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Giro

Directo: Mikel Landa gana en Aprica; Alberto Contador, más líder

Segundo triunfo del vasco en la ronda italiana, que ya es segundo de la general. Contador dejó a Fabio Aru en el Mortirolo

Directo: Mikel Landa gana en Aprica; Alberto Contador, más líder

Los peregrinos de la bicicleta proclaman un credo. Cuanto más difícil de alcanzar es una cima, más gratificante es su conquista. El Giro visita hoy uno de los santuarios del ciclismo, el Mortirolo. Todos los veranos Francia muestra con orgullo en el Tour cada emblema de sus cordilleras montañosas, el majestuoso Tourmalet en los Pirineos, las 21 curvas de Alpe d’Huez en los Alpes. Al principio de cada otoño la Vuelta expone su galería de joyas orográficas: el Angliru, los Lagos de Covadonga, Sierra Nevada... Italia concentra alguna de las cumbres más bellas de la tierra por los Dolomitas: la Marmolada, las Tres Cimas de Lavaredo, el imponente Stelvio, el vergel de Corvara Alta Badía... Pero ninguno ha calado en el ideario colectivo como el Mortirolo, paso hoy de la decimosexta etapa del Giro en la que Alberto Contador vuelve a poner en juego su maglia rosa.

Nada hace pensar en semejante monstruo de la naturaleza cuando se desciende por la ladera del Stelvio por la Strada Statale 38 y se toma un desvío invisible a la izquierda en el pueblo de Mazzo di Valtellina. Hay que trazar cada esquina sin esperanza de encontrar algo realmente mágico y después de sortear casas de labranza, al fondo, una diminuta carretera penetra en el bosque como una lengua de asfalto. Comienzan 12,5 kilómetros criminales que, en cierta medida, cambiaron la estética de las carreras ciclistas.

El Mortirolo inauguró una nueva especie, los puertos imposibles, los más gratificantes para el ánimo. Montañas de rampas exacerbadas, paredes de alquitrán que pusieron a prueba el límite físico de los ciclistas. A partir del Mortirolo, cuya primera edición se celebró en 1990, surgió el Angliru, la cima más exigente del mundo a finales de los noventa y principios de siglo. Encantados de conocerse, los organizadores de carreras han afinado su búsqueda. Hoy, el Zoncolan, en el vértice alpino entre Venecia, Austria y Eslovenia, goza del cartel estelar. «Es el más duro que yo he subido nunca», admitió Alberto Contador.

Nada mejor que la frase de Mark Cavendish cuando escaló el Mortirolo para resumir su esencia: «¿De dónde han sacado este puto puerto?».

El Mortirolo, cuyo nombre original era el Passo della Foppa, es una carretera construida durante la Segunda Guerra Mundial por los ganaderos de la zona para conducir a las cabras hacia las tierras altas y los pastos en los veranos. A diferencia de otras cumbres legendarias, no hay historia que contar del Mortirolo. No tiene pasado, ni aura que lo acompañe.

No fue descubierto por un periodista con ganas de aventura, como el Tourmalet, en 1910. Amenazaban los osos por el macizo pirenaico y la nieve colapsaba el paso, pero aquel reportero de L’Auto (hoy l’Equipe), Alphonse Steines, envió el OK con un telegrama a su jefe: «Carretera en perfecto y transitable. Apta para el Tour». No es el vecino Stelvio, el coloso de las nieves escenario de las más cruentas peleas entre Coppi y Bartali, Bahamontes y Gaul, o el mastodonte Gavia, sede de la etapa más dura de la historia del ciclismo en 1988, medio pelotón paralizado por el frío en las cunetas.

El Mortirolo no existía antes de 1990, cuando el venezolano Leonardo Sierra lo coronó por su vertiente más suave. Después, en 1991, Franco Chioccioli estrenó el camino al infierno por el desvío a la izquierda en Mazzo di Valtellina. Se trata de una carretera secundaria de montaña, sumergida de principio a fin en un denso bosque sin población a la vista. Solo la naturaleza, el asfalto y los cicloturistas de fin de semana. «Serpentea tortuosamente a lo largo de 39 curvas sin apenas cruzarse con nada o con nadie», escribe en su libro «50 ascensiones míticas» el periodista inglés Daniel Friebe.

En el angosto Mortirolo no hay descanso posible. 1.852 metros de altitud, 12,5 kilómetros de longitud, un desnivel positivo de 1.300 metros, una pendiente media del 10,5 por ciento y una rampa máxima del 18 en la curva de herradura de la ermita de San Mateo. «Me gusta. Es un puerto durísimo y habrá diferencias», decía ayer Contador.

Una estatua en honor de Marco Pantani en el giro de 90 grados en Piaz es la única licencia para la posteridad. Pantani se exhibió rotundo en esta cima en 1994, en el Giro que Eugeni Berzin le ganó aMiguel Induráin.

Por no tener, no tiene un mirador para deleitarse con la visión de las montañas hermanas, la fastuosa cordillera de los Dolomitas que recorre el norte de Italia como una ola blanca que separa al país, a través de glaciares, de Suiza y Austria. No hay grandeza en el Mortirolo, ni épica visual según se considera entre los amantes de la montaña. Solo un sendero terrorífico que se ha convertido con los años en el santuario de las montañas imposibles para los devotos del ciclismo.

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