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Ranieri, justicia a treinta años de banquillos

El triunfo del Leicester, además de revancha, da otra dimensión a la carrera del italiano

HUGHES

“Una sola verdad permanece intacta. En el fútbol inglés, italiano o francés, sea cual sea el equipo que alinee, (Claudio) Ranieri queda segundo”. Lo escribió el periodista Jack O'Malley.

A Ranieri le llamaban “Bollito” (acabado, anticuado) en Italia, y antes, en Inglaterra, “The Tinkerer” (algo así como chapucero) por su manera de rotar en el Chelsea. Mucho antes, en Italia, su apodo era “Er Fettina” (el chuletas) porque su familia tenía una carnicería en Testaccio, Roma.

Al estadio de la Roma acudía de niño a ver a su equipo. “Cuando iba de niño a la grada esperaba solo una cosa: que mi equipo lo diera todo de principio a fin”.

Ranieri fue un jugador de poca fortun a que empezó siendo delantero y acabó de defensa. “En la defensa se ve todo. Desde ahí aprendí a ver el fútbol”.

La victoria del Leicester es un milagro también personal. Después de 30 años entrenando, con los “foxes” ha podido desarrollar en un ambiente óptimo sus dos mejores características: un fútbol rapidísimo, y una psicología paternal en un vestuario lleno de “hombres libres y responsables”.

Lo mejor que había apuntado en su carrera se quintaesenció, por extrañas circunstancias, en Leicester. Alrededor de un 4-4-2 clásico hizo un fútbol de poquísima posesión , muy veloz hacia el gol. A su manera, muy puro, muy personal. Casi todos lo que pasó en el campo fue significativo, y en el vestuario consiguió reproducir su ideal de camaradería romana de los años 70 (admiró a Chinaglia, y su Lazio de las pistolas). Todo en su Leicester fue verdad, tuvo importancia, emoción.

Podría decirse que en su carrera estaba ya su Leicester. Y que sólo él lo vio.

La victoria ilumina mejor el resto de su carrera. Se convierte, después de Ancelotti, Mourinho, y Benítez en el cuarto entrenador en ganar títulos en Italia, España e Inglaterra. Aunque hasta la Premier 2015-2016 sólo había ganado dos copas. Lo más parecido a una liga eran la serie B italiana, o la Ligue 2 francesa. Premios de Segunda división. O subcampeonatos dolorosos como el de la Roma.

Por encima de estadísticas, su hazaña pasa a la leyenda del fútbol mundial. Ranieri ya es un mito . Pero toda su carrera adquiere otra proporción. El Leicester desvela lo que de grandioso hubo en otros “pequeños Leicester”. Todos los equipos modestos o medianos los dejó en mejor lugar. También revela su falta de fortuna: los grandes le llamaron en los peores momentos.

Ranieri, futbolista modesto, empezó a entrenar en la tercera división italiana. Uno de sus equipos ganó al Cagliari, gallito de la categoría, y su presidente no lo dudó, le ofreció el banquillo. Llevó al Cagliari de la C1 a la Serie A, con Enzo Francescoli de estrella. En los entrenamientos a primera hora, Ranieri despertaba a los futbolistas con una cantinela: “Dilly-Dong, dilly-Dong, el entrenamiento ha empezado” . A final de temporada, regaló a cada jugador una campana con ese lema grabado. El mismo que sonaría años después en la rueda de prensa en Leicester. “Estamos en Champions, dilly-dong”.

En Cagliari recibió la llamada del Napoles post-Maradona. En el primer año, 1991, lo devolvió a Europa. Al siguiente fue despedido . En Europa, con Zola y Fonseca en la delantera, aplasta al Valencia en Mestalla con un 0-5.

Pese a ello, cuando Paco Roig presentó a Claudio Ranieri como entrenador del Valencia se equivocó de apellido. “Aquí está el señor Rinaldi”.

En las negociaciones, Roig fue más Roig que nunca. “Para convencerme dijeron que en Valencia había un magnífico colegio italiano para mi hija, pero al llegar descubrí que no lo había”. Era un entrenador de moda que había ganado la copa italiana con una Fiorentina en la que jugaba Batistuta. Con la Fiorentina se había cumplido el sino de Ranieri: cogió al equipo en Serie B, lo ascendió y lo hizo campeón de Copa.

Míster Rinaldi llegó a un Valencia en crisis tras Valdano. Se libró de Romario y acabó metiéndolo en Champions con una Copa del Rey. La ganó contra el Atlético en Sevilla, tras eliminar al Madrid con un 6-0 y al Barcelona con 2-3 en el Camp Nou la noche de aquel gol de Mendieta que cantaron Los Planetas. Hubo otra memorable actuación liguera en el Camp Nou. Perdían 3-0 y acabaron 3-4 con una remontada en veinte minutos. Los doce goles del Piojo López contra el Barça en esos meses marcaron a Van Gaal. “Quiero que mi equipo sea una máquina de guerra. Sin sentimientos”, proclamó Ranieri con su fuerte acento. Lo consiguió.

Ranieri no sólo perfilaba al futbolista, lo bautizaba . Cañizares era “un dragón”, Illie “te pica y te mata, letal como una cobra” (igual que ahora Vardy es un “caballo fantástico”).

Además estaban Carboni, Mendieta, Farinós… La base que haría historia después con Cúper y Benítez.

Ranieri se ganó a la prensa y afición valenciana con su sonriente realismo. No lloraba, no vendía imposibles. “Si mi abuela tuviera cojones sería mi abuelo”, dijo una vez. A Valencia volvería en una breve segunda etapa sin mucha suerte.

Después llegó al Atlético de Gil (“llamativo y excéntrico”, lo definió en sus memorias). Ha llegado a los equipos grandes en mal momento o en plena transición. “Un entrenador es como un paracaidista que no sabe si el paracaídas se le abrirá”. En unos meses llegó la intervención judicial. “Si no ganas tendré que despedirte”, le dijo Rubí, el administrador judicial. “Nunca vi que a un entrenador lo echara un juez, así que me fui yo”, explicó a Malcom Pagani en una entrevista.

Fueron meses difíciles. Una mañana suspendió un entrenamiento al grito de “¡Me gustan los hombres, no las mujeres! ¡Estoy muy harto, tengo los huevos gonfios (hinchados)!”. Minutos después, en rueda de prensa, se explicó mejor. “Me gustan los hombres… pero en el campo. También sé que hay mujeres que juegan bien. Tarde o temprano entrenaré a un equipo femenino”.

Lo del los hombres lo ha repetido. Lo dijo del Leicester como el mayor elogio. “Mi plantilla no tiene jugadores, tiene hombres. No es cuestión de estilo, ni de ganar o perder. Es poder mirarse al espejo por la mañana”.

Entrenando a la Roma, su equipo, en 2011, sufrió lo mismo que había provocado en Van Gaal. La Roma ganaba 3-0 contra el Génova y acabó 3-4. "Tras el pitido final, fui al vestuario para darle las gracias al equipo y decidí presentar mi dimisión".

Atlético y Roma fueron sus dos únicas renuncias .

“Hablo poco de táctica, vosotros, jugadores, corred”. Su modelo no es ningún equipo histórico, sino el Catanzaro de los 70 en el que jugó, entrenado por Gianni Di Marzio. Era un equipo de amigos que pasaban las fiestas juntos. Que se veían también en Navidad. Aún conserva esas amistades y anualmente queda con ellos y navegan juntos por el mediterráneo. De alguna forma ha intentado reproducir ese ideal. Lo ha logrado en el Leicester, que ha mejorado a su Valencia en fútbol y ha emulado al Cagliari en ambiente. Hay otro tercer elemento que apasiona a Ranieri y que se repite en sus clubes: el trabajo con los jóvenes

En la decisión de ir a Leicester pesó la experiencia previa en el Chelsea. Fue el club donde más tiempo permaneció. Cuatro temporadas, cuya percepción están algo distorsionadas por lo que vino después: los años de Mournho y el dinero de Abramovich. Ranieri fue fichado en el año 2000, cuando el club lo presidía Ken Bates. Estuvo cuatro temporadas. Pasó del sexto puesto al cuarto, luego al segundo y a las semifinales de la Champions League que perdió frente al Mónaco. En esa última temporada, en 2003, es cuando Roman Abramovich compra el Chelsea. “Seguirás en el club”, le dijo en su primera reunión. Hasta el final dejó viva una posibilidad. Pero ya se le conocía como “Dead man walking”, un sentenciado. Los contactos del club con Mourinho eran notorios.

En 2004, después de colocar al club en la élite europea y de haber fichado a Terry y Lampard, dejó Stamford Bridge. Publicó entonces su biografía “Proud (orgulloso) Man Walking”. En esas páginas, poco vengativas, repasaba su temporada.

Buenas palabras para todos, salvo para Peter Kenyon, el directivo, muy asociado al “marketing” y alejado de su visión técnica y clásica; tampoco para Panucci, el único jugador “que no dio todo por él”.

En esas páginas cuenta sus esfuerzos con la dieta de la zona, su buena relación con Abramovich, o cómo su preparador, Roberto Sassi, se presentó al ruso: “Soy el segundo mejor preparador físico del mundo. El primero está muerto”. Sassi, luego director del centro técnico de la Juventus, fue importante en sus esos años para Ranieri. Uno de los pioneros de la tecnología en el fútbol.

Ranieri explica en el libro su visión del entrenador como una “father figure” (figura paternal), del vestuario como “una familia”, y revela su gusto por cierto tipo de futbolista al explicar su “fijación” por Geremi. “Siempre me han gustado jugadores que son flexibles tácticamente, individuos con carácter que nunca se rinden y que saben cómo defender. Por lo que había visto antes de tenerlo a mi disposición, Geremi combinaba todas estas cualidades . Había sido un golpe para mí cuando John Toshack , entonces el entrenador del Real Madrid, le arrancó del club turco Glencler–Birligi. Yo ya lo había pedido para el Chelsea el año anterior”.

En ese libro, Ranieri reconoce como su gran error el planteamiento en la ida de las semifinales ante el Mónaco. “Me enteré de que mientras preparábamos el partido, el club se había reunido con representantes de Mourinho. Era una falta de respeto, para mí y para los jugadores. Planteé ese partido con demasiadas ganas de vencer, y alineé a un delantero de más”.

Así lo renoció ante los jugadores al acabar el partido. “Chicos, fue mi culpa”.

En esa biografía, Ranieri admitía su error, pero indirectamente culpaba a Mourinho y al club.

El portugués no tendría piedad años después, iniciando otro de sus piques. “Ranieri tiene la mentalidad de alguien que no necesita ganar. Tiene casi 70 años, ha ganado una Supercopa y otro pequeño trofeo y es demasiado viejo para cambiar su mentalidad. Es viejo y no ha ganado nada. Yo estudié italiano cinco horas al día durante muchos meses para asegurarme de que podía comunicarme con los jugadores. Ranieri, después de cinco años en Inglaterra aún luchaba por decir “buenas tardes” con dificultad”.

Pese a la sensación de orgullo, Ranieri acusó el golpe del Chelsea. “Soy mayor y estoy vacunado contra enfermedades tropicales. Hay poco que pueda sorprenderme ya, pero por un momento pensé que Abramovich querría contar conmigo para el año siguiente”. No fue así,

Tras el Chelsea, y el regreso fugaz a Valencia se tomó un descanso antes de regresar a Italia. Unos años de cambios: Parma, Juventus, Roma e Inter. Vuelve a su país como un entrenador de primer nivel y prestigio mundial.

En la Roma, su equipo de siempre, se atreve con Totti y De Rossi y alcanza el segundo puesto. Cuando vio que no podía mirarse al espejo, dimitió. No hubo título, pero firmó una gran página.

No fue la única. En el Parma no llegó al año, pero dejó un recuerdo imborrable y también acabó entre lágrimas. Agarró al equipo en puestos de descenso (3 victorias en 22 partidos), reconstruyó su moral, lo salvó, y alumbró el talento del joven Giuseppe Rossi.

Ese lustro italiano explica muchas cosas. Lo que de genuinamente italiano tiene Ranieri quizás quede mejor fuera. Su tono característico, de chistoso pizzaiolo, encanta en Inglaterra y en España, pero puede que resulte menos pintoresco en Italia.

Hay algo más. Algo que desmiente su fama de intérprete del “catenaccio”. Sus equipos italianos estuvieron entre los más goleadores del campeonato. Igual que el Leicester. Su fútbol, siendo prudente, no es aburrido. Busca el gol de otra manera: muchos hombres por detrás de la pelota, muchos espacios y una gran velocidad de ejecución.

En Valencia resumió su fútbol: “¿Para qué queremos el balón durante un minuto, si además no sabemos tenerlo, si en cinco segundos lo robamos, se lo damos al Piojo y él marca un gol?”.

Cambien al Piojo López por Vardy. Sus rápidas cabalgadas por enormes espacios abiertos en el rival se parecen. Ranieri es uno de los entrenadores que más repite la palabra libertad. “Sólo mente y corazón abierto, una batería llena y correr libre”, así es su fútbol ideal. Ha entrenado a Falcao, Batistuta, Lampard, Hasselbaink, Zola, Trezeguet… Libertad a cambio de implicación en defensa. Es decir, libertad con responsabilidad.

Esos últimos años italianos de Ranieri hablan también de la crisis estructural del Calcio, y de su proverbial mala suerte con los grandes clubes. Nunca le dieron un proyecto encarrilado. Su Juventus estaba recién ascendida. La mete en Champions League, pero no gana nada. El Inter aún tiene menos paciencia, y no aguanta más de medio año.

Después llegaría el Mónaco francés en segunda división. Otro ascenso, otro subcampeonato y otro despido. Tras eso, la selección griega en plena crisis nacional. Se queja Ranieri de no haber podido pasar ni medio mes con los futbolistas. Su Atlético fue intervenido, su Grecia también. La derrota con las Islas Feroe supone su despido fulminante.

Justo en ese momento declinante de su carrera, con una consolidada fama de segundón y de “anticuado”, decide ir al Leicester. El milagro empieza en esa apuesta personal. Vichai Srivaddhanaprabha, su propietario, estaba entre Gus Hiddink, Laudrup y él. Lo contrata por tres años con el objetivo de la salvación; por cada puesto sobre el 17 cobraría cien mil euros adicionales.

La historia es bien conocida. El Leicester tiene algunos seguidores ilustres. Uno es Gary Lineker, el delantero. Cuando conoció e fichaje de Ranieri tuiteó: “Claudio Ranieri? Really?”. Otro es el novelista Julian Barnes. Nació allí y conservó su amor por el club. “El Leicester nunca será nada diferente. Un media-tabla en el mejor de los casos”, sentenció, desmoralizado, al The Guardian. En “Historia del mundo en diez capítulos y medio” escribió un relato en el que el protagonista soñaba cosas asombrosas. La cura del cáncer. Aviones que nunca caerían. Y el Leicester ganando la FA Cup.

Ni la literatura pudo imaginar que ganara la Premier.

Lo cierto es que ninguna afición que tuvo a Ranieri lo pudo olvidar. Ahora el Leicester lo convierte en inolvidable para todas los demás, haciendo justicia a treinta años de banquillos.

Para ganar nunca es tarde, y su victoria vale por cualquier palmarés.

Pero cuántos habrá como Ranieri, con un “Leicester” que nunca llega apenas esbozado.

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