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Ignacio Ruiz Quintano

Sobre el público del Bernabéu

Ignacio Ruiz-Quintano

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El primer análisis sociológico del público del Bernabéu lo hizo don Santiago Bernabéu, para quien las dos Españas machadianas eran, además de falsas, cursis. Sus dos Españas, según le contó a Martín Semprún, eran: una, la de los que tenían lo justito para vivir y j… lo mínimo porque no les quedaban ganas para nada, pues estaban siempre sin un duro, tiesos como algarrobos retorcidos; y la otra, la de los que están montados y la de los que j… a todo dios, «menos donde tienen que meterla», y viven de lo que trabajan los demás, llevándoselo muerto de todos los registros imaginables.

-España, cada vez más, es como un bote lleno de agujeritos en el que unos cuantos meten la pajita para sorber, dándose la circunstancia de que siempre son los mismos. Chupan y chupan y no se cansan de chupar. A lo sumo, para disimular, lo que hacen es darle una vueltecita al bote y cambiar el agujero, pero nada más.

Como prueba del sentimiento humano de las masas, don Santiago Bernabéu puso «el silencio del Bernabéu» el día del 0-5 de Cruyff.

-En el fútbol existen otros sentidos que no están bautizados. Me acuerdo de aquel partido que perdimos en Chamartín, ante el Barcelona, por cero a cinco. Recuerdo el silencio sepulcral de los socios; nadie dijo nada, nadie chilló, nadie se quejó. Y me he preguntado muchas veces quién fue el que dijo «vamos a callarnos» y, además, le hicimos caso todos.

¿Qué tiene que ver el Bernabéu de aquel tiempo con el de ahora?

El Bernabéu de ahora es la socialdemocracia en estanterías de cabezas: el fútbol es determinante en la idiotización de la sociedad.

Bernabéu oyó el silencio del Bernabéu la noche del cero a cinco, y yo vi la ovación del Bernabéu al Maradona del gol que dejó clavado a «Sandokán» Juan José en la portería del Fondo Norte como un abejorro en la caja del entomólogo. Ahora los silencios y las ovaciones son diplomacia alternativa con ardor de pipas. Contra Mourinho, las mayores ovaciones se las llevaron Iniesta, «porque es español», y Llorente, el del Athletic, que hacía Pilates en la banda. ¿Y si la ovación a Villa del sábado fuera una ovación contra Raúl?

La mosca en esta sopa primordial del «buen rollito» es Piqué, que en Madrid cae mal y no se sabe por qué, aunque yo creo que es por lo que tiene de madrileño de Lavapiés, siendo de Barcelona.

Ante el partido contra Italia, el Gobierno envió a su ministro de Propaganda, Méndez de Vigo, a pedir un aplauso (un pastel) para Piqué en el Bernabéu (nunca lo verán pidiendo un aplauso para Cristiano en el Campo Nuevo). Porque el punto de vista del Gobierno sobre el lío catalán es joseantoniano (José Antonio lo tomó de Ortega, que sabía de política lo que de fútbol sabe Méndez de Vigo): lo de Cataluña, según eso, sería un problema de amor, es decir, que los demás españoles no aman a los catalanes como merecen, y ya estamos otra vez en la España de los agujeritos que decía Bernabéu, pues en el Bernabéu ovacionó a Piqué el mismo público pastueño que pita a Bale porque lo mandan los Fake News, lo cual, aun tratándose de fútbol y no de arte (¡que el arte en fútbol es Isco!), es una tragedia.

-La mayor manifestación del arte -explica Valle-Inclán- es la tragedia. El trágico crea un héroe y le dice al público: «Tenéis que amarle». ¿Y qué hace para que sea amado? Le rodea de peligros, de amenazas, de presagios... y el público se interesa por el héroe, y cuanto mayor es su desgracia y más cerca está su muerte, más le quiere. Porque el hombre no quiere a su semejante sino cuando lo ve en peligro. Es la tragedia.

Parece el caso de Bale. Flóper sería Shakespeare.

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