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¿Qué pasaba en la mente de Andreas Lubitz?

El psiquiatra Enrique Rojas analiza la conducta del copiloto

¿Qué pasaba en la mente de Andreas Lubitz? AFP

enrique rojas

Todos estamos impactados. La tragedia nos ha removido. ¿Qué pasa por la cabeza de una persona para cometer semejante atrocidad? ¿Qué mecanismos psicológicos se dispararon en el interior de Andreas para realizar un acto tan terrible? Hay una serie de hechos objetivos: estuvo de baja laboral seis meses cuando estaba obteniendo el título de piloto; según sus instructores estaba obsesionado por volar; su novia, con la que había roto hacía poco tiempo, ha comentado a la prensa alemana que era una persona depresiva con un fondo de ansiedad; otra amiga suya ha declarado al periódico Der Spiegel que desde hacía bastante tiempo estaba atravesando una crisis existencial.

Sin perder de vista que el ser humano tiene un fondo imprevisible, y que las razones últimas de su conducta son a menudo etéreas, desdibujadas, imprecisas, vagas y de perfiles borrosos, las interpretaciones clínicas que se pueden formular con los datos con los que contamos son las siguientes.

Primero, todas las informaciones apuntan a que Andreas Lubitz sufría una depresión clínica, que se caracteriza por una sintomatología presidida por la tristeza y el decaimiento del ánimo. Según declaraciones procedentes de su perímetro más cercano, Andreas era una persona reservada, interior, que cuidaba mucho su imagen y no quería hacer partícipe a su entorno de lo que le ocurría. A veces sucede que a las personas que sufren una depresión, les cuesta hablar sobre su estado de ánimo para no mostrar una imagen negativa. Hoy sabemos que en muchas ocasiones, la enfermedad depresiva de cierta gravedad se acompaña de ideas autolesivas. Es uno de los grandes retos del psiquiatra: detectar dicha tendencia en sus pacientes.

Segundo, según ha confesado una amiga suya, Andreas tenía un síndrome de burn-out, o de estar quemado. Ello implica una sobrecarga emocional en el trabajo, con desgaste e insatisfacción, y que lleva asociado los siguientes datos clínicos: falta de realización personal, estrés, agotamiento y cansancio emocional. Ya lo decía Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mis circunstancias». Los psiquiatras sabemos que el entorno de una persona marca una vida.

Tercero, según varios de sus instructores de vuelo, Andreas era una persona obsesiva. Esta palabra, en el lenguaje coloquial, hospeda muchos significados: la tendencia a que existan en la cabeza pensamientos y rumiaciones y no poder librarse de ellos; la existencia de pensamientos intrusos que se instalan en el escenario mental de los que uno no puede deshacerse; la presencia de ideas fijas que se clavan en la cabeza y que no son de fácil desalojo. Como profesional de la psiquiatría he visto en mi vida muchos pacientes con estos pensamientos que me preguntaban a menudo: «¿Doctor, podré yo un día perder el control de mi persona y hacer algo contra mí mismo o atentar contra los demás? Me asusta, doctor, que el gobierno de mi persona pueda ser en un momento irracional y terrible».

Cuarto, existe un diagnóstico que ha sido formulado por la American Psiquiatric Association denominado trastorno del control de los impulsos. Se trata de una reacción impulsiva auto o hetero agresiva, que pasa oculta y que en circunstancias estelares transita del pensamiento a la acción. También llamadas acting-out o acciones impulsivas; tienen difícil encaje puesto que Andreas permanece durante ocho minutos viendo como el avión desciende vertiginosamente hacia la montaña. Son los actos en corto-circuito, en los cuales todo va demasiado deprisa. Es como una cascada de acciones terriblemente negativas. Una especie de viento huracanado que no se puede frenar, que se origina ante un estímulo externo o interno, y que está condicionado por una deformación de la percepción de la realidad, que conduce a que no se capten los hechos y las condiciones personales como realmente son.

El psiquiatra y el psicólogo son especialistas en bajar al sótano de la realidad. Nos deslizamos por la ciudadela interior y buscamos el porqué de la conducta. Esa es la pregunta que salta una y otra vez ante el comportamiento de Andreas: ¿por qué, por qué? Es difícil dar una respuesta certera, porque las brumas envuelven el caso que nos ocupa, y en última instancia, sólo Andreas conoce la respuesta.

Quiero terminar este artículo con dos pinceladas.

Primero, no estigmaticemos a las personas que sufren depresión u otras enfermedades psíquicas. Un 10 por ciento de la población está diagnosticado de depresión, en las mujeres este porcentaje se dobla.

Segundo, hoy en día, puedo afirmar que en un 90 por ciento de los casos, las depresiones se curan gracias al arsenal farmacológico y psicoterapéutico con el que hoy contamos, y con los muchos avances logrados en los últimos años.

La depresión puede ser la causa de la acción de Andreas, pero el análisis psicológico-psiquiátrico no se agota ahí. En el ser humano hay un fondo imprevisible. No somos robots. Su frase repetida a varias personas cercanas a él parece muy relevante y una premonición: «Un día voy a hacer algo por lo que todos recordarán mi nombre».

La psiquiatría es la ciencia que estudia la conducta y sus desórdenes. Frente a Andreas Lubitz, un experto en comportamiento no puede dar afirmaciones rotundas. Todo está envuelto en un halo de preguntas sin respuesta. La sinrazón existe.

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