Francia, también en el ojo del huracán

La política de alianzas europeas del presidente del Gobierno se debilita. Con Italia en una permanente crisis política y el presidente francés en el ojo del huracán de las críticas, Mariano Rajoy está prácticamente solo ante la canciller alemana, para quien lo más importante son ahora las elecciones legislativas de septiembre, antes que el desarrollo de las recetas que España espera para poder reactivar la economía.

El eje Rajoy-Monti-Hollande que hace un año parecía lo bastante relevante para contrarrestar la estricta visión de Merkel a favor de los recortes, no conoce sus mejores momentos. «España necesita que Italia tenga un Gobierno» reconocía en privado este jueves una fuente del ejecutivo español refiriéndose a la disfunción que se produce en los consejos de ministros de economía europeos con el representante del gobierno de Roma, Vittorio Grilli, a quien «nadie hace caso» porque es difícil pactar nada con un responsable en funciones que representa a un país todavía incapaz de pactar una coalición estable.

Fracasada la experiencia del ejecutivo tecnócrata de Mario Monti, «nosotros deberíamos ser el aliado ideológico natural del Alemania», reconocen fuentes del ejecutivo, pero es sabido que Rajoy no está satisfecho con la política de Berlín, que no pasa de las buenas palabras. «Schaeuble (el ministro alemán de Economía) es un señor extremadamente político que se está acercando a unas elecciones y sabe perfectamente lo que le conviene», tal como lo define uno de sus interlocutores habituales en los consejos de ministros europeos.

Pero el elemento más inquietante para la posición española es el declive francés, uno de los socios comerciales tradicionales más importantes y aliado circunstancial que está entrando en una espiral de problemas. No solo la popularidad del presidente Hollande está cayendo en picado, lastrada además por el escándalo del ex ministro de presupuesto, Jérôme Cahuzac, y las presiones para que asuma la necesidad de cambios en el ejecutivo, sino que los últimos datos económicos son inquietantes. Su sector exterior, al contrario que el español, pierde posiciones y amenaza con entrar en graves problemas. En el último informe de la CE sobre desequilibrios macroeconómicos no solamente señaló a España sino que el comisario Olli Rehn aprovechó también para enviar mensajes cruzados a los demás países grandes de la zona: a Francia por el alarmante declive de su competitividad y a Alemania por no aprovechar sus excedentes para estimular la demanda en los países en crisis. Las críticas a Alemania podrían ser munición estratégica para España, si no quedasen desactivadas por la debilidad de nuestros vecinos transpirenaicos. «París -dicen en Economía- tiene ahora sus discrepancias con Berlín sobre la política de austeridad, pero en el fondo están unidos a Alemania».

Más aún después de que el eje franco-alemán haya perdido la paridad histórica a favor de la superioridad demográfica alemana. Para algunos la peor de las situaciones es que esa preeminencia gane terreno. Un ministro irlandés reconocía recientemente que a pesar de sus heridas históricas, «no me gustaría que Gran Bretaña saliera de la UE, porque alguien tiene que tener fuerza para contener a Alemania». Pero es un hecho que el primer ministro británico, David Cameron, está llevando al país por el camino de salida de la UE o de una relación limitada con el proyecto continental, lo que también es malo para las posiciones españolas, inequívocamente europeístas.

Es decir, que el supuesto «aliado ideológico natural» de Merkel está lejos de este grado de compenetración. La unión bancaria, que España quiere acelerar a toda costa, vuelve a estar en solfa a causa de las reticencias alemanas, aparentemente técnicas, pero en el fondo políticas. Y hasta las elecciones de septiembre, suma y sigue.