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Cita de Sánchez y Fernández, enemigos y residentes en Ferraz

El secretario general y el presidente asturiano se ven mañana para hablar del congreso

La última reunión entre Sánchez y Fernández en Ferraz tuvo lugar en julio de 2014 Isabel Permuy
Mayte Alcaraz

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Mañana se reúnen dos compañeros de partido, Pedro Sánchez y Javier Fernández, que más parecen dos enemigos encarnizados. Desde que el 1 de octubre el hoy reelegido secretario general socialista saliera por la puerta de Ferraz, tras una dimisión forzosa , los equipos de ambos dirigentes, que en unas horas se verán las caras para preparar el Congreso de mediados de junio, se han hecho la guerra.

En ambos bandos se sabía que después de las primarias solo podría quedar uno y este, finalmente, será Sánchez porque el presidente asturiano, líder de esta federación desde hace 17 años y presidente del Principado desde hace seis, va a confirmar próximamente que no se presenta a la reelección como secretario general.

En su entorno consideran «lógica» su salida. Con 69 años, el líder socialista pretende dejar la política paulatinamente. El triunfo de Sánchez «ha sido un palo muy grande », asegura un diputado enfrentado con el sanchismo, puesto que Fernández está muy seguro de haber hecho un trabajo correcto. El líder asturiano tuvo que arrastrar, como presidente de la gestora, la decisión más delicada del socialismo español: abstenerse en la investidura de Rajoy, desbloqueando así el gobierno de España.

Desde el cese de Sánchez, el presidente autonómico, junto a Felipe González y Susana Díaz, se convirtieron en los rostros visibles de un cambio de estrategia que provocó graves fracturas. A la misma hora que 17 miembros de la ejecutiva de Sánchez dimitieron para que este se fuera, en el PSOE ya se sabía que la única persona que podía consensuar todas las voluntades en aquellos momentos de abatimiento y hostilidad general era Javier Fernández. Menos para Sánchez, que le hizo la cruz. La buena sintonía del presidente de la gestora con Rajoy tampoco ha ayudado. Sánchez se ha encargado de extender que Ferraz no hacía los deberes de oposición al PP.

Un intercambio de cartas entre los dos rivales socialistas evidenció la tensión entre la dirección provisional y el recuperado liderazgo de Sánchez. Este decidió mandarle una carta a Fernández, al hacerse pública la decisión de la Audiencia Nacional de llamar a declarar al jefe del Ejecutivo por el escándalo Gürtel y el estallido del caso Lezo. Precedido por un «Querido Javier», la misiva era muy crítica con la estrategia frente al PP y exigía «una actuación contundente por nuestra parte». En la respuesta, encabezada por un «Estimado Pedro», con sorna el presidente asturiano aseguraba que, «aunque estas noticias han sido publicadas profusamente en los medios», el grupo socialista ya había pedido la comparecencia del presidente del Gobierno. Incluso llegaba a reprocharle que el intercambio de cartas «sea la vía que has elegido para comunicarte conmigo».

De hecho, nunca se han hablado, salvo en el frío saludo del debate de las primarias el día de San Isidro. El político asturiano le conocía bastante bien. Fue él quien presentó a Sánchez días antes del 20 de diciembre de 2015 en su puesta de largo como candidato electoral (ante una gran bandera de España y con un muy comentado beso a su esposa, que recordaba a las campañas americanas).

Decepcionado

A Fernández nunca se le olvidó aquel abrazo que se dieron los hoy enemigos íntimos, pero en el PSOE se recuerda también que desde entonces « no le quitó ojo porque no se fiaba de él ». Dicen en el partido que «desde el principio le escamó su falta de empatía con otros barones y la dinámica en la que entró de ir a lo suyo». No era la primera vez que Fernández se sentía decepcionado con un compañero. Ya mantuvo una pelea con su antecesor en la presidencia asturiana, Fernández Areces, y fundamentalmente con su amigo Fernández Villa, su padrino sindicalista, que al correr de los años terminó investigado por apropiarse indebidamente de más de 1,2 millones de euros de los mineros.

Dicen los que le conocen que cuando tuvo que deshacerse del líder sindical lo hizo con dolor pero sin un minuto para el sentimentalismo. Mañana, en su protocolario encuentro con Sánchez, tampoco derrochará sentimentalismo.

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