunidad judía le reprochó la semana pasada, por irrespetuoso y frívolo, que usara imágenes de Hitler y de la Segunda Guerra Mundial para ilustrar sus circunstancias personales.

Un juguete roto

Pero dejando a un lado delirios y paranoias, lo cierto es que hasta su entorno político más cercano le da ya por amortizado, habla de él en pasado, y su debate es sobre cómo se reparten el botín. Semejante traición, tan burda y pronta, es más fácil de entender si consideramos que, de hecho, Puigdemont no tenía entorno. ¿Qué entorno ha de tener un alcalde de provincia de veraneo? Mas y Homs le crearon uno para tenerle controlado y ahora que ya le han exprimido como candidato, Mas y Homs y sus muchachos le dejarán tirado como a un juguete roto . Y muy lejos de casa.

La única duda de Junts per Cataluña (y del PDECat, en la breve medida en la que le dejan participar del debate) es si dar el «cambiazo» antes o después de la sesión de investidura. El «cambiazo» del tan prometido Puigdemont -su única promesa electoral es que votarle serviría para que volviera a España y recuperara la presidencia de la Generalitat- por otro diputado de Junts per Cataluña, preferentemente Elsa Artadi o Eduard Pujol.

El primer plan es el que prefieren el PDECat, Esquerra y hasta el Gobierno, y es que el farol dure hasta justo antes de romper la porcelana, y que finalmente no se rompa. El «cambiazo» de Puigdemont sería aceptado por Esquerra, que con Junqueras encarcelado, Marta Rovira con su escaso sentido político y un equilibrio emocional y mental muy parecido al de Puigdemont, han renunciado a la hegemonía dentro del catalanismo y prefieren seguir viviendo en la zona de confort de su complejo de inferioridad respecto de los convergentes , y en la comodidad de continuar mintiendo a sus votantes para no incomodarlos, en lugar de liderarlos diciéndoles la verdad y convocándolos a crecer como ciudadanos capaces de asumir cualquier reto. Es su opción y son libres. Pero si regalan su capital político luego no podrán exigirle a nadie que les tome en serio.

El segundo plan -si el nuevo presidente del Parlament, Roger Torrent, permite violentar el reglamento de la institución hasta tal punto, que está por ver- es el que preferiría Puigdemont para mantener viva la llama de su símbolo, y consistiría en que una persona interpuesta leyera su discurso de investidura. Esta persona interpuesta será Elsa Artadi, de modo que en la segunda votación, después de que Puigdemont fuera borrado por el Constitucional (el Gobierno quiere no llegar a ello, precisamente para evitar el desgaste simbólico que sufriría) tenga el camino allanado para proponerse como relevo. «El presidente legítimo me designó para leer su discurso, pero como España no es un país democrático y una vez más nos ha arrasado, en la segunda sesión me ha designado para que ocupe técnicamente su cargo mientras él seguirá siendo nuestro presidente moral desde Bruselas» diría más o menos Artadi. Éste es el plan de los jóvenes masistas que han prestado servicio con final infeliz al forajido: conservan la Generalitat, mantienen la tensión con el Estado, continúan explotando el valor simbólico de Puigdemont pero le tienen a miles de quilómetros de distancia y mandan ellos.

La nueva Convergència gana

Todavía unos pocos prefieren a Eduard Pujol. Ya casi nadie a Jordi Turull, a quien la guardia postmasista le llama «el empleado de los Pujol». Gana la nueva Convergència, que nunca ha dejado de ser la vieja; pierde la Esquerra de siempre por el viejo complejo de todos los tiempos; el héroe fugado no salva ni la camisa; la victoria narcisista de Ciudadanos será estéril y hasta perjudicial en su extremo más mezquino -el de la negativa de Inés Arrimadas a cederle un diputado al PP para que pueda formar grupo parlamentario- porque si finalmente los populares se quedan sin grupo propio, Junts per Cataluña y ERC tendrán mayoría en todas las comisiones.

Entre el oportunismo convergente, la cobardía de los republicanos, las mil posturitas de Rivera ante el espejo y la infantil inconsistencia de la sociedad catalana, que prefiere continuar viviendo de la mentira, aun sabiendo que lo es, Cataluña continuará asistiendo impasible y ensimismada al deprimente espectáculo de ver cómo se le escapan el futuro y sus mejores esperanzas.

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