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La crisis China ensombrece la recuperación mundial

El gigante asiático intenta virar su patrón de crecimiento hacia uno de mayor consumo, con el que mejorar la calidad de vida de su población, lo que está obligando a reajustarse a todas las economías del globo

Una zona de construcción rodeada de una intensa niebla en la ciudad de Beijing REUTERS

MARÍA CUESTA, MONCHO VELOSO

Hablar de crisis en un país cuando las previsiones apuntan a que su economía crecerá más de un 6,5% este año puede parecer disparatado. Y que esta tasa mantenga en vilo al resto del mundo por su posible impacto en la ansiada recuperación económica podría rayar lo absurdo. Pero no es así si se trata de la desaceleración de China, que ha estado creciendo a un ritmo medio del 10% durante los últimos 35 años y representa el 16,5% del PIB global. Un peso que hace que el resto del mundo se eche a temblar ante cualquier síntoma de debilidad. La incógnita ahora es si el país afronta su propia gran crisis o si el mundo asiste tan sólo a la transición económica de China, empeñada en cambiar su modelo de crecimiento, y debe asumir un comportamiento más equilibrado de la economía oriental.

Pero, ¿a qué temen los mercados? En realidad nada ha cambiado respecto al año pasado: la primera potencia mundial, además de estar corrigiendo la tremenda burbuja bursátil -la Bolsa se había revalorizado un 150% en doce meses-, sigue buscando en 2016 la solución al mismo rompecabezas que le atormentaba en 2015. El país asiático está intentando girar su economía desde un modelo de crecimiento centrado en las exportaciones y la inversión, hacia otro más orientado al consumo privado. Una auténtica metamorfosis.

¿Desaceleración o desplome?

«China se encamina, en este año y los siguientes, a crecimientos más ajustados, pero dirigidos a cumplir con su objetivo de cambio de patrón de crecimiento», dice el director de estrategia de mercados de Banca March, Alejandro Vidal. «Veremos más volatilidad en 2016 a medida que este gigante evoluciona en esa línea y hace reformas, implantando medidas que no siempre serán bien recibidas por los mercados», explica Magdalene Teo , analista del banco suizo Julius Baer .

Las cifras macroeconómicas del país evidencian ese cambio en la estructura productiva. Mientras el sector manufacturero pierde dinamismo, el consumo privado se acelera: las ventas al por menor crecieron el pasado noviembre al 11,2%, su ritmo más alto de 2015. «Son consistentes con una economía en transformación», resume el director general de GVC Gaesco, Jaume Puig .

Otros analistas y economistas especulan con que el régimen comunista podría estar haciendo ingeniería estadística para esconder una debilidad económica mayor. El profesor del IESE Business School, José Ramón Pin Arboledas , recuerda que un precio del petróleo tan bajo como el actual, en torno a 33 dólares el barril, no es fruto sólo del desarrollo del «fracking» y las tensiones entre los países productores, sino que evidencia que grandes demandantes de materias primas, como China, están consumiendo menor crudo, síntoma de una caída de la actividad.

La cuestión es si esta terciarización de la economía china, caracterizada por tasas más bajas de crecimiento, acabará afectando a la economía mundial. Cabe recordar que China se convirtió en 2014 en la primera potencia económica del mundo y desde 2008 es el mayor exportador mundial de bienes por delante de EE.UU. y Alemania. «Una crisis económica en China es el riesgo más importante otra vez para 2016», señala el economista senior de Degrook Petercam, Hans Bevers . «El cambio de modelo chino tendrá varias repercusiones a nivel global. En primer lugar, la ralentización del crecimiento de comercio internacional se explica por esto», señalan en Analistas Financieros Internacionales (AFI).

Equilibrio complicado

«Las autoridades chinas se encuentran ante una tesitura complicada. Una apuesta decidida por el cambio de modelo económico traería a medio plazo la mejora en las condiciones de vida de su población, aunque a corto podría generar un parón más fuerte de lo deseado, con sus consecuentes tensiones sociales», explica el profesor de IE Bussines School Rafael Pampillón .

Por lo pronto, el gigante asiático parece estar jugando su moneda a medio camino entre los dos mundos. Las continuas devaluaciones del yuan suponen un atajo para ganar competitividad frente a otros países emergentes cuyas divisas han sufrido también fuertes caídas. Eso sí, sus consecuencias son amplias y complejas. «Un yuan más débil también encarece las importaciones de China, lo que complica su transformación hacia una economía de consumo», alerta Pampillón.

En el plano internacional, la cara oculta de este movimiento también es complicada. «El resto de las economías emergentes exportadoras también se verán forzadas a devaluar sus monedas para competir con China, lo que podría generar una crisis en Asia por el encarecimiento del repago de la deuda y dificultad para abastecerse de materia prima. Esto último tendría repercusiones importantes en la demanda de estas materias y en sus precios. Unas materias primas más baratas perjudicarían el buscado aumento de la inflación y podrían forzar medidas de estímulo monetario en Europa, que vería peligrar su ansiada recuperación, y EE.UU., que vería peligrar su plan de subida gradual de tipos», explica el analista de IG Fernando Borreguero .

No está claro tampoco si la debilidad del yuan frente al dólar responde a una depreciación intencionada por parte de Pekín o, como señalan muchos analistas, a las medidas que ha ido tomando para liberalizar su tipo de cambio. La moneda es una de las aristas de esa trinidad imposible a la que se enfrenta el régimen comunista chino: ante la imposibilidad de conciliar el control del tipo de cambio, el libre flujo de capitales y una política monetaria independiente, debe buscar un equilibrio para lograr que la desaceleración económica que provocará su metamorfosis sea ordenada y no altere los planes de recuperación de la economía global.

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