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Serbia-Albania

Cuando el fútbol resucita el odio

Los viejos lodos del conflicto balcánico vuelven al primer plano internacional en medio de un partido de clasificación para la Eurocopa que nunca debió disputarse y que trae a la memoria aquel terrible Dinamo de Zagreb-Estrella Roja de 1990

Cuando el fútbol resucita el odio AFP

AITOR SANTOS MOYA

Belgrado. Sede del Serbia-Albania, perteneciente a la fase de clasificación de la Eurocopa 2016. Kosovo. El enquistado conflicto de Kosovo como telón de fondo. El odio y la rabia reflejados otra vez sobre un campo de fútbol. Secuelas de guerra demasiado abiertas como para cicatrizar sin derramar aún más sangre. El disparate de enviar un dron con la bandera de la Gran Albania en mitad del juego era una mecha demasiado grande como para que no prendiera. La intolerancia y la incompetencia de la UEFA, que unicamente catalogó el partido de alto riesgo en lugar de evitar el emparejamiento, como ocurre con los Rusia-Georgia, los Armenia-Azerbaijan e incluso los España-Gibraltar , hicieron el resto.

Un sinsentido que provocó la suspensión del encuentro a dos minutos del final de la primera parte. Poco antes, los terribles delirios de la Gran Albania (que incluye Kosovo) y la Gran Serbia habían sembrado el cesped de golpes e impotencia. Sobre todo, impotencia. Los años pasan, pero el dolor de una guerra inacabada no parece tener fin. Las sobrecogedoras imágenes, no tan poco erradicadas como se piensa en el marco europeo, evocaban tristemente al 13 de mayo de 1990, fecha en que el Dinamo de Zagreb recibíó al Estrella Roja de Belgrado y que pasaría a la historia como la contienda que proyectó la desintegración de un país marcado por las irreconciliables diferencias étnicas.

«Serbia siempre será Serbia», gritaban los Delije en plena desintegración balcánica

Ese día tres mil Delije (ultras del Estrella Roja) se desplazaron en masa a la todavía ciudad de la república yugolasva para proclamar en medio de un patente clima independentista que «Serbia siempre sería Serbia». Tan solo siete días antes habían tenido lugar las primeras elecciones regionales desde la reunificación del país en 1945 bajo el régimen comunista. En Croacia las cosas estaban claras: un partido nacionalista, la Unión Democrática Croata, presidida por un disidente y antiguo general del Ejército Popular, Franjo Tudjman, había ganado por clara mayoría.

Así pues, cuando los radicales serbios llegaron a Zagreb los Bad Blue Boys (ultras del Dinamo) les estaban esperando. El choque era cuestión de tiempo. Ya en la propia estación de tren consignas como «¡Mataremos a Tudjman!» resonaban en el seno de un territorio que no iba a permitir una intromisión así. No al menos, sin haberse presentado a la batalla. El trayecto de los Delije al estadio Maksimir dejó un reguero de caos que ni la propia policía, cuya misión era escoltarles, pudo contener.

Las gradas del estadio apenas tardaron en contemplar una lluvia de asientos, piedras y bengalas que dejaron paso a brutales agresiones entre ambas hinchadas, ante la impasible mirada de una policía conformada por mayoría serbia. Para el triste recuerdo siempre quedará la patada del capitán del Dinamo, Zvonimir Boban, a un agente que estaba agrediendo a un seguidor local. Más tarde alegaría que solo estaba defendiendo «la causa croata». Al contrario que ayer, la pelota nunca se llegó a poner en juego en un partido, considerado por muchos como el último detonante de la Guerra de los Balcanes.

Una estatua en la entrada del fondo norte del estadio Maksimir recuerda todavía los ecos de aquel día. «Para los seguidores del equipo, que comenzaron la guerra con Serbia en este estadio el 13 de mayo de 1990», reza la inscripción. Más de 20 años después, viejos fantasmas reverdecen bajo la mirada cómplice de quienes aún hoy no han cerrado sus heridas.

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