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110 motivos para admirar a españa

Galicia, instrucciones de uso

La comunidad necesita a España, sin ella ni pagaría sus pensiones, pero España también necesita a Galicia, y no la aprovecha

Galicia, instrucciones de uso EFE

luis ventoso

Ella era de San Sebastián. Pasados los 30 se fue a vivir a La Coruña. Viajó tranquila, convencida de que la adaptación sería rápida: «Todo es Norte, ¿no?» se preguntaba retóricamente para animarse. Más de una década después, reconoce que le llevó sus buenos tres años descifrar a los gallegos.

El primer escollo es la retranca, el constante doble sentido de las frases. Galicia, un paraíso para los romanos, enamorados de su vino godello y de su oro, fue un lugar muy próspero hasta finales del siglo XVII. A partir de ahí declinó bruscamente, debido a erradas decisiones fiscal es, que a la larga acabarían provocando una sangría de dimensiones irlandesas: un éxodo de gallegos por todo el planeta, que hasta se puede contar en millones (la historia de Galicia, es, en ese sentido, justo la contraria de la de Cataluña, beneficiada por una discriminación arancelaria positiva). País agrícola, los que se quedaron, supervivientes en una economía de resistencia, desarrollaron también una coraza para aguantar. Donde otros eligen la violencia, los gallegos eligieron como escudo el humor. Ironía y retranca. Unas armas que permiten no acabar de contestar nunca del todo sin tampoco llegar a ofender.

«El gallego es ocurrente, pero alérgico al trabajo en equipo»

El segundo escollo para aquella chica que vino de Donosti fue el individualismo. Para lo bueno y para lo malo, el gallego es patológicamente individualista, va a su aire. En los momentos más felices, su dispersión se traduce en una creatividad desatada. En los infelices, en anarquía suicida (véase, por ejemplo, su paisaje único, su apabullante naturaleza, devorada por la querencia a construir «donde me peta»). Dejas a un gallego convaleciendo en un hospital durante la guerra civil y va y te inventa el futbolín (Alejandro Finisterre). Atas a otra a su marido, aparcada en una vida familiar que no le gusta, y ella, sin formación aparente que lo justifique, se destapa escribiendo la poesía más sentida que tal vez haya dado España (Rosalía). Pones a otro a currar de chavalín en una tienda de camisas de La Coruña y acaba inventándose Zara. Intentas convertir a aquel tío que escribe tan bien en director de periódico y acaba escaqueándose para parrandear… y convirtiéndose en el mayor fabulador español del siglo XX (Cunqueiro).

Si estás de copas con cuatro personas en San Sebastián a las tres de la mañana y acuerdas que a la mañana siguiente, temprano, saldréis a hacer una excursión en bici, cuando llegue la hora allá estarán puntuales los cuatro vascos. Si haces el acuerdo con los gallegos, lo normal es que te quedes solo con tu bici («Ah, ¿pero lo decías en serio?»). El gallego es ocurrente, pero alérgico al trabajo en equipo. Sin embargo, su originalidad acaba compensando su acracia.

En la política de la Restauración se hablaba de «los inevitables ministros gallegos», fijos en los sucesivos gabinetes. Es tradición -casi siempre para bien de España- que haya algún gallego haciéndose cargo. Gallegos son el presidente del Gobierno, el jefe de la Iglesia, el presidente del COE, la ministra de Fomento, el presidente del BBVA y el del Banco Popular, el director de ABC, el actor de moda, Mario Casas, nuestro mayor deportista olímpico, David Cal… Gallegos fueron Franco y Pablo Iglesias. Canalejas y Casares Quiroga.

Potencia forestal y eólica

Galicia le aporta a España prudencia y magia. Y recibe también mucho de ella. Galicia es, todavía, la primera conservera de pescado del mundo, la líder española en producción láctea, una pequeña potencia forestal y eólica, cuenta con Inditex, con la mayor flota pesquera española, con una refinería, dos térmicas, una planta de gas, puertos privilegiados, una factoría de Citroen histórica y líder en productividad, los astilleros, Coren, Alúmina, una cerveza que no falla, la centenaria Estrella… Pero la crisis le ha propinado un cruel revolcón. En el arranque del siglo XX Galicia contaba con la mayor inmobiliaria de España, Fadesa; el Banco Pastor; dos cajas de ahorros entre las mayores del país, la cadena de electrodomésticos San Luis, una fábrica de tabacos, Azkar, Pescanova, el Superdépor… Todo ha desaparecido o ha sido vendido, y el Dépor y Pescanova sobreviven bajo tutela judicial y con mal pronóstico.

Galicia necesita a España. Sin la solidaridad de la caja común no podría pagar sus pensiones, pues arrastra un severísimo problema demográfico, muy similar al del País Vasco, donde sucede lo mismo. Y España necesita a Galicia. De hecho, uno siente la sensación de que no la aprovecha. Vivimos de espaldas a esa maravillosa oportunidad atlántica. Hemos elegido mirar al Mediterráneo y estamos desarrollando un Estado hemipléjico, que asiste impasible al languidecer de todo el Noroeste peninsular. El Gobierno pronostica que el AVE llegará a Galicia, si hay suerte, en el 2018. A Sevilla llegó en 1992. A Barcelona, en el 2008. Con eso queda dicho casi todo.

(De los tópicos, la comida y la lluvia, hablaremos otro día. Pero es verdad: se come muy bien. Y es falso: no llueve tanto).

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