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Análisis

Democracia mutante

«Sánchez será presidente con los votos de un partido a cuyo líder llamó racista hace solo unas horas, y ahora le tiende la mano»

Mariano Rajoy durante una de sus intervenciones en el debate de la moción de censura EP
Manuel Marín

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La milimétrica operación de derribo de Mariano Rajoy es inédita en nuestra democracia. Nunca prosperó una moción de censura, y nunca fue imaginable la resurrección política de un aspirante a la presidencia del Gobierno que fue forzado a desalojar el liderazgo del PSOE por los odios de su propio partido.

Pedro Sánchez no solo renació, no solo diseñó un PSOE a su imagen y semejanza con purgas a prueba de disidencia interna, sino que ahora consigue encaramarse a La Moncloa mediante una «operación relámpago» cómplice con el separatismo, que necesariamente fracturará el bloque constitucional de modo irreversible.

La sentencia de Gürtel, tan efectista, era un caramelo, una excusa, una coartada. Era la cobertura idónea para elegir el momento adecuado, pero la operación estaba prediseñada porque Sánchez nunca descartó tumbar a Rajoy mediante una moción, consciente de que la vía de las urnas estaba cegada y mantenía al socialismo en un bloqueo anímico mortal de necesidad.

Todo en España ha convergido en 72 horas en un extraño caos político, en una involución impensable, y en el final político de Rajoy a manos del PNV a cambio de compromisos aún opacos. El jaque mate ha sido inmisericorde, pero no casual ni improvisado. Era una presa acechada excesivamente confiada en su falsa fortaleza, e insensible a la profunda crisis interna del PP. Más allá de la frase prefabricada de una sentencia para negar su credibilidad, Rajoy ha calculado mal el grosor del cordón sanitario que le rodeaba.

Sánchez será presidente con los votos de un partido a cuyo líder llamó racista hace solo unas horas, y ahora le tiende la mano. Sánchez avaló ayer el 155 para compartir hoy con el separatismo propuestas de «diálogo» que no detalló. Sánchez abominó de unos presupuestos generales que ahora hace suyos con tal de gobernar. Su virtud, convertir la palabra dada en papel mojado.

Al PP le quedan dos alternativas: una dimisión ni extremis de Rajoy que nadie contempla, aunque algunos miembros del PP imbuidos de un silente espíritu de supervivencia desearían; y pasar a la oposición para observar las carencias del Gobierno más débil de nuestra democracia con 85 escaños, iniciar una sucesión ordenada sin cargas de corrupción, y aprovechar con un nuevo liderazgo que Sánchez, en su inédita carambola, ha sacado de foco por completo a Albert Rivera, en buena parte muy culpable de lo ocurrido.

En su día, España se jactó del fin de las mayorías absolutas. Hoy, los equilibrios para gobernar España son ya imposibles por las facturas al cobro que presentarán el separatismo y el populismo extremista. Pero Sánchez no llega de modo transitorio, sino para quedarse sin proponer fecha de elecciones. Incluso, en el drama del PP, hubo quien ironizó pidiendo una foto de Sánchez con Piqué. «Se queda». Nuestra democracia muta de modo vertiginoso.

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