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El legado de Obama: claroscuros de una gestión marcada por la crisis

Recuperó una economía muy deteriorada y protagonizó importantes cambios sociales, aunque el enfrentamiento racial no ha menguado

Con una alta popularidad, equiparable a las de Reagan y Bill Clinton, el presidente saliente ha lidiado mejor los retos domésticos

Deja el desempleo en mínimos, pero también una preocupante herencia exterior: la propagación de Daesh y la guerra de Siria, que no supo frenar

MANUEL ERICE

No hay presidente de Estados Unidos, especialmente aquellos que han extendido su mandado hasta el máximo legal de ocho años, que no se preocupe por su legado, por la obra que deja a Estados Unidos y al mundo y por el lugar que ocupará en la Historia. Barack Obama no es una excepción. En su último año, en el que ha combatido con ahínco la imagen de inutilidad de «lame duck» («pato cojo») que transmite el mandatario estadounidense saliente, atado de pies y manos al no ser reelegible, Obama ha protagonizado una intensa actividad internacional. Con acuerdos que sólo el tiempo dirá si han sido exitosos o supondrán nuevos quebraderos de cabeza para su sucesor o sucesora, Donald Trump o Hillary Clinton . Pero el grueso de las transformaciones que ha impulsado y los aciertos y fracasos de su gestión en el Despacho Oval se podía resumir ya en gran medida por el fruto de los siete años anteriores, desde que en enero de 2009, en una imagen sin precedentes, tomara posesión el primer presidente negro de Estados Unidos. ¿Qué queda de la corriente renovadora y de ilusión que se generó entonces? ¿Qué han significado estos años de obamismo y de cambio, no siempre fácil por su abierta pugna con un Congreso la mayor parte de ese tiempo de mayoría republicana?

[Sique en directo la jornada electoral en EE.UU.]

Si fuera sólo por la opinión de estadounidenses, Obama no saldría mal parado. Con un 52,6% de popularidad en la última encuesta publicada , mucho mejor que el 32% atesorado por George W. Bush y ligeramente por encima de la de Ronald Reagan (51%), pero lejos del 63% que despidió a Bill Clinton de la Casa Blanca, el presidente saliente se situaría en el bando de los presidentes aceptablemente valorados. Aunque es pronto para un juicio definitivo. Mientras la Universidad de Chicago diseña el Barack Obama Presidential Center , el edificio que dará cobijo a la intensa labor de trabajo propio y ajeno desarrollado en torno a sus ocho años de mandato y que se ubicará en Jackson Park a partir de 2021, este es un resumen de los principales ha asuntos que ha abordado:

Economía. El balance es positivo. Obama se encontró con la mayor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión, que, junto a un elevado gasto derivado de las intervenciones militares en el exterior, han disparado la deuda pública en Estados Unidos, que hoy alcanza un récord, con más de 19,8 trillones de dólares. Pero la Administración Obama ha logrado reducir el desempleo al 4,9%, su tasa más baja desde antes de la crisis, y que desde 2015 los ingresos netos de las familias hayan vuelto a aumentar. El deterioro del poder adquisitivo de las clases medias y trabajadores vuelve empieza a reconducirse, aunque el nuevo presidente tiene ante sí un gran reto, especialmente en aquellos estados perjudicados por la crisis industrial.

Obamacare, el sistema de salud. La Ley de Cuidados de Salud Asequibles, firmada por el presidente en 2010 y avalada por la Corte Suprema dos años más tarde, nació con el objetivo de ampliar la cobertura a aquellos estadounidenses que no cumplían los requisitos para acogerse a seguros privados, al tiempo que pretendía reducir el coste de los servicios sanitarios. A diferencia del intento fracasado de Bill Clinton, y en concreto de su mujer y actual candidata a la presidencia, Hillary Clinton, de aplicar en Estados Unidos un sistema de salud pública universal a la europea, Obama optó por ampliar la cobertura existente a los sectores más desfavorecidos. Con muchos problemas informáticos en su aplicación inicial y con perjuicios objetivos para millones de nuevos asegurados, especialmente para aquellos que superaban el tope de ingresos anuales, se ha convertido en un polémico asunto, objeto de disputa electoral. Aunque ha logrado el objetivo esencial de ampliar la asistencia de salud a los estadounidenses.

La polarización ideológica del país . Es un hecho que Obama deja el país más dividido todavía que cuando llegó. Y la explicación es de doble lectura. La mayoría republicana en las dos cámaras del Congreso, concebidas como contrapeso al poder del presidente del país pero que también pueden convertirse en un arma de bloqueo, como ha ocurrido estos años, acumula responsabilidad con una oposición a veces extrema. El fenómeno Trump se ha alimentado en parte de esa errática forma de hacer política. Pero también el presidente Obama, como el mismo ha reconocido públicamente, ha sido incapaz de promover diálogos y forjar consensos. Más intelectual que político, su falta de cintura ha sido evidente en algunos episodios de franco enfrentamiento. A la falta de entendimiento entre los dos partidos, que llevo al propio Gobierno (administración) al borde del desabastecimiento financiero en varia ocasiones, hay que sumarle la confrontada interpretación del aborto y el matrimonio homosexual en Estados Unidos. La ampliación del primero y la consolidación del segundo, impulsadas por Obama, fueron avaladas por la Corte Suprema, no sin desobediencias civiles jaleadas a veces por los republicanos.

La cuestión racial. El presidente Obama ha reiterado en sus últimos discursos que él nunca prometió resolver un problema que ha marcado a sangre y fuego a una sociedad que explotó la esclavitud durante más de dos siglos y que ha vivido en la abolición tan sólo unas décadas. Acuciado por el enfrentamiento racial, que se manifiesta de manera periódica en la muerte de afroamericanos a manos de la policía y que los últimos meses ha vivido también la muerte de agentes por venganza, el nuevo presidente, y con seguridad los siguientes, deberán conllevar un problema de difícil solución en Estados Unidos. Como el que provoca la permisividad con las armas de fuego, muy vinculado a veces, a la que Obama no ha logrado poner coto pese a sus reiterados intentos.

La guerra contra el yihadismo. La expansión del autodenominado Estado Islámico (ISIS o Daesh), heredero de Al Qaida pero que ha logrado extenderse a territorios hasta hace poco insospechados para la implantación del terrorismo yihadista , es otra de las arduas tareas que deberá afrontar el nuevo presidente. Su mensaje todavía de mayor perfil bajo de puertas adentro, ha sido criticado por los republicanos, que le acusan de eludir las palabras «terrorismo radical islamismo». Una estrategia que Obama basa en la necesidad de no dar altavoz a los yihadistas. Atentados como los de San Bernardino y Orlando, y más recientemente Nueva York, ha disparado por momentos la sensación de inseguridad de los estadounidenses.

El lunar de Siria. Relacionado con lo anterior, el paso del tiempo se ha vuelto contra la decisión última de Obama de no bombardear al dictador Bashar Al Assad. Corría el año 2011, y quién sabe si no hubiera evitado la sangría en que se ha convertido el mayor conflicto bélico y de desplazados del siglo XXI. Con una política calificada por muchos de frágil y errática, su alternativa de conformar un ejército que hiciera frente al sátrapa, mediante la selección de combatientes y el suministro de armas, mientras una coalición comandada por Estados Unidos se limitaba a bombardear de manera selectiva a los yihadistas de Daesh, matando a muchos de sus cabecillas.

Acuerdo con Irán, deshielo con Cuba, apertura a Asia y roces con Putin. Se han convertido en la última herencia de Obama fuera de las fronteras de Estados Unidos. Más polémico el primero que el segundo, la decisión del presidente de suscribir un pacto con el enemigo iraní , consistente en su renuncia a construir la bomba atómica a cambio del levantamiento de las sanciones mundiales contra el país, recibió comprensión pero también numerosas críticas. En Cuba, el restablecimiento de relaciones es mejor visto, ante la constatación de que cincuenta años de embargo comercial han tenido poca eficacia en la apertura del régimen. De momento, a la espera de que Raúl Castro mueva alguna ficha democratizadora, el desmantelamiento de facto del embargo, mediante acuerdos económicos y de intercambios comerciales, es visto como un primer paso en un largo camino. También, el presidente Obama ha materializado su movimiento de apertura hacia Asia con la firma del acuerdo comercial llamado TransPacífico, entre once países de América y el Lejano Oriente, pendiente sólo del visto bueno del Congreso. Su apuesta por Asia se vio alterada por la intervención del presidente Putin en Ucrania (y en Crimea), que obligó a Obama a salir en defensa del país agredido.

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