Hazte premium Hazte premium

ALPINISMO

Renuncia o muerte a más de 8.000 metros

Renuncia o muerte a más de 8.000 metros BBVA

MIGUEL ÁNGEL BARROSO

«La vida vale más que un sueño». «Tener la cabeza fría a 300 metros de cumbre no es nada fácil». «Otra lección de alpinismo. Siempre es más importante el camino que el objetivo». «Una retirada a tiempo es una victoria y solo los sabios aplican esa máxima». La cuenta de Twitter de Carlos Soria @RetoCarlosSoria se llenó de este tipo de mensajes cuando se supo que el alpinista abulense, de 74 años, renunció a hollar la cima del Kanchenjunga cuando le faltaban apenas 300 metros . La prudencia, en este caso, pudo más que la ambición. Uno de los mandamientos del alpinismo que no siempre es respetado.

La Expedición BBVA Carlos Soria alcanzó los 8.300 metros en su intento de cumbre al Kanchenjunga (8.586 metros) , la tercera montaña más alta del planeta tras el Everest (8.848) y el K2 (8.611). Después de casi 23 horas ininterrumpidas de travesía, el equipo regresó al Campo IV. La enorme distancia a cubrir en el tramo final del ascenso obligó al montañero a renunciar. En la comunicación con el Campo Base desde su tienda, el propio Soria explicó que, de haber perseverado en su esfuerzo, habría puesto en peligro su vida y la de sus compañeros en el descenso.

Conocido por su prudencia en la montaña, Soria nunca ha sufrido congelaciones ni ha necesitado ningún rescate en sus más de 40 años de carrera. Las últimas noticias señalan que ha descendido al Campo I, a 6.100 metros. Ahora debe recuperarse del esfuerzo antes de decidir si intenta de nuevo la cima antes de la llegada del mal tiempo.

Everest, 1996

La historia está llena de ejemplos contrarios, aunque el caso más paradigmático es el de la tragedia de 1996. En las antiguas inscripciones budistas, el Himalaya se describe como el «almacén de las nieves» , y aquel año ese almacén se llenó a rebosar. Pero no solo de nieve. En primavera, más de 400 personas instalaron sus tiendas en el Campo Base del Everest , a 5.300 metros de altura. Un escalador lo describió como un circo, «pero con más payasos dentro de las tiendas».

Las expediciones se burlaban unas de otras. Había una taiwanesa sobre la que se corrían apuestas: ¿cuántos de sus miembros saldrían vivos de aquella montaña? Entre las expediciones comerciales se encontraban la de «Adventure Consultants», liderada por el neozelandés Rob Hall , y la de «Mountain Madness», con Scott Fischer de jefe. De 40 años, procedente de Seattle (EE.UU.), con sus casi dos metros de estatura y cabello rubio, Fischer era un perfecto «chico de póster alpinístico».

«Outside» , la revista de mayor tirada de EE.UU. en el campo del ocio y el tiempo libre, decidió enviar al periodista y escalador Jon Krakauer para que escribiera un artículo acerca del auge de las expediciones comerciales al Everest. Krakauer eligió a Rob Hall por tener «más experiencia y mejor equipo». En el equipo de Fischer estaba Anatoli Boukreev . Kazajo, 38 años, había escalado siete ochomiles, algunos más de una vez y siempre sin oxígeno.

Los planes de ambos grupos sufrieron retrasos por falta de seriedad en la aclimatación y por graves fallos de logística. Algunos montañeros no superaron el mal de altura y los jefes empezaron a dilapidar sus fuerzas en una competencia feroz por colocar más clientes en la cima que su rival. En la medianoche del 9 al 10 de mayo de 1996 las expediciones de Fischer, Hall y la taiwanesa empezaron a subir desde el Campo IV (situado en el Collado Sur), a 7.900 metros, el último y terrible peldaño.

«Estoy muerto»

En el Balcón, una brecha situada a 8.500 metros no mayor que una habitación de un motel, se amontonaron los escaladores. No había cuerdas fijas instaladas, labor que corresponde a los sherpas, y se produjo «un absoluto desmadre», según declaro uno de los componentes del grupo de Fischer. El tiempo empezó a cambiar y algunos se dieron la vuelta. Fischer iba retrasándose por problemas físicos, aunque dijo que se pondría el último de la fila para actuar como «escoba».

A la 1:07 de la tarde, Boukreev alcanzó la cumbre del Everest. Cinco minutos después apareció Krakauer. No se entretuvieron arriba. A las dos y media, todos los clientes de «Mountain Madness» que iniciaron la última ascensión habían alcanzado el techo del mundo. No se movieron hasta las tres y diez. Cuarenta minutos de fotos, risas y lágrimas... cuarenta minutos menos de oxígeno y luz solar. Boukreev se cruzó con Fischer y ambos convinieron que el ruso bajara al Campo IV para estar alerta por si los clientes necesitaban oxígeno y bebidas calientes. Fischer pisó la cumbre a las 3:45, agotado. Cuando inició el descenso, le dijo al sherpa que lo acompañaba: «Estoy muy mal, Lopsang... Estoy muerto». El sherpa decidió bajar a pedir socorro.

A las cinco de la tarde, Rob Hall estaba por encima del Escalón Hillary, un resalte de la arista sureste, intimidante y desalentador, con un cliente que había entrado en crisis. Los escaladores empezaron a sentirse como en el interior de una botella de leche. Caminaban tambaleándose, gritando para no separarse. Ráfagas de viento de 120 kilómetros por hora les tiraban al suelo helado. Quedaron inmovilizados, atenazados por el pánico, ciegos.

Boukreev fue a las tiendas de las otras expediciones a solicitar ayuda, pero nadie quería o podía salir, Krakauer incluido, ya a salvo en su saco de dormir. El kazajo hizo varias incursiones al infierno de viento y nieve y logró rescatar a tres de sus clientes. Al amanecer, cayó derrotado en su tienda. Unas horas después, enfiló de nuevo a la cumbre. Encontró a Fischer y le pareció un muñeco roto. Cubrió la cara de su amigo con la mochila para que no se la comieran los pájaros.

Ocho personas de diversas expediciones comerciales murieron el 10 de mayo como consecuencia de la mala preparación y las decisiones desafortunadas de los guías en medio de la tormenta; otras cuatro fallecieron durante las semanas siguientes por las graves lesiones sufridas. De la expedición «Mountain Madness» perdió la vida Scott Fischer. De «Adventure Consultants» murió Rob Hall, uno de sus guías (Andy Harris) y dos de sus clientes (Doug Hansen y Yasuko Namba). A las 6:20 de la tarde, Hall llamó al Campo Base y le pusieron en comunicación con su esposa, en Nueva Zelanda. «No te preocupes, saldré de aquí. Te quiero». Después cerró el «walkie». A su mujer estas palabras le sonaron como el adiós que realmente fue.

Jon Krakauer regresó a Estados Unidos y escribió un artículo incendiario en «Outside» , preludio de lo que sería su libro «Into Thin Air» (traducido al español como «Mal de altura» ), donde denunciaba las prácticas de las expediciones comerciales. Krakauer acusó a Boukreev de haber abandonado a los suyos debido a que subió sin oxígeno adicional, lo que mermaba su capacidad para ayudarlos. Éste contó su versión de los hechos en otro libro, «La escalada». «Procedo de una tradición que promueve el montañismo como una actividad deportiva razonable, y no como un juego» , señaló. «No está en mi mano garantizar la seguridad de un grupo de personas que tienen poca o ninguna experiencia en las montañas más altas de la Tierra».

Boukreev volvió al escenario de la tragedia un año después con una expedición indonesia. Dio sepultura a Scott Fischer y Yasuko Namba con nieve y rocas. El día de Navidad de 1997 se encontraba ascendiendo el Annapurna con otros dos escaladores cuando una avalancha se desplomó sobre sus cabezas. El italiano Simone Moro sobrevivió, pero nunca se encontraron los cuerpos de sus compañeros. La montaña a la que Boukreev tantas veces había desafiado y vencido, decidió quedarse con él.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación