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David Gistau - Acotaciones de un oyente

Cuerda de presos

Un policía grita: «¡Letrados y procesados de la Gürtel por aquí, los de las Black por aquí!». Bien compartimentados, como en aquel infierno de Woody Allen en el que un ascensor remedaba el paso por los anillos de Dante

Correa, increpado a su llegada a la Audiencia Nacional EFE

David Gistau

En esta dependencia de la Audiencia, enclavada en un polígono industrial entre Torrejón y San Fernando, tienen lugar, de forma simultánea, dos de las vistas orales con más impacto mediático: la Gürtel y las tarjetas Black. Esto facilita la logística del mínimo piquete de ciudadanos iracundos -La Gente- que con un solo trayecto hasta tan inhóspito lugar pueden putear a un número nada desdeñable de procesados famosos, sin presencia, lástima, de folclóricas o futbolistas en apuros con Hacienda. A esta exposición, como de cuerda de presos rociada de hortalizas, Álvaro Pérez la llama «la picadora de carne», un escarnio que sin duda forma parte, en el ámbito extrajudicial, del desahogo social de la ira y que alcanzó su máxima expresión con la bajada de la rampa de Urdangarín en Palma.

A la entrada, ante la cola del detector de metales, un policía grita: «¡Letrados y procesados de la Gürtel por aquí, los de las Black por aquí!». Bien compartimentados, como en aquel infierno de Woody Allen en el que un ascensor remedaba el paso por los anillos de Dante. Apetece preguntar por dónde entran los destripadores y los mafiosos rusos. En el vestíbulo, tan temprano, Correa ingiere una de sus ya míticas Coca-Colas Zero, las que luego, como en clase, le hacen levantar la mano para pedir a la profe permiso para pipí. Álvaro Pérez se arrima para hablar de los ocho años de penitencia que lleva padecidos y de las ganas que tiene de volver a empezar su vida en otro país, algún día. Se apasiona mucho cuando habla de todo ello, no evoca la frialdad de escualo de los gángsters fabricados como tales por ese periodismo que llegó a convertir en prueba de cargo un abrigo de Bárcenas que se parecía al que usaba Capone: lo que nos habríamos divertido si Bárcenas tomara clases de contrabajo y paseara con el estuche por la calle del Príncipe de Vergara.

En la sala, la jaula de cristal, idéntica a la que uno recuerda llena de los acusados del 11-M en la sala gemela de la Casa de Campo, tiene unos estores echados: estamos con procesados de traje y en libertad que toman asiento en la misma platea que los periodistas. No cabe imaginarlos pateando el cristal de una jaula como Txapotes. El interrogatorio a Pablo Crespo inspira menos expectativas que el de Correa. No proceden expresiones como «tirar de la manta» de las que anuncian grandes revelaciones políticas. Que luego no son para tanto, puesto que las de Correa erigieron un perímetro de seguridad alrededor de Mariano Rajoy que provocó un anticlímax tan fuerte como el de aquel verano que nos pasamos esperando el «misil de Bárcenas» que nunca deflagró. Crespo es un acusado clásico en el sentido de que niega las acusaciones. Las discute creando para sí un contexto conspirativo en el cual habría sido víctima de una conjura política contra el PP urdida por Rubalcaba y su policía política. Recuerda las escuchas ilegales de Garzón y se desvincula de sus declaraciones anteriores atribuyéndolas a unas condiciones de encierro colindantes con la tortura para quebrar su voluntad. Para ilustrar esto último, rescata una palabra maravillosa, llena de connotaciones literarias: «Mazmorra». Sólo ergástula me gusta más, pero por esnobismo.

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