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Una maestra contra el nuevo régimen

Con dos resoluciones del TC –cúspide (se supone) del Estado Derecho– en el lomo, la facción independentista celebró su simulacro de consulta como si tal cosa. Solo una persona se avino a cumplir la ley. ¿Y todos tan contentos?

Una maestra contra el nuevo régimen EFE

ÁLVARO MARTÍNEZ

Justo, Francisco y Antoni miran desde un puesto ambulante de churros la cola que se despliega del IES Can Vilumara, en la avenida Josep Tarradellas de Hospitalet, adonde han sido remitidos parte de los votantes del colegio Pedraforca, cuya directora negó las llaves del centro a los delegados de la Asamblea Nacional Catalana, la «brigada Forcadell», acogida a la doctrina del Tribunal Supremo. El Vilumara –uno de los pocos puntos de votación instalados en una ciudad de 257.000 habitantes– se asienta sobre una de las glorias urbanísticas del municipio, un antiguo edificio de ladrillo levantado por una familia de molineros venidos a más hace un par de siglos, que en los años sesenta fue convertido en colegio público tras mil avatares urbanísticos.

«Yo no voy –se arranca Justo–. Si vota un millón dirán que han votado tres, como con Franco, que en sus referéndums votaban hasta los muertos. Pero si no hay ni interventores, ni Junta Electoral...». A Justo, jubilado de la Renfe, le secunda Francisco («Siscu» para la pandilla), que tampoco ve claro que el que organiza la consulta sea juez y parte: «Pero ¿quién hace el recuento? Los de la Asamblea, los mismos que colocaban el otro día los carteles con el ¡sí! Vamos, hombre, ¿a quién quieren engañar?».

Un careo

Los tres miran de reojo a la enésima pareja que sonriente sale del colegio. «¡Hem votat!», dice el hombre, y levanta la mano de la mujer, como quien declara ganador al púgil que acaba de noquear a su adversario. Ella ríe satisfecha. Catalunya triunfant...

Se entabla un leve careo entre los jubilosos votantes y la cuadrilla de Justo, que han puesto mala cara al gesto de la pareja. «Yo también me siento catalán, aunque nací en Salamanca, al pie de la Peña de Francia –aclara en apunte topográfico–, pero me vine aquí con 19 años. Y tengo 73. Aquí me casé, con una catalana, catalanes son mis hijos y mis tres nietos. Y yo me siento también español». «Nosaltres no...», zanja el risueño matrimonio votante.

Cuarenta kilómetros al norte de allí, ciclistas y runners (como ahora les dicen a los que les gusta correr) con camisetas de colores flúor (como ahora le dicen al fosforito) recorren por centenares la línea de costa en El Masnou, una de las ventanas de la comarca del Maresme que dan al mar. Aquí los independentistas se han puesto cinéfilos y hasta poéticos y han trazado una senda de plásticos amarillos (el color de la consulta) pegados a las farolas, al menos hasta la carretera que sigue paralela a las vías del tren. Es como el camino de baldosas amarillas de «El Mago de Oz», pero sin Dorothy ni espantapájaros ni león cobardica ni hombre de hojalata. A los independentistas no se les escapa un detalle y no quieren que se les pierda un votante. En otros municipios, la «brigada Forcadell» ha pintado flechas amarillas en el suelo que conducen a los colegios que la Generalitat, pese a la decisión del Tribunal Constitucional, ha puesto a disposición del 9-N.

El derecho a decidir

Desde el último plástico gualda hay poco más de doscientos metros de cuesta hasta el IES «Mediterrània», en la calle Rosa Sensat, donde también hay una larguísima fila de personas al encuentro de la urna de cartón. Ambiente festivo en la cola, aunque comienza a chispear. Preguntamos a Roser García Agramunt, que sale del enjambre del centro electoral empujando un carrito de bebé vacío (¿) y se identifica como votante del doble «sí», esto es, independencia hasta el final y pase lo que pase. Nada que ver con España. «Los catalanes tenemos derecho a decidir nuestro futuro. Es un día histórico para este pueblo...». Muchos de los participantes comparten ese extraño entusiasmo y se hacen autofotos mientras esperan turno. En la fila es muy difícil encontrar un partidario del «no», guarecido quizá este grupo en el silencio. Quienes no ocultan su entusiasmo son los del Círculo Podemos local, que este verano hicieron campaña por el derecho a decidir y han decidido.

Monárquicos a tiempo parcial

El Masnou ha perdido casi todas sus huertas y ahora se conforma con ser villa balnearia (con lustroso puerto deportivo) y la capital del clavel, flor «españolaza» donde las haya, que desde allí se exporta a toda Europa. Conserva el pueblo (casi 23.000 habitantes) algo de esa alcurnia, hoy ciertamente apagada, que le confirió el haber sido el lugar de veraneo de la burguesía catalana a principios del siglo pasado. Aún se cotizan muchas de aquellas «torres» levantadas entonces por gente de dinero de la capital. En el ayuntamiento manda CiU por merced de ERC (como en la Generalitat) y los nuevos gobernantes tratan de borrar en estos tiempos cualquier lazo con España. Al menos hasta ayer, el municipio conservaba los títulos de «Villa Benéfica», concedido en 1902 por Alfonso XIII, con motivo de la construcción de un asilo, y de «Ilustrísima Villa», otorgado en 1909 –también por el bisabuelo de Felipe VI– por la construcción de una Escuela Nacional (actual escuela de Ocata).

La relación de fidelidad al trono de España (ese bastión opresor, para algunos de los de facción amarilla separatista) es larga y enjundiosa. No solo Alfonso XIII tiene calle allí, también la tienen la Reina María Cristina, Don Juan Carlos y hasta Amadeo de Saboya; porque cuando los de El Masnou se ponen monárquicos no hay quien los pare y les da un poco lo mismo la Casa reinante. Al menos hasta ayer, como decimos.

Ojos verdes

Regresamos a la capital y ya llueve casi copiosamente. El bullicio cosmopolita de las Ramblas permanece ajeno al jaleo de las urnas de cartón. La calle más famosa de la ciudad es un ir y venir de turistas que suben desde el puerto tras zamparse un arroz, casi a euro el grano, con gambas presuntamente traídas de Palamós. En el número 40 se despliega la terraza del café Oriente, en los bajos del hotel. El próximo año se cumplirán ochenta años desde que Rafael de León compusiese allí, en uno de los veladores de mármol de su granja, «Ojos verdes». Notarios de ese momento, compartiendo mesa con él, nada menos que Federico García Lorca (que había asistido al exitoso estreno en Barcelona de su «Doña Rosita la soltera») y Miguel de Molina, que llegó con la lengua fuera, recién acabada su actuación en el Mónaco, para asistir en directo al nacimiento de la famosa canción, santo grial de la copla española. ¿Catalonia is not Spain?

La jornada concluye. Según el conteo volátil de la Generalitat, han votado unos dos millones de catalanes en una consulta donde el convocante oficial, la «brigada Forcadell», es parte interesada, donde el convocante extraoficial (la Generalitat) cede la infraestructura pública pese a contar con una doble prohibición de un Tribunal Constitucional al que ayer, en Cataluña, solo le obedeció una maestra de Hospitalet.

Puestas así las cosas, solo el mundo taurino puede estar de enhorabuena, toda vez que, con ese nulo cumplimiento de la ley, cualquier día vuelve a haber toros en la Monumental de Barcelona.

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