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David Gistau - Nadar entre tiburones blancos

Las rastas de Neymar

DAVID GISTAU

Ayer fui informado por un periódico de que Neymar -nunca lo abrevio por respeto al mariscal Ney- cambió de peinado y «probó suerte» con las rastas. Estuve todo el día pensando en ello e incluso me planteé la posibilidad, yo también, de «probar suerte» con las rastas, ya que Neymar lo hace. Alguien podrá pensar que el hecho de que Neymar se ponga o no rastas debería importarle a un adulto tanto como lo que haga la primavera con los almendros. Es un error. Confiarse a la infalibilidad de un modelo de comportamiento como Neymar resuelve muchos problemas, por ejemplo, en el supermercado, donde hay un exceso de marcas, por lo cual, ante la duda, basta con elegir la que consuma Neymar. Muy a menudo, cuando la vida me obliga a tomar una decisión difícil, me pregunto: «¿Qué haría Neymar?». De momento, ponerse rastas. Pues adelante con ello.

Cuando Neymar fichó por el Barcelona, después de lucir en el Santos una aberración capilar como de Piolín punki, Valdano expuso toda una teoría acerca de que su elección más moderada para un nuevo peinado era en realidad una inteligentísima -¿ven cómo hay que comprar los yogures de Neymar?: es inteligentísimo- expresión de voluntad: renunciar a lo excéntrico, a lo excesivamente protagonista, a las frivolidades ajenas al juego, y centrarse en ser nada más y nada menos que un buen futbolista obligado a hacer méritos y a conquistar una posición. Con su pelo convencional, Neymar tomaba por tanto una decisión alienante más o menos cuando Messi, que jamás vivió del pelo, apareció durante un tiempo con el suyo estragado por la inmersión en agua oxigenada con un resultado bicolor que nos puso nostálgicos de Farrah Fawcett Majors.

Es verdad que está en un periodo de lesión y que, a pesar de las asistencia de sus «toiss», debe de aburrirse tanto como para ponerse a experimentar con el pelo. Pero, por otra parte, y por continuar con la teoría de Valdano, las rastas confirmarían que Neymar no está en el PSG con la misma actitud de futbolista puro que mantuvo en un ámbito más competitivo como el Barcelona. Cosa que en realidad ya sabíamos por su costumbre de entrenar y jugar cuando le da la gana y de vivir en general beneficiado por un ambiente consentidor que resultaría imposible en un campeonato de verdad y con un entrenador de verdad. También en esto Neymar es inteligentísimo: no se debe renunciar a una sola fiesta porque en realidad jamás estamos seguros de cuántas quedan.

Recién operado, en una silla de ruedas y haciéndose rastas tan aburrido como Mallarmé cuando ya se había leído todos los libros, Neymar consagra el personaje que nos está vendiendo la propaganda: el de la princesita triste que ha de ser rescatada de París para regresar a su lugar natural, a la camiseta para la cual nació, la del Real Madrid. Sólo por ver una presentación con los «toiss» alrededor como cuando Illarramendi salió con su cuadrilla,la posibilidad me complacería. Más allá de que me solidarizo con la inmensa cantidad de granujas que parasitan a Neymar y tienen derecho a fantasear con nuevas comisiones. Pero resulta fatigosa esta costumbre de tapar malas temporadas con el anuncio de la llegada de un ser providencial. Y, encima, aclaro que cuando dije que Neymar es un modelo de comportamiento estaba siendo sarcástico. De hecho, representa la falta de compromiso y de palabra, el egoísmo vanidoso en el vestuario, el eterno culto a sí mismo, la tendencia infantiloide a pedir a gritos ser regañado sin que nadie se atreva a hacerlo. Por algún prejuicio que me fue inoculado durante los años en Buenos Aires, ésta es la visión que tengo en general del futbolista brasileño -el brasuca- con todo su talento natural. Pero es que yo sólo ficharía futbolistas ingleses con al menos tres años de servicio en los Fusileros de Lancashire donde, ¡Hélas!, no abundan las rastas.

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