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Una batalla mundial en 64 casillas

La partida entre Boris Spassky y Bobby Fischer fue más que una partida de ajedrez entre dos maestros, con las dos superpotencias detrás.

ALBERTO SÁNCHEZ

Nunca un tablero de ajedrez fue más parecido a un campo de batalla. Nunca antes las 64 casillas del 8x8 de un juego con orígenes medievales enfrentó a las dos mayores superpotencias que el mundo jamás haya visto. Sólo así puede definirse la partida que en 1972 enfrentó a Boris Spassky y a Robert James Fischer en el campeonato del mundo de Reikiavik.

"Estados Unidos quiere que vayas y derrotes a los rusos", le arengó Henry Kissinger, secretario de Estado de los norteamericanos, con la espina de la 'Guerra de Vietnam' aún clavada en la memoria colectiva del país. Fischer, semanas después, se convertiría en el primer y único campeón estadounidense de la historia del ajedrez, mientras que Spassky, tricampeón mundial, caería en desgracia.

En esta historia, donde no parecía haber suficiente con Vietnam, el Watergate y la matanza de los atletas israelíes a manos de árabes en los Juegos Olímpicos de Münich, participaron Richard Nixon, Kissinger, la CIA, el KGB y el Comité Central del Partido Comunista soviético. Pero si alguien activó de veras la motivación de Fischer fue el banquero británico Jim Slater, que añadió 50.000 libras a la bolsa de premios para el ganador del campeonato mundial.

Tras varios días de tensión, con Bobby Fischer jugando con aparecer en Islandia desde el día 2, una carta personal de disculpa con el soviético pudo permitir el inicio de la partida. Fischer perdió la primera partida, disputada el 11 de julio, por un alfil que fue a por un peón cuando no debía. Notablemente enfadado, el estadounidense no se presentó a la partida, lo que le colocaba 2-0 por debajo y con todos los pronósticos en su contra.

"Fue una guerra entre Este y Oeste", reconoció el árbitro de la partida, el alemán Lothar Schmid. De tal magnitud que Fischer, encolerizado, decidió reservar un billete en que cada vuelo que saliera de Islandia, mientras la CIA quería evitar a toda costa su fuga. La KGB, por su parte, presionaba. "Todo el mundo odiaba a Bobby, pero no podía freirse en la silla eléctrica", explicaba un periodista por aquel entonces.

Una nueva arenga de Kissinger y un montón de exigencias cumplidas satisfacieron a Fischer, que aceptó jugar sin público, en una pequeña salita detrás del escenario. La tercera partida fue el inicio de lo inevitable. Fischer venció, y el duelo se resolvió por 12,5-8,5 sin necesidad de disputar las tres últimas partidas de la final.

El soviético admitió años después que Fischer le había vencido en el plano psicológico. A pesar de las acusaciones de usar 'oscuros aparatos electrónicos' e hipnotizar con la mirada a Spassky, Fischer fue imparable. Hubo que desmontar las mesas, lámparas y sillas para comprobar todo para atender las peticiones rusas, pero sólo hallaron un par de moscas muertas como única evidencia.

Veinte años más tarde, los dos contrincantes repitieron la partida. Volvió a ganar Fischer, a pesar de la prohibición de su Gobierno de disputar la partida. Su histriónico y esquizofrénico carácter le llevaron a escupir en la carta de prohibición de los Estados Unidos como gesto de desaprobación. Fischer murió a los 64 años, considerado un genio del ajedrez y repudiado por los suyos, a pesar de haber logrado la gloria y una importante batalla ante el bando soviético. Quizás, la mayor batalla jamás disputada en un espacio tan reducido.

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