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análisis

«Frente radical» de Gobierno

«No hay antecedentes de que gobierne España un partido que perdió las elecciones. Pero PSOE y Podemos hacen cálculos»

«Frente radical» de Gobierno ángel de antonio

Por MANUEL MARÍN

Nada hay de casual en que el PSOE asuma «un cambio a la izquierda para formar mayorías progresistas» y Podemos sostenga que «el PSOE va a tener que decidir con quién está y debería haber acuerdos». La declaración de intenciones es evidente. Sería ingenuo no analizar el resultado electoral como unas primarias de las generales y no sospechar que hay una predisposición anímica de ambos para diseñar una operación inédita en nuestra democracia: la vulneración de esa ley no escrita que permite gobernar la nación -no un parlamento autonómico, un ayuntamiento o una diputación- al partido más votado. P edro Sánchez y Pablo Iglesias desean converger para constituir un frente de izquierdas, de espectro radical, como instrumento para justificar una nueva Transición con la derecha arrinconada. Por primera vez tras la dictadura, un partido que ha perdido las elecciones puede aspirar a La Moncloa de la mano de un socio más minoritario aún . Aunque sería novedoso, ninguna ley prohíbe la investidura de un presidente del Gobierno en esas circunstancias.

Mariano Rajoy errará en su reacción si desde hoy y hasta el otoño orienta su intento de rehabilitar al PP a alentar el voto del miedo contra la izquierda radicalizada. Sencillamente, porque una parte sustancial de la población no solo ha perdido el temor a ese tipo de coaliciones, sino que las quiere . Son los vaivenes legítimos de la democracia.

Podrá alegarse que el votante es más exigente que antes, más ideologizado… o más intransigente con la corrupción del PP que con la del resto. Es escasamente relevante. Lo cierto es que el partido de Rajoy ha movilizado en su contra a todo el espectro de la izquierda generando un voto del odio o de pura aversión . Y a su vez, el sufragio útil que Rajoy esperaba recuperar entre el 30 por ciento de conservadores indecisos y ocultos se ha convertido en un voto de castigo. Pese a tener mayoría y ganar con desgaste las elecciones europeas, las andaluzas y ahora las autonómicas y municipales así lo certifican para escarmiento del PP a manos de sus propias bases.

La experiencia de los Ejecutivos multipartitos locales y regionales es desastrosa. Alianzas contra natura, inestabilidad, desgobierno, corrupción, despilfarro, liderazgos efímeros… No hay antecedentes de un Gobierno de la Nación constituido en esas condiciones. Pero no gobernar «por» algo, sino «contra» algo -en este caso la derecha-, revela resentimiento, augura incertidumbre y desnuda tanto las prisas de Iglesias como la extrema situación de necesidad de Pedro Sánchez, consciente de que solo tendrá una oportunidad para ser presidente.

Una derecha que ganase las legislativas pero no gobernase sufriría una triple frustración: ser desalojada del poder, quedar abocada a su refundación y afrontar un nuevo liderazgo en su travesía del desierto. El PSOE, Podemos, lo que resta de IU, Compromís, ERC, BNG, las múltiples candidaturas ciudadanas maquilladas por Pablo Iglesias… todos repiten un mensaje unívoco: «echar a la derecha». Sin tapujos ni complejos. Tras las generales no actuarán con remilgos si tienen la oportunidad.

Poco se ha tardado en acusar de demagógicos a quienes ya pronostican un «frente popular» en el Congreso y el Senado durante la próxima legislatura cuando ni PSOE ni Podemos han definido aún su política de alianzas. No es preciso. Se esconden dosis industriales de buenismo simplón bajo la retórica que apunta a una «nueva etapa de mayorías», a una «innovadora gestión de gobiernos», a la «inteligencia aritmética» o a los «pactos imprescindibles» como bálsamo democrático contra el abuso de las mayorías absolutas. Un hipotético triunfo del PP en las generales debería ser tan amplio que resultase escandalosa la alianza matemática de un cúmulo de perdedores , por legítima que fuese. Por tanto, el PP tiene una tarea ingente que pasa por una rectificación urgente de sus múltiples errores.

La pregunta que surge es con qué grado de complicidad estratégica acudirán a las generales PSOE y Podemos en busca de una protección mutua. Y en qué medida la masa del electorado socialdemócrata más moderado puede llegar a castigarlo y provocar la movilización de esa derecha desencantada, desorientada y abúlica a la que cuesta mucho indultar a Rajoy .

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