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Rivera ni bebe ni lee, no se lo pierdan

El de Ciudadanos se alegró de que en el foro de ABC se comiera. Pero parece bien alimentado

Rivera ni bebe ni lee, no se lo pierdan de san bernardo

rosa belmonte

Antes de entrar en el Salón Real del Casino de Madrid, lugar del acto , Albert Rivera se paró en la puerta, sacó su iPhone (un modelo antiguo, nada de seises) e hizo una foto hacia las pinturas del techo y las lámparas. Ahí se nota que es nuevo. Cualquier día va a sacar la cámara Cospedal. 35 años tiene Rivera. Podía ser el hijo de la mayoría de asistentes. Recordaron su edad tanto Catalina Luca de Tena, presidenta editora de ABC, como Fernando Ruiz, presidente de Deloitte en sus presentaciones. Cristina Cifuentes entró con el acto recién empezado y Rivera se levantó a besarla, mientras Luca de Tena hablaba. Cifuentes era la única política allí en vísperas de ser o no ser candidata. Ignacio González se cayó en el último momento. Además de la denuncia del comisario Villarejo, Rivera había dicho que lo del ático le parecía de «extremada gravedad».

Politburó de trajes oscuros

En el almuerzo, Rivera bebió agua. No tocó la copa de vino (en el aperitivo había tomado Coca Cola). Cuando llegó su turno de palabra agradeció que el de ABC fuera un foro donde de verdad se pudiera comer. Además de hablar. El auditorio estaba compuesto por una pequeña multitud masculina de presidentes de empresa, consejeros delegados y directores generales (Alejandro Echevarría recibía felicitaciones por los beneficios de Mediaset). Las mujeres presentes en ese politburó de trajes oscuros eran unas pocas periodistas y algunas candidatas de Ciudadanos. De Begoña Villacís a Sofía Miranda, primera y tercera al Ayuntamiento de Madrid. Miranda, licenciada en Políticas, fue alumna de Monedero, pero se cambió a mitad de curso. «En la cantina, la frase era siempre la misma. ¿Ahora de qué hay clase? ¿De adoctrinamiento político?».

Proponer sin protestar

Con traje azul marino, estrecha corbata azul, camisa blanca, zapatos de cordones negros, elocuencia, olor a limpio y los 35 años, Rivera se puso delante del atril y empezó su discurso. Sin leer ni una sola palabra . Sin llevar ni un papel. Desde las 15.43 a las 16.16 horas. Del tirón. Que si tienen un proyecto de valores, que si cree en el renacimiento civil de España, que si Ciudadanos está creciendo porque proponen y no protestan, que defienden la reforma y no la ruptura. Citó a Suárez, González y Aznar, pero no a Zapatero («hizo mejores cosas en la oposición que en el Gobierno», dijo después) ni a Rajoy. Pese a la cacareada juventud, Rivera sucumbe a la cháchara de los políticos de cualquier edad: dice «poner en valor», «empoderar» y «líneas rojas». Al menos no suelta el «implementar» de Pablo Iglesias.

Tenía a mi lado a uno de esos presidentes de compañía, un votante del PP que venía con el ánimo de que Rivera le convenciera. El señor tenía las mismas ganas de ser convencido que Carmen Maura de ser regada en «La ley del deseo». La mayoría de su pandilla (pandilla que va a jugar al golf a Escocia, no al campo a hacer paellas en la lumbre) pensaba votar ahora a Ciudadanos, a UPyD y, algunos, los menos, a Vox. ¿Te ha convencido?, le pregunto al final. Casi, me dice. Cristina Cifuentes, amiga y conocida, salía a la calle de Alcalá sin la falda «almidoná» pero con una sonrisa. «Me ha encantado». Debe de ser la única en el PP que lo reconoce.

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