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Manuel Marín - ANÁLISIS

El 26-J fuerza un vuelco de las estrategias

Los diputados se hacen fotos en el último pleno de la legislatura JAIME GARCÍA
Manuel Marín

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«Esta nueva campaña es extraordinariamente difícil. Quizás la más compleja de la democracia. Los candidatos van a sentir el miedo del lanzador del penalti decisivo en la final de un Mundial, cuando además el árbitro ordena repetirlo después de que se fallase la primera vez . La duda es brutal. ¿Lo lanza por el mismo sitio? ¿Cambia de poste? ¿Lo tira a engañar? ¿Asegura por el centro? Las piernas nos van a temblar a todos, porque nadie tiene clara la reacción de la ciudadanía es imprevisible y por mucho que hoy se manejen sondeos, nadie controla la abstención».

Este es el comentario que un diputado compartió amigablemente el viernes, al cierre de la «legislaturita», en un corrillo con otros diputados de otros partidos en su despedida. El «síndrome del tirador de penalti» resume el estado de tensión e incertidumbre con que los cuatro principales partidos asumen el fracaso de la investidura, y la resignación de volver a las urnas. Parte del éxito o el fracaso de cada partido residirá en su capacidad para calibrar el hartazgo ciudadano. Volverá a hablarse de ilusión, de empatía, de regeneración, de programas, de iniciativas… «Pero que nadie se engañe. Una campaña es una campaña y está en juego el poder. Será más dura que nunca, y por más que todos nos neguemos a incurrir en el “y tú más”, aparecerá. Es una guerra, sobre todo por el control de una izquierda rota porque hoy se aborrece entre sí».

En cualquier caso, los partidos son conscientes de los errores cometidos por cada uno desde el 20-D. Asumen que se les conocen más puntos débiles que antes. Más allá de las culpas recíprocas por el fracaso de la investidura, saben que deberán modificar algunos mensajes, cambiar actitudes y, sobre todo, revisar estrategias. Superar el bloqueo institucional tras el 26-J ya no es un objetivo, sino una imposición . Cómo alcanzarlo es una cuestión distinta. Para eso cada partido está empezando a rediseñar su táctica electoral con evidentes rectificaciones.

Partido Popular

Rajoy, a su llegada ayer a la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid IGNACIO GIL

Recuperar 1,5 millones de votos de Ciudadanos presentando a Rivera como el cómplice del PSOE

Mariano Rajoy repetirá candidatura con su horizonte puesto en 135 escaños, doce más que en diciembre. Génova calcula que más de un millón y medio de votantes de los tres que logró Ciudadanos provenían del PP. Era un voto desideologizado que en su día optó por Rajoy con criterios de pragmatismo y alarmado por la gestión de Rodríguez Zapatero ante la amenaza del rescate económico. Fue un «voto útil» para una mayoría absoluta que el PP fue perdiendo por tres vías: el desgaste causado por una agresiva política de recortes, la indolente respuesta a la corrupción política, y la pérdida de identidad y principios que atribuyen al PP votantes habituales de la derecha. Son exactamente las tres mismas vías que ahora tratará de corregir.

De momento, la gran duda que no ha resuelto el PP es cómo actuar frente a Ciudadanos para recuperar como mínimo ese millón y medio de votos. Es fácil adivinar que en cada acto electoral del PP se pondrá de manifiesto que Ciudadanos y el PSOE son lo mismo. Se trata de presentar el acuerdo firmado entre Albert Rivera y Pedro Sánchez como un baldón para la credibilidad de ambos. «Rivera no es fiable para usted si es votante de centro-derecha. Es un socialista camuflado» . Sin embargo, un sector del PP cree imprescindible aprender la lección del aislamiento que causan las mayorías absolutas, y mantener puentes siempre abiertos con Ciudadanos. Eso sí, atacar y proteger a Rivera es como soplar y sorber a la vez: imposible. De momento, Rajoy ha optado por lo primero.

A priori, el PP maneja tres opciones tras el 26-J, y todas pasan por gobernar: hacerlo en minoría con un acuerdo de legislatura con Ciudadanos ; hacerlo con una falsa «gran coalición» si el escenario del 20-D se repite y el PSOE accede a facilitar la investidura; y gobernar en coalición con Ciudadanos si es preciso.

Partido Socialista

Sánchez, en la manifestación del Primero de Mayo en Madrid ISABEL PERMUY

El enemigo es Pablo Iglesias, no solo Rajoy; la táctica es agrietar a Podemos-IU para no ser tercera fuerza

Lo primero que hará el PSOE es reafirmar a Pedro Sánchez como candidato. No parece viable el salto de ningún otro aspirante. Demasiado riesgo para perder cualquier opción de liderar el PSOE en el futuro por precipitarse y fracasar ahora . Cualquier hipotético proceso de sucesión queda en todo caso aplazado a julio. De momento, el PSOE cambiará de enemigo en esta campaña. Ya no será el líder mayoritario de tres «fuerzas del cambio» para forzar un cordón sanitario contra la derecha. Ha comprobado cómo Pablo Iglesias no cedía al chantaje emocional de Sánchez (o el PSOE o Rajoy) y por fin ha identificado a Pablo Iglesias como su principal enemigo. Su batalla no será tanto por La Moncloa, como por el liderazgo de la izquierda. Si no logra antes lo segundo, caerá fulminado antes de intentar lo primero. En cualquier caso, una parte relevante del PSOE da por amortizado a Sánchez y se limita a cruzar los dedos para que la entente Podemos-IU no le supere en votos ni escaños.

En ese caso, sería la supervivencia del PSOE lo que estaría en riesgo, y la metástasis causada por su crisis interna le abocaría a una refundación. El objetivo idílico del PSOE es lograr una mayoría suficiente con Ciudadanos, con una caída de una veintena de escaños de Podemos . En ese caso, el castigo a Iglesias obligaría a Podemos a rectificar y a avalar a Sánchez en la investidura. O a dimitir, si una revuelta interna generada por los «posibilistas» de Errejón empujase a Iglesias.

Sin embargo, el objetivo realista del PSOE es e vitar a toda costa no ser tercera fuerza política y tratar de recomponerse desde la oposición con un nuevo liderazgo . Ningún socialista prevé un triunfo frente a Rajoy. Por eso su empeño estratégico será presentar a Iglesias como un enemigo de esa izquierda que dice defender, porque con sus vetos y exclusiones ampara de facto a la derecha en el poder. En los mítines, Iglesias no será un izquierdista concernido por una causa común con el socialismo, sino un traidor no fiable, un cómplice del PP. La nueva táctica pasará por agrietar a Podemos y atraer al creciente sector andaluz, catalán o gallego incómodo con el autoritarismo de Pablo Iglesias.

Podemos

Iglesias, en la manifestación del Primero de Mayo en Puertollano EFE

La absorción de IU como método para fulminar al PSOE y la depuración de críticos

Pablo Iglesias se halla en una compleja tesitura. No sabe calibrar aún si su apuesta por no entregar el poder al PSOE será penalizada o premiada en las urnas. Hoy Podemos goza de menos predicamento mediático que en diciembre, y en cuatro meses se ha debilitado como partido: con múltiples rebeliones internas en distintas autonomías, la destitución de su «número tres» , y el público enfrentamiento entre Iglesias y Errejón. También debe contar con el desgaste que empieza a generar su primer año de gestión en los ayuntamientos más relevantes de España. La duda en Podemos es cuántos indignados que creían posible tomar el cielo por asalto perciben ahora a sus líderes como casta entregada a las maniobras del poder, como la “vieja política”.

Habiendo perdido el aura de que gozaban en muchos medios, con algunos relevantes dirigentes ya imputados o condenados, y con acusaciones de financiación ilegal a través de Venezuela o Irán, la estrategia de Podemos pasa por fulminar al PSOE. Iglesias no quería expulsar al PP, sino liderar la izquierda. Y para ello cree que le bastará con absorber a IU y transformar sus dos escaños en una docena . Que lo logre es otra cuestión porque el magma del votante de izquierda está en continua evolución entre la radicalidad populista, el comunismo tradicional afín al sistema, y la socialdemocracia clásica. Iglesias se fía de su intuición. Pero en Podemos empieza a haber quien ya no lo hace.

Ciudadanos

Rivera, ayer en la celebración de la fiesta de la Comunidad de Madrid JAIME GARCÍA

Temor a perder parte de su electorado conservador por suscribir una alianza con el PSOE

Es el partido que más dudas alberga sobre su estrategia. Antes del 20-D algunos sondeos le atribuyeron hasta 80 escaños. Después obtuvo 40. Y lo primero que hizo Albert Rivera fue admitir fallos en su campaña y una cierta ingenuidad de planteamientos. Después, afloró su negociación con Pedro Sánchez y ahora debe asumir un coste –aún indeterminado- si su electorado de derechas lo percibe como un mero escudero del PSOE. Rivera mantendrá firme la única esencia de su discurso: la regeneración para recuperar una democracia sana anclada a los principios constitucionales . Pero objetivamente, el temor en Ciudadanos es que empiece a percibirse la “nueva política” que encarna Rivera como humo.

Ciudadanos no ha sido un partido condicionante del poder. Numéricamente no ha sido relevante . Su aspiración es serlo tras el 26-J, bien porque se beneficie de una subida de escaños provenientes del PSOE, bien porque el espectro de la izquierda radical sufra también un varapalo del que pueda sacar provecho, junto a un aumento de la abstención entre ese electorado populista.

Una vez convocadas las elecciones , será oficial el finiquito de su pacto con el PSOE para reafirmar su eterna ambivalencia. Pero esta vez, la prudencia obligará a Ciudadanos a dejar la puerta más entreabierta que antes al PP. Rivera fue categórico en diciembre: no apoyaría ni a Sánchez ni a Rajoy. Cambió de criterio y en Ciudadanos temen que parte de su electorado le haya «tomado la matrícula» porque su «pureza regenerativa» es, a fin de cuentas, la del PSOE. De momento y salvo sorpresa, Ciudadanos se resigna a seguir como cuarta fuerza. Repetir porcentaje y escaños sonará a «techo electoral».

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