muere emilio botín
El banquero que descansaba trabajando
Directo y astuto, se dedicó sin vacilaciones y a tiempo completo al Banco Santander
La biografía de Emilio Botín es sencilla, casi cabe en un mensaje de Twitter: «Nació en Santander (1934), estudió con los jesuitas en Gijón y Bilbao (derecho), ingresó como empleado en Banco Santander en 1956, recorrió toda la escalilla hasta presidente (1986); murió presidente ». ... Son 199 caracteres que resumen una intensa vida profesional de banquero a tiempo completo y sin distracción; porque cuando se distraía pensaba en el Santander. Hace pocas semanas, en pleno ferragosto llamó a un colega para comentar asuntos profesionales y proponerle un reparto de tareas para conseguir un objetivo para el sector. Descansaba trabajando, como el sabio estoico no acertaba a distinguir entre el ocio y el negocio porque para él eran lo mismo.
Santander y Emilio Botín son sinónimos, unión hipostática, inseparable y permanente. La primera pregunta que le hicieron los periodistas hace pocos meses, en la conferencia de prensa de presentación de los resultados del 2013 fue si pensaba en su relevo para octubre, cuando cumpliría 80 años. Seguramente la esperaba, sonrió y respondió, más o menos literal: «Ya me ven, estoy en plena forma, me siento muy bien, el equipo funciona, el banco va fenomenal, no tengo ningún motivo para dejarlo».
En el mundo anglosajón a Botín le veían como «rara avis», un señor mayor, peculiar, dirigiendo como primer ejecutivo actuando como propietario de un banco global, uno de los mayores del mundo, con tres millones de accionistas y más de cien millones de clientes. Los manuales modernos de gobierno corporativo recomiendan límites de edad y de mandatos, separación de tareas entre el consejo y la dirección ejecutiva, de manera que cuando tropezaban con Botín encendían la luz roja. Pero en el banco decían que el presidente estaba a tope, mejor que nunca, con toda la experiencia acumulada, lúcido con los datos y los proyectos, sin nada mejor que hacer que seguir encabezando el banco.
Botín mantuvo íntegros los poderes y la última palabraAunque aparentaba que estaba en todo, que decidía hasta los más pequeños detalles, la realidad es que el Santander tiene delegadas y asignadas competencias y tareas en el consejo y en un equipo ejecutivo muy entrenado y conjuntado. Pero Botín mantuvo íntegros los poderes y la última palabra, convirtiendo ese factor en un punto fuerte para decidir y evitar fricciones o enredos. La unidad de mando ayuda a gestionar.
Nació en Santander en noviembre de 1934, primer hijo de Emilio Botín II, que entonces era banquero a tiempo parcial, miembro (como su padre) del consejo de Banco de Santander, un veterano banco local, nacido en 1857 con privilegio de emisión de moneda, la segunda o tercera entidad de la zona. En ese año 1934 Botín II ocupó la dirección general para llegar a presidente con dedicación plena en 1950, cuando Emilio Botín III ya era bachiller. Botín II hizo del Santander el primero de la región tras una fusión ventajosa con el Mercantil de Santander que era el doble de tamaño. Y a base de fusiones sucesivas, hasta treinta, el Santander llegó a Madrid (y a Londres) para ingresar en el club de los grandes de la banca nacional y codearse con el Hispano y Banesto, con el Central (con el que mantenía estrechas relaciones) y con los dos bancos bilbaínos.
La ascensión de Botín
Botín III ingresó en la nómina del Santander con 22 años, para practicar el oficio del que se hablaba en casa. Al poco obtuvo la condición de apoderado, para formar parte del consejo el año 1960, director general en 1962, consejero delegado en 1977 y presidente con plenos poderes en 1986. Una carrera lineal, sin experiencias formativas en otras entidades extranjeras o nacionales. Una vida profesional entre Santander y Madrid con visitas regulares a las capitales financieras y a América para ampliar negocio.
El Santander fue siempre comercial, aunque Botín II se ocupó de impulsar y sostener industrias (Nueva Montaña Quijano, Cross, Aguas, Viesgo, FECSA, FASA, Authi…) para ganar clientes y negocios y por las posibles plusvalías. Ni tan industrial como Banesto, Central y Vizcaya, ni tan comercial como el Hispano y el Popular. Botín III ha sido más comercial que industrial, sin distraerse con otras preocupaciones, pero con vocación de comprador y, a ratos, de «trader».
Cuando Botín III llegó a presidente se abría la fase de fusiones en la banca grande española una vez superada la crisis bancaria de los 70 y 80 que arrasó medio centenar de bancos. Las cajas aprovecharon para ganar hasta el 50% de cuota de mercado. El Santander se mantuvo agazapado los primeros años, como el Popular, mientras se movían los demás. Apenas entró en las subastas del Fondo de Garantía, husmeaba las ofertas, tomaba nota, captaba clientes y esperaba. Se preparaba para la caza mayor que llegó con Banesto en 1994.
Hizo la mejor oferta por ese banco, un precio excesivo que fijó el propio Botín a mano, aplicando la tesis de que pagar caro por comprar en el centro del pueblo, te lo perdona el tiempo. Pagó caro por Banesto pero se quedó con un equipo profesional que venía del choque Bilbao-Vizcaya , con enorme valor intangible que fue determinante para la ambiciosa expansión del Santander. Cinco años después afrontó con ventaja la fusión con Central Hispano para conseguir «cuatro en uno»: los tres bancos que se habían sucedido como número uno por tamaño en España desde los años treinta (Hispano Americano, Banesto y Central) se integraron en el Santander.
Y entrados en el nuevo siglo, cuando aspirar a más mercado en España no parecía recomendable ni posible, el Santander ha ido satisfaciendo su pasión por el crecimiento en Europa y en América, en mercados emergentes y maduros, con un modelo de negocio singular, federal que hace que cada palo aguante su vela. La misma marca, el mismo sistema de gestión, sistemas operativos y productos, el mismo estilo rojo pasión, pero con autonomía financiera y riesgos acotados a cada país.
Dicen que el Santander ha sido innovador en productos, más en implantarlos que en crearlos: en el negocio bancario se copia todo y rápido, cuenta más la oportunidad y la determinación que la innovación. La «supercuenta» la trajo a España Barclays, pero la implantó con éxito el Santander.
El banquero astuto
Botín ha tenido que superar varios pleitos fiscales que podrían haber truncado su carrera Del Santander que le legó su padre al Santander que ahora recibe su hija Ana Patricia hay una distancia abismal: de 10.000 empleados a 180.000, de 1.500 oficinas a 15.000. Durante todos estos años Botín ha tenido que superar varios pleitos fiscales y mercantiles que podían haber truncado su carrera profesional; los atravesó con sangre fría y determinación. Por el camino abordó tareas adicionales que dejan rastro en Cantabria, su tierra, donde nació y donde será enterrado, en la impresionante finca familiar de Puente de San Miguel. También en la Fundación Botín , y en Universia, deja un rastro fértil, un ejemplar mecenazgo efectivo.
Botín era un activista entusiasta, directo en sus juicios, audaz, dedicado a su banco sin recovecos ni vacilaciones, más astuto de lo que aparentaba, que ha elogiado a todos los gobiernos porque entendía que ese era su deber y su interés. Exigente en el cumplimiento de los objetivos pactados y generoso al reconocerlos. Emilio Botín III no se parecía a su padre en el estilo de gestionar, ni su hija se va a parecer a él. Pertenecen a distintos tiempos y maneras. Por eso el Santander abre desde hoy una nueva página en su centenaria historia, encabezada por alguien apellidado Botín desde 1950.
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