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La banda sonora de la pluralidad se encara a Puigdemont

«Yo soy español» y «No somos fachas», lo más coreado junto a gritos contra Puigdemont

Jordi, Cristian, Sergio e Israel llegaron en bicileta desde Premià y Badalona ABC

ANNA CABEZA

La banda sonora de ayer en Barcelona fue una mezcla de España con Manolo Escobar atronando en un altavoz por la Vía Layetana, el levanta ánimos «Resistiré» y el himno «Love is in the air» . Un símbolo más de que aquí cabíamos todos y del ambiente festivo que iluminaba caras y gargantas, casi como si a miles de bocas les hubieran abierto la cremallera de pronto. Se respiraba emoción y se olía ganas de decir «basta» y de cruzar palabras de reconciliación más que de revancha. «Soy abogada del Estado y vengo de Madrid». «Soy ama de casa y vengo de Sabadell». «Soy veterano de los boinas verdes y vengo de Albacete»... Parecían los concursantes del entrañable «Un, dos, tres», pero eran españoles llegados de toda la geografía, la más próxima y la lejana, para apretarse codo con codo bajo un sol que sabía a gloria y a luz (más al principio que cuando ya no cabía ni un alfiler y había que renunciar a seguir avanzando).

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Retrato geográfico

A las diez de la mañana, dos horas antes de que empezara la manifestación decenas de personas calentaban garganta en la plaza Urquinaona, el inicio del recorrido, al grito de «Puigdemont, a prisión» coreado entre alborozo de baile de banderas españolas y catalanas. Familias enteras saltaban y se jaleaban, grupos de amigos, chiquillos con sus padres, adolescentes con acné y sin él, canas venerables, maquillajes caros y caras lavadas. Sí, definitivamente esa plaza a unos metros solo de la emblemática plaza de Cataluña y de las Ramblas logró dibujar ayer un retrato plural, muy diferente al que un sector independentista pretende vender. Más que política había corazón y emociones talladas durante mucho tiempo. «Somos amigas, estamos en paro. Vivimos en Sabadell y no somos del PP , pero ya está bien de que quieran hacernos esto», nos dicen Mary y Susana.

Medio metro más adelante, se abrazan con el cariño de los momentos únicos un grupo de veteranos boinas verdes. «Mire, no somos paramilitares ni golpistas, ni fascistas ni esas cosas que nos llaman. Somos españoles de bien. ¿Ve usted esta boina verde que llevo en la mano? Pues conseguirla nos costó sangre, sudor y lágrimas ». Juan Javier de Gea, de Almería lleva toda la vida en L’Hospitalet de Llobregat. «Amamos España», añade Pedro Martínez, natural de Paterna (Valencia) con su carné de veterano en la mano.

Cuando arranca la manifestación, todas las calles adyacentes están ya tomadas por miles de personas. Es casi imposible avanzar. La conexión de Internet se evapora. Cientos de asistentes se fotografían y se graban, se besan y se aplauden. «Yo soy español, español», cantan nada más arrancar. Las banderas acarician más que nunca. Hay algunas republicanas, pocas, pero nadie las abuchea. Lo que no es positivo sale en la misma dirección: contra Puigdemont, Trapero y Ada Colau. Hay gente que llora mientras camina con dificultad. «Nunca creí que vería esto» dice Montse, llegada de San Cugat. Almudena es de Granada. «Llevo diez años aquí», cuenta, pero su acento andaluz recio la delata.

«Es tan emocionante. Esto es España. Todos a una. No podrán dividirnos». Decimos que somos de ABC y dos señoras nos abrazan. «Gracias por venir y gracias por defendernos» . Son de Tarragona y pese a los cariños prefieren evitar la foto. Ambas superan los sesenta.

El éxito de la convocatoria desbordó el recorrido de la marcha, pero también el parque de la Ciutadella, las callejuelas del Born y el Gótico y ocurrió lo mismo en el Metro o los Cercanías. La rojigualda estaba en todos lados -los manteros hicieron su agosto vendiendo banderas- y ondeaba atada a los hombros de muchos. También iba al viento desde coches y motos, que durante todo el día circularon por Barcelona a toque de claxon, como si se hubiera ganado otro Mundial de fútbol.

La «senyera» no fue menos. Muchos de los catalanes presentes compaginaban ambas banderas para gritar, por obvio que sea, que son y se sienten catalanes y españoles a la vez. «Y no somos fachas», comentaban muchos, incluso coreándolo, hastiados de que los independentistas se lo digan solo por defender que son españoles. El hartazgo ante esta situación, de hecho, se notaba ayer. «Nos intentan manipular, en el trabajo comienza a haber malos rollos y en la economía la cosa se ha empezado a poner seria», relata con preocupación José, llegado desde Martorell, cerca de Barcelona.

«Es que solo queremos que nos dejen tranquilos, que volvamos a la normalidad y que los que nos han hecho llegar a estos extremos acaben juzgados», relata Ana, que confiesa sentirse triste por la situación pero muy contenta por «haber salido, por fin». Alejandro, llegado de Sabadell y al que le acompaña Jacinta, está muy emocionado. «Es un momento decisivo. Yo viví la revolución nicaragüense y quiero una sociedad pacífica», relata.

El centro, desbordado

Antes de las doce del mediodía, hora oficial de la arrancada de la marcha, Vía Layetana ya estaba a rebosar y los asistentes esperaban los discursos ante el escenario montado justo a las puertas de la Estación de Francia. En primera fila, había incluso un ejemplar de la Constitución -«porque aquí hay muchos que la tienen olvidada», explicaba su portador- o también «Los vasos comunicantes», de André Breton. «Yo soy de Guadalajara, llevo desde los 15 años en Cataluñ a y estoy aquí por mis hijos y nietos, para que tengan la mejor vida, sin nada de independencia», añadía María José, desde una posición privilegiada.

«La solución pasa por resetear nuestros cerebros», pedían dos barcelonesas en una pancarta. Ellas, vestidas de blanco y sin banderas, se plantaron en la marcha porque ésta pedía «seny». «Y es que solo queremos sensatez y diálogo. No hay más», sentenciaban.

A las tres de la tarde, cuando la manifestación cerró , Vía Layetana seguía colapsada mientras que muy tímidamente se iban despejando las calles aledañas del Gótico y las que embocan al otro lado. «¡Qué triste! No hay gente en los balcones animando», se lamentaba Sonia, llegada de Madrid con su marido y sus hijos. Es cierto, pero también que hay muchísimos edificios oficiales y varios hoteles en ese recorrido.

Claramente, por fin, la mayoría silenciosa de Cataluña se animó a salir para que se escuchara su voz y sus ganas de enterrar el independentismo. Y lo hizo en un día radiante en el que, además del sol, brilló el tono festivo, la calma y la serenidad de todos.

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