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Canto de gloria de Eduardo Gallo en Manizales

El torero salmantino cuaja una gran actuación y abre la puerta grande

Canto de gloria de Eduardo Gallo en Manizales m. a. hierro

rosario pérez

Manizales respira el toreo en sus tramos llanos –que se cuentan con los dedos de la mano- y en los múltiples empinados. Cuestas propias de una atracción de feria en una ciudad rodeada de cumbres montañosas, de un paisaje de ensueño que nos aleja del mundanal ruido y nos traslada a la naturaleza más auténtica.

Camino de la pureza se precipitaban por la carrera 26 los aficionados, tocados con sombreros aguadeños para escudarse de un sol intenso. Aunque para intensidad la que se vivió luego en la Monumental manizalita, con una entrada de casi tres cuartos que ya quisieran para sí muchas empresas españolas y con una actuación impecable de Eduardo Gallo. Manizales, refugio de la afición de Colombia tras los envites prohibicionistas del alcalde de Bogotá, gozó del canto de gloria gallista.

El salmantino entendió a la perfección al segundo de Mondoñedo. Con la despaciosidad por bandera, cimentó la faena sobre la diestra, con templanza y oficio, para desatar el delirio con un desplante a cuerpo limpio. Acabó metido entre los pitones, «cacareo» con el que disfruta este torero y lo cazó de un espadazo. Oreja de ley.

Se bien estuvo con ése, aún más afiló los espolones en el quinto, bautizado como aquella mítica mascota olímpica del 82, «Naranjito», que pareció mejor en sus manos. Galleó por chicuelinas para ponerlo en el caballo y otra vez mostró su renovado momento tras brindar faena a la prensa española. «Espero que sea de triunfo», deseó. Dicho y hecho.

Gallo recitó por todos los palos, con seguridad y aplomo, temple y armonía, riñones encajados y valor a raudales. Crecido, el kikirikí ascendía cada vez más de tono. El eco de los oles trepaba por la plaza, con hondos pases de pecho hasta la hombrera contraria. Tal fue la pasión desperezada que un sector pidió el indulto, pero el matador sabía que «Naranjito» no era merecedor de semejante galardón y no se dio coba, un gesto que le honra. Otra vez fue un cañón con la tizona y paseó dos merecidas orejas mientras el toro recibía la vuelta al ruedo en el arrastre. Tal honor concedieron también al serio sexto, de cuello ensortijado, con el que Andrés de los Ríos, de frágil oficio aunque con detallitos, se resarció y tiró de corazón hasta arrancar una oreja.

Javier Castaño cogió pronto el sitio al primero, un «Periodista» que prendió de manera horrible al caleño Álex Benavides en banderillas. Un milagro que no llevara cornada, aunque la paliza fue bestial. Castaño bajó la mano y dio muestras de su indudable técnica para exprimir al potable toro de Gonzalo Sanz de Santamaría. Pero se «disfrazó» de pinchaúvas y se esfumó el premio. Una estocada con derrame le privó también de un posible trofeo en el cuarto, que topaba geniudo en las telas pero ante el que no se amilanó el valeroso matador. Entre aplausos lo despidieron antes de que se abriese la puerta grande para un Gallo que se agigantó en suelo americano.

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