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110 motivos para admirar a españa

España, dos: Cáceres y Badajoz

Extremadura está compuesta por las dos provincias más grandes de España, Cáceres y Badajoz, y este misterio: América.

España, dos: Cáceres y Badajoz j. varnelas

santiago castelo

Extremadura está compuesta por las dos provincias más grandes de España, Cáceres y Badajoz, y este misterio: América. Porque ni Extremadura puede entenderse sin América, ni América sin Extremadura. Yo no sé si el descubrimiento de América, aquel 12 de octubre de 1492, fue la jornada más grande que vieron los siglos. Lo que sí sé es que con el encuentro de aquel día ya el mundo -el viejo y el nuevo- no iban a ser iguales. Porque en la historia riquísima de Extremadura esa fecha marca un hito: a partir de ella, centenares, millares de sus hijos se embarcaron en la tarea de la colonización americana. Familias enteras que, a lo largo de las décadas siguientes, se marchaban a la búsqueda de mejor vida y que allí, en la otra orilla, encontraron asiento, mezclaron sus sangres, extendieron su religión y propagaron sus costumbres. Hay algo que llama la atención desde el primer momento. Toda la conquista y colonización de América, hecha en su inmensa mayoría por extremeños, está realizada en nombre de España, al servicio siempre de la Corona.

A veces, uno piensa si este sentido de la unidad no viene de la propia universalidad.

Universalidad ya asentada en la Extremadura del siglo II a. de C. cuando la confederación lusitana se romaniza profundamente y Emerita Augusta, la actual Mérida, se convierte en una próspera y brillante capital, capaz de tener para su asueto un circo que acogía a treinta mil espectadores, y ser considerada la novena ciudad más importante del Imperio Romano. De la misma manera que Extremadura acepta la romanización, con una especie de ósmosis enriquecedora, extenderá siglos más tarde su religión y su cultura por el continente americano. E, insisto en ello, siempre a mayor honra y gloria de su Patria y de su Rey. Cuando Isabel la Católica quiere que se guarde su testamento, aquel en el que pide igualdad para los pueblos descubiertos, agonizante, suplicará que una copia se guarde en el monasterio de Guadalupe -«mi Guadalupe», dirá la Reina-, ese nombre de Virgen morena que los extremeños llevaban en el alma cuando recorrían lo desconocido y que hoy es el nombre más repetido en la América hispana. Este año se cumplen los quinientos del descubrimiento del océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa. La puesta en escena por el descubridor, aquel día de San Miguel de 1513, con su acción de gracias a Dios y su toma de posesión en nombre de los Reyes de España, es, sencillamente, estremecedora. Los nombres de Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Ñuflo de Chaves, Pedro de Valdivia, Alonso Valiente... se suceden en un capítulo donde abundan los millares de héroes anónimos, los que se dedicaban a enseñar a leer y a cultivar el campo; los que creaban universidades y hospitales; los que, en fin, hicieron de aquella su propia tierra y allí fundaron sus familias y enterraron sus huesos...

No se vive sólo de los recuerdos. Pero conviene no olvidar. Recorrer las dos provincias extremeñas es una suerte de viaje donde abundan los paisajes más variados y las costumbres más dispares. No es lo mismo la abrupta serranía del parque natural de Monfragüe, cuajada de los animales más diversos, bajo el vuelo de las águilas, que la serena placidez de la dehesa y el alcornocal; los pueblos con regatos y neveros de la sierra de Gata que las villas del sur de Badajoz, aliadas de la cal y el jazminero, con torres de mudejaría, fronterizas ya de las tierras andaluzas.

El hecho de que el desarrollo urbanístico coincidiera con una etapa de escasez económica ha permitido la salvación del paisaje casi en su totalidad. Algún crimen -de «rico nuevo»- se ha cometido; pero en su generalidad, Extremadura ofrece hoy uno de los reductos -con incontables kilómetros de costa interior- más vírgenes de toda España. Se han puesto de moda entre los ganaderos tener las fincas de bravo en la región y de ahí la cantidad -y la calidad- de toros y toreros... Que lo uno hace a lo otro...

Lejanos tiempos de la emigración y el abandono de pueblos y aldeas. Extremadura se despobló extraordinariamente en las décadas de los cincuenta y sesenta. Años en que calles enteras cerraban sus casas y las viejas maletas de cartón amarradas con cordeles subieron por la amarga senda de los trenes que, renqueantes, cruzaban la Península para recalar en Madrid, Barcelona, el País Vasco, cuando no se adentraban en Alemania o Suiza para servir de mano de obra barata. Pueblo sufriente, el extremeño se amoldó -como en el pasado en la aventura americana- a los barrios de absorción de las grandes ciudades, sin perder su acento, sin olvidar su tierra, sin renunciar a sus sueños. Vinieron, luego -siempre tras la tempestad vuelve la calma-, los años del desarrollo y el que pudo volvió en verano a la casa que había dejado cerrada y ya con el coche y el frigorífico nuevos restauró la costumbre de los estíos en el patio familiar y las noches bajo la parra junto al botijo y la melancolía.

Orgulloso de su españolidad, el extremeño sigue -hoy como ayer- fiel a los dictados de su corazón y de su historia. En 1928 el Rey Alfonso XIII coronó a la Virgen de Guadalupe como Reina de la Hispanidad. El novelista Antonio Reyes Huertas dijo, entonces, ante el Rey: «Nada será Extremadura sin España, porque perdería el centro de gravedad de su amor...». Cincuenta años más tarde le tocó ese discurso ante la Familia Real a este cronista de hoy. Eran, 1978, momentos difíciles, como ahora. En ABC del 12 de octubre de 1978 se guardan estas palabras: «En estos momentos de confusión, cuando muchos frivolizan con el sagrado nombre de España y hasta parecen renegar de él, nosotros, los extremeños lucimos orgullosos nuestra condición de españoles y gritamos: si llega el momento -Dios no lo quiera- en que nadie desee ser España, Extremadura resignará gozosamente su nombre para que se pueda decir y cantar en las escuelas: “España, dos: Cáceres y Badajoz”».

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