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Gritos de «¡torero, torero!» en la multitudinaria despedida a Víctor Barrio

Sus restos mortales fueron velados este domingo en Sepúlveda y este lunes será el funeral

El féretro de Víctor Barrio portado por su cuadrilla, amigos y familiares a su llegada al polideportivo de Sepúlveda I.Jimeno

ISABEL JIMENO

Un sonoro y prolongado aplauso recibió ayer en Sepúlveda a Víctor Barrio, el malogrado diestro segoviano que este sábado encontró la muerte en los pitones de «Lorenzo», un morlaco de 529 kilos de la ganadería de Los Maños que acabó con su vida en el tercero de la tarde sobre la arena del coso de Teruel. En el interior del polideportivo municipal, por el que pasaron más de 3.000 personas, gritos de «¡Torero, torero!» , acompañaron la entrada del féretro a hombros de la destrozada cuadrilla y compañeros de profesión. Dentro decenas de coronas y ramos de flores de familiares, amigos, instituciones, empresas…, varias pinturas del diestro, su muleta, el estoque, un traje de luces, un sentido poema… y una familia destrozada, al igual que el mundo del toro, que llora el fallecimiento de Víctor Barrio, cuyo funeral se celebrará a las 11.00 horas de hoy en la iglesia de San Bartolomé.

Aún en un estado de shock que será difícil de superar, en Sepúlveda y Grajera , trataban ayer aún de asimilar una noticia que ni querían ni podían creer: la muerte del torero Víctor Barrio, su torero. Allí había viajado Víctor Barrio con ilusión un aficionado al mundo del toro desde que era pequeño, pero de vocación tardía. Nacido en 1987, debutó como novillero en 2008, con los 21 años cumplidos, y tomó la alternativa en 2012, a los 25 años. Pero siempre había mostrado su interés. «De pequeño, para sus cumpleaños y Reyes siempre le regalaban el capote, el traje de luces…», recuerda Carlos, un vecino de Grajera que vio crecer a Víctor Barrio y ayer no podía contener el llanto al recordar a ese chiquillo hijo de su jefe que ya no volverá a ver. «Lo llevaba dentro de siempre», asegura mientras reconoce que «aún no lo he asimilado. Es muy duro». Era imposible no echar ayer un vistazo al álbum de fotos familiar para recortar a Víctor en la comunión, en cumpleaños o carnavales —siempre con su disfraz de torero— con sus hijos.

En general, el sentir de todos, entre la desolación y la impotencia. En los pueblos todos se conocen y las familias se entrelazan. «No tengo palabras », comenta sin poder contener la emoción otro vecino de Grajera, una localidad de 250 habitantes al pie de la A-1, que se enteró por televisión del suceso. Estaban viendo la corrida en el bar del pueblo, de la familia del diestro y donde un azulejo con el dibujo de un astado en plena faena muestra la afición taurina del local. Como él, muchos otros tanto en su localidad natal como en Sepúlveda, donde los calendarios de Víctor Barrio decoran las paredes e incluso en los comercios aún se guarda y mira con dolor el cartel de la feria de Teruel en la que encontró la muerte. Él mismo se encargó, como siempre, de repartirlos .

El capote de Víctor Barrio colgado en el balcón de la casa del reloj, con un crespón negro I. Gimeno

El contacto con la gente, desde los más pequeños a los mayores era una de sus virtudes y una de las cualidades que más destacan de él, emocionados con el recuerdo de ese joven «excelente persona, maravilloso, un sol, educado con todos…». Se les acumulan los calificativos a la vez que brotan las lágrimas. «No creo que nadie pueda decir algo malo de él», apostillan un grupo de mujeres a las puertas de la iglesia de Grajera, donde ayer ya se ofició una misa por su alma. «Muy amigo de sus amigos» y especialmente volcado con los más pequeño s, a quienes trataba de transmitir los valores de la tauromaquia. Jornadas de toreo de salón, reparto de capotes, clases y lecciones forman parte del legado dejado por Víctor Barrio entre los niños, sobre todo de su entorno, que le miraban con «admiración». «Para muchos niños era un referente», comenta otra vecina mientras mira, remira y muestra la foto de su pequeño con Víctor Barrio, al que iba a ver torear siempre que podía.

La televisión e internet era otras formas de seguir al maestro. Ayer, muchos lo estaban haciendo y vieron al instante como la fatal cogida acababa con su vida, con su padre, su esposa y sus abuelos en la grada. Habían viajado con peña que lleva su nombre en Sepúlveda, una localidad de donde le llegó la afición taurina a Víctor Barrio, pues en su natal Grajera hace años que no hay astados. Pero descendiente de la villa medieval —de donde era su madre, Esther— allí el amor por el arte de Cúchares es más arraigado y en su familia, también, aunque ninguno se había vestido de luces como sí lo hizo Víctor Barrio.

«Entrenaba todos los días aquí», en la finca familiar, donde hace menos de dos años celebr ó el banquete de su enlace con Raquel , después de contraer matrimonio en Sepúlveda. «El viernes le vi y estuve con él», señala una de lass vecinas aún sin asimilar el «golpe». «Le vi que estaba metiendo los trastos de matar para ir a Teruel y le desee suerte. ¡… Y mira qué suerte…!», apostilla entre sollozos otra de las señoras. Defienden con orgullo a su vecino y lamentan con incredulidad los comentarios que se alegran y celebran la muerte en la plaza del maestro. La Fundación del Toro de Lidia ya ha anunciado medidas legales contra los que muestran falta de respeto por los toreros malogrados.

Y ambiente de luto, caras tristes y el tema también en todas las conversaciones en Sepúlveda. El duelo se coló ayer y robó protagonismo a monumentos y visitantes. En la plaza, un capote que Víctor Barrio regaló a un aficionado y amigo, colgaba de la fachada principal. Un crespón negro y una fotografía del maestro para mostrar su dolor. El ayuntamiento decretó dos días de luto oficial. Los compañeros de corporación de su mujer, la joven Raquel Sanz, se emocionaban sólo con pensar en Víctor Barrio.

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