Hazte premium Hazte premium

Tour de Francia

Kittel demuestra que el tamaño importa

El alemán ganó por un suspiro en vísperas de la montaña que hoy examinará al dolorido Contador

El ajustado esprint del martes AFP

J. GÓMEZ PEÑA

Marcel Kittel mide 1,88 metros, más el tupé rubio alemán . Bryan Coquard es una ardilla francesa de apenas 1,69. Distintos de talla y metidos en el mismo oficio: el esprint. Limoges, la ciudad de la cerámica, ha puesto la meta en una leve cuesta a la que se entra por veinte curvas. Por rotondas y embudos. Un pasillo que da miedo.

El esprint es siempre un jeroglífico a resolver . Nunca es el mismo. Kittel dispone del mejor equipo para la velocidad, el Etixx. El tren. Coquard va por libre. Kittel es la fuerza: llega a los dos mil vatios de potencia. Coquard es la habilidad, la escuela del velódromo. Los dos, a su manera, ven primero la pancarta final. Hombro con hombro.

A Kittel se le está acabando la traca de pólvora de sus músculos de cemento. Coquard, que remonta, nota que se queda sin piernas. Entonces tira de brazos. Cuando se le gastan, recurre a la espalda, a la cabeza, a las uñas, al alma. Todo pedalea. Y tras 237 kilómetros entran en paralelo. Coquard se ha olvidado de la última parte de su cuerpo: los riñones . En lugar de lanzar la bici con ellos, se ha sentado sobre la raya. Kittel, un palmo más alto, le quita Limoges por 2,8 centímetros.

Un esprint así justificó la etapa más larga de este Tour que vio cómo, al fin, se despertaba el verano. ¿Larga? En la edición de 1919, los ciclistas, «los últimos esclavos del país», como escribió Albert Londres, partieron desde Les Sables d’Olonne a las diez de la noche. Jean Avaloine, el vencedor, apareció en la meta de Bayona por la tarde del día siguiente tras 19 horas de tortura. Entonces ni había ni hacía falta foto-finish. Ahora sí. Se usa casi a diario. Al cruzar la línea de Limoges, ni Kittel ni Coquard levantaron los brazos. Dudaban. Se quedaron clavados en un gesto de incertidumbre. Así les retrató la foto-finish : victoria por un soplido del alemán .

Una larga escapada Diga lo que diga la historia del Tour, a Contador sí le pareció «muy larga» la jornada. «Al menos no me he caído». Ni perdió tiempo en vísperas del primer examen en la montaña, en el quebrado final en la estación de esquí de Le Lioran, la tierra de los volcanes. «Apenas duermo. No descanso en las mejores condiciones». Duermevela por las heridas de sus dos caídas. Una por costado. El dolor le impide desplegar su silueta. Rueda encogido, con las alas atadas. En Le Lioran tendrá que volar a la altura de Froome y Quintana. No puede ceder más tiempo con los Pirineos asomando al fondo de esta semana.

Pero eso se verá en la quinta etapa. La cuarta, la de Limoges, salió desde lejos: desde Saumur, a orillas del río Loira, la espina dorsal de la gran Francia, la de los castillos y el lujo. Ese paisaje no calmó la etapa. El guipuzcoano Markel Irizar se largó con Gougeard, Naesen y Schillinger con el perfil medieval de Saumur aún a la espalda. Irizar, unido a Armstrong por el cáncer testicular, disfruta de su segunda vida. Ha montado en su pueblo, Oñati, la cafetería «Bizipoz», que es su mote: «el que vive feliz». El que disfruta en fuga hacia Limoges. Cuatro jinetes veloces. El pelotón nunca les dio mucho terreno. Ni esperanza. Aun así, se comieron la mayor parte de la etapa maratón.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación