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David Gistau

Lección de anatomía

David Gistau

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El equipo médico habitual de Gareth Bale acaba de anunciar una nueva lesión que se solapa con la anterior, de forma que Bale ya ha logrado perfeccionar su estado de lesionado crónico hasta el punto de prescindir del partido de reaparición que antaño jugaba antes de iniciar un nuevo proceso convaleciente. La reputación de Bale fue atacada en el momento de su fichaje con rumores acerca de una protrusión –palabra que entró entonces en las tertulias de café y creo que ya ha salido– que traía puesta como un material defectuoso que cualquier día causaría su desmoronamiento fulminante en el campo y la salida de un veterinario de Ascot tocado con chistera para darle el tiro de gracia como a un purasangre irrecuperable. Lo curioso es que, cinco años después, la vértebra de la protrusión debe de ser lo único que no se le ha averiado a Bale, el único punto de su cuerpo con el que los periódicos deportivos no han hecho un póster como para una lección de anatomía. Me gustan esos pósters. Recuerdo el que le hicieron hace muchos años a Bryan Robson , lleno de flechitas señalando partes de su cuerpo, para demostrar que había sido un auténtico guerrero, uno de los jugadores con más lesiones de la historia. Ni un hoplita de Alejandro durante la década persa obtenía tantas cicatrices.

[El Madrid no encuentra respuesta a las lesiones]

Bale es un futbolista excelente , muy querido en casa, por lo que lamentaríamos que en el Real Madrid estuvieran mirando las condiciones de su garantía como ocurre cuando un electrodoméstico sale malo. Siempre dijimos que en el modo de correr de Bale había un recuerdo de los señoritos atléticos de «Carros de fuego» que colocaban copas de champán sobre las vallas de las carreras de obstáculos y se proponían no derramar una gota. Lo único que me ha molestado de cuanto Bale ha hecho a propósito estos años es su moñito de Shogun porque confirma el prejuicio de un amigo mío de virilidades australes que sostiene la teoría de que los vestuarios occidentales ponen en contacto a hombres primarios con los afeites. Con el secador de pelo, como decía Di Stéfano cuando explicaba que su entrada en el vestuario fue la del narcisismo y la conciencia del espejo. Yo a Bale lo cuidaría y le pondría tiritas hasta que pudiera volver a correr diciendo mec mec, como el Correcaminos, un poco como Gento cuando me contaba mi padre que no sabía frenar y aparecía en la calle del Padre Damián con tres fotógrafos y un peñista de Cuenca pegados en el parabrisas.

Aprovechando sus averías, circulan teorías maledicientes acerca de Bale y del modo en que estaría somatizando una incapacidad temperamental de soportar la presión. Un psicoanalista con diagnóstico dentro de cada español, esto parece una película de Woody Allen . Cualquier día le encontraremos a Bale la vuelta freudiana y resultará que el problema es que lo tenemos en la fase anal. La comparación más cruel propuesta por estas teorías es la que asemeja a Gareth Bale con Robert Prosinecki , aquel croata fumador y feo, cuyos músculos se desgarraban como el papel al contacto con el aire de Chamartín y que, degenerando, como el banderillero de Belmonte, terminó anunciando furgonetas en un spot francamente desasosegante. Para cualquier madridista de cierta edad, la mención de Prosinecki alude a todo lo que puede salir mal, a todo lo que puede escacharrarse. Bale no lo merece, ni siquiera en esta racha aciaga que lo tiene metido en boxes con una mala suerte que es como para preguntarse si no le hacen vudú. No lo merece porque Prosinecki no hizo goles en no sé cuántas finales, no dejó para el recuerdo la carrera de Bartra en la final de Copa, no abrió una victoria como la de Lisboa en la prórroga, no dejó en la memoria goles fastuosos como los que ha hecho Bale. Alguno, como en Anoeta, este mismo año, antes del vudú. En casa, esperaremos a Bale. Mientras no juega, estamos aprendiendo mucho de anatomía.

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