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Desahucios, los escenarios del horror

Mari Carmen volvía de hacer unos recados cuando se encontró el cuerpo de su marido en la acera. Había perdido la propiedad de su casa, pero seguía debiendo dinero

Desahucios, los escenarios del horror xlsemanal

carlos luján

Francisco Lema. 36 años. Albañil. Córdoba. 8 / 2 / 2013.

Francisco, parado, llevó ese viernes a su hija de ocho años al colegio. Al volver, encontró una carta de Hacienda que le reclamaba 400 euros. Subió al cuarto piso de su edificio, en la calle Cartago, donde vivía de alquiler, y se tiró al vacío. Hacía menos de un año que había perdido su casa por no poder pagar la hipoteca. El banco se la quedó, pero le seguía exigiendo el pago de 25.000 euros.

Iñaki Vesga. 56 años. Soldador. Basauri. 11 / 2 / 2013.

El día que Iñaki se suicidó, le tocaba pasarle a su mujer la pensión de 350 euros de su hijo de 17 años. Su otra hija, de 30, ya está casada. Estaba separado de su mujer desde hacía cinco años. Él vivía solo, aunque rodeado por su padre y sus nueve hermanos, y llevaba dos años en el paro, pero no parecía desesperado. Hasta que a las 4,30 de la madrugada de ese lunes se ahorcó. En la nota de suicidio contaba que no podía pagar los 700 euros de la hipoteca. «Antes de verme en la calle, me voy», dejó escrito. Solo había dejado de pagar una mensualidad, pero intuía lo que venía: había agotado la indemnización de su despido, solo le quedaban los 426 euros del paro de larga duración. No pidió ayuda. No era su estilo. La noche anterior estuvo en el bar viendo el partido del Athletic, su gran afición. Perdieron 0-4 contra el Espanyol.

José Miguel Domingo. 54 años. Quiosquero. Granada. 25 /10 / 2012

La ambulancia llegó antes que los agentes judiciales. José Miguel Domingo se ahorcó horas antes de ser desahuciado de su casa del humilde barrio granadino de La Chana. Estaba soltero y vivía solo, justo encima del local de su negocio de venta de prensa, en el edificio que su familia posee desde hace décadas. Uno de sus hermanos, que regenta una frutería junto al quiosco, lo encontró ahorcado en el viejo patio de la casa. Nadie en el barrio sabía de sus problemas. Para ellos, José Miguel era un tipo amable, simpático y generoso. Quizá no hablase por vergüenza, especulan, para que nadie supiera lo que iba a pasar con la casa de su familia. La noche anterior, quizá algo triste -intentaban explicarse-, acudió al bar habitual a ver el partido de la Champions del Real Madrid contra el Borussia Dortmund. Perdió el Madrid.

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